Cap. 15

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Universidad de Nueva York

Lunes, 2 de junio de 2008

Sami

¡Por fin llegó este mes! Fue lo primero que pensé al salir de la biblioteca - donde estuve por casi dos horas releyendo los apuntes de todas mis asignaturas a la espera de que empezara mi siguiente clase - mientras me caían los ardientes rayos solares como una cascada sobre mi largo cabello castaño. Y no es que estuviese deseosa de que sea junio, ya que prefiero la primavera que el caluroso verano, sino que desde hoy iniciaba la cuenta atrás de las últimas cuatro semanas para finalizar con el dictado de clases, luego unas dos semanitas de exámenes en julio y ¡seré libre!

En parte estoy muy ansiosa porque pronto tendría dos meses de merecidas vacaciones, pero a la vez un sentimiento de nostalgia me recorría de arriba abajo al tener en cuenta que sería mi último periodo de descanso universitario. Aunque quisiese negármelo, el próximo año extrañaré muchísimo el ya no tener la oportunidad de andar por la fresca sombra proyectada a través de los enormes edificios de las facultades, aprovechar las horas libres entre las salas de lectura en la biblioteca, o simplemente encontrarme con mis amigos en los coloridos jardines que realzan la belleza del campus universitario.

¡Odio ser esclava del tiempo! Resulta ser tan caprichoso al transcurrir tan rápido durante los momentos más hermosos e inolvidables que nuestras vidas pueden experimentar, pero en los que quisiéramos no volver a vivirlos jamás, una y otra vez los alarga y se esmera en volverlos eternos en nuestra memoria.

En fin... estoy segura que en durante la próxima primavera ya estaré ocupando alguna de las oficinas en los edificios corporativos de papá. Me hubiese encantado trazar mi propio camino laboral, pero como hace muchos años mi hermano mayor tuvo el inesperado engreimiento de rechazar al legado del "negocio familiar", pues me toca a mí – la Lacazette menos francesa de la familia – continuar con la grandeza del imperio vitivinícola por bastantes años más.

Además, la sola idea de alejarme del seno de mi casa me provoca un estremecedor terror. Sé que la mayoría de mis amigos – por no decir todos – ya quieren terminar sus carreras para recorrer todo el territorio norteamericano, encontrar un distrito que se acomode a sus gustos y quedarse a vivir muy lejos de sus padres para reafirmar su independencia. En cambio, yo siempre he sido - y seré – muy apegada a mis papis por tantas razones... como ser la menor, la más engreída y, en especial, por la incurable enfermedad de mamá.

Admiro a las personas que, por motivos de estudios o trabajo deben de abandonar a sus familias durante largas temporadas. Se me hace difícil imaginar cómo celebran sus logros sin recibir un abrazo de sus papás, o tener la certeza de que en cualquier momento podrían ir corriendo a su casa para encontrar en ellos refugio y seguridad ante cualquier problema.

Por ejemplo, Mila ya lleva más de dos años fuera de Rusia, pero no ha dejado de ser apegada a sus padres y esas lágrimas que derramó hace unas semanas me lo demostraron. Luego de esa tarde, recuerdo que al volver a casa fui directo a abrazar a mamá, tenía que sentirme protegida después de mi increíble intento de fortaleza ante la confesión de Mila. Lo sé, ¡soy demasiado sentimental! Pero también influyó bastante el efecto de experimentar su dolor con tan solo ver lo devastada que se encontraba. Ya que si una chica tan decidida y fuerte de carácter, como lo es la rusa, se derrumbaba ante la imposibilidad de intentar tener una vida feliz al lado de la persona que ama; no quiero ni imaginar lo que yo sufriría si tuviese que experimentar por alguna situación similar con Scott.

Estos minutos invertidos en profundos e interesantes pensamientos personales, mientras ando sin rumbo fijo a través de los vistosos jardines también los extrañaré al graduarme dentro de unos meses. Claro que el perderme en mi laberíntica mente algunas veces ha provocado que llegara tarde a mis clases.

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