Te cuento que me encuentro ilusionado

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"¡Wohoo!" grito, quizá demasiado alto y dramático. Me encanta resbalar sobre el entarimado con mis calcetines. Creo que es la única manera en la que me muevo en casa. En un momento pierdo la balanza y me caigo antes de oír una detonación. Abro los ojos y me doy cuenta de que choqué contra la cómoda de madera al lado de mi cama y me duele bastante el trasero.

"¡Espera por mí!" exclama Simón y quiere imitarme, pero no lo consigue. En lugar de eso, se cae al suelo en sus nalgas, resbalando unos metros en el entarimado del pasillo hasta llegar sentado en mi dormitorio. Nos encontramos ambos en el piso, con dolor en algunas partes, pero riendo como locos. Noto como una fotografía enmarcada, que solía ser colocada encima de la cómoda, se ha caído al suelo.

"¡NO!" Rápidamente la cojo preocupado. Simón se acerca a mí y mira la foto sobre mi hombro. Es una foto que nos muestra a Isaza, Simón y yo, nuestros brazos alrededor de los hombros del otro, sonriendo hacia la cámara. La foto se tomó en frente de la escuela en el primer año en el que nos conocíamos. Creo que teníamos cinco años más o menos. No puedo evitar pensar qué tierno Simón se ve, con una sonrisa gigante en la boca y sin gafas, vestido en una camiseta de rayas. Yo estoy a su lado, muy cerca para decir la verdad, y veo una alegría pura en mi rostro. La misma alegría que siento cuando estoy con Monchi ahora.

Afortunadamente, sólo el cristal se ha roto y nada más ha experimentado daño. Respiro aliviado y acaricio el marco de la foto con cautela. Esta fotografía es muy importante para mí.

Siento como Simón se acurruca a mí y besa mi cuello. "Me gusta que todavía tengas esa foto," susurra con una sonrisa antes de volver a besarme. Me volteo para mirarle y aprieto mis labios en los suyos, jalándole en un beso intenso. Quiero sentir la alegría de tenerle cerca otra vez, de sentir su lengua y sus labios perfectos, de tocarle.

De repente, el celular de Simón suena y veo una llamada entrante de Martín en la pantalla. Decepcionado, mi novio me suelta y acepta la llamada.

"¿Sí?" dice un poco molestado. Martín le dice algo que no puedo comprender y él responde, "Okay, diles que llegaré en media hora. Hasta luego." Monchi cuelga sin decir nada más.

"¿Todo bien?" le pregunto.

"Sí, es que Martín quiere salir con sus amigos esta tarde y mis padres no estarán en casa, así que alguien tiene que cuidarle a Alicia y me tocó a mí. Como siempre. Por eso sólo puedo quedarme acá otra media hora a lo máximo."

"Okay... y ¿hay algo que quieres hacer antes de irte?" le interrogo, esperando una respuesta específica o por lo menos una mirada diciendo algo... concreto.

"¡Sí!" responde entusiástico y busca algo en su mochila. "Estoy leyendo este libro de poemas que me encanta y quería mostrarte algunas..."

Esto es típico para Simón. Siempre habla sobre literatura. "¿De verdad, Monchi?"

"Sí, claro, es importante para mí. Además, tengo una tableta de chocolate," dice y me la muestra, sabiendo muy bien que me encanta el chocolate. Simón se pone de pie y se deja caer en mi cama con su libro en dos manos. Da toquecitos en la colcha a su lado, queriendo que me siente allí. "Venga, quiero leerte algo."

Tomo asiento a su lado y noto que mi peluche que tengo desde que tengo dos años está al lado de Simón, tocándole suavemente en la pierna. Cuando él se mueve un poquito para acomodarse, Monchi se lo da cuenta y lo coge con cuidado. Es un cachorro marrón con orejas gachas y ojos oscuros. Aunque normalmente debería poder estar en sus cuatro patas, el perrito es tan viejo y usado que no lo puede; siempre desciende al suelo a causa de su blandura especial que sólo se puede establecer después de que un niño lo haya abrazado, amado y dormido con él por mucho, mucho tiempo. Y esto está exactamente el caso con mi peluche.

Si Tú Te VasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora