☆ Prólogo.

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Mantuvo sus ojos abiertos por unos segundos, analizando todo a su alrededor. Pequeños pedazos de vidrio rodeaban el lugar, incluso algunos estaban encajados en su piel.

Podía sentir cómo la sangre le subía a la cabeza y logró escuchar el sonido que hacen los neumáticos contra la calle.

Sus brazos estaban colgando, se hallaba en el asiento del piloto. Un quejido de dolor se escapó de sus labios y se alarmó al pensar que podría morir en ese mismo instante. La pregunta que le habían hecho horas antes, se dibujó en su memoria y su corazón, el cual comenzaba a reducir su ritmo, encontró la forma de volver a latir con velocidad.

¿En serio moriría de esa forma, en ese momento? Tan sólo tenía 17 años de vida y estaba convencida de que aún tenía mucho por recorrer, mucho qué hacer, muchos errores que cometer. Definitivamente, ir a esa fiesta era uno de esos errores.

Se aferró a esa idea: aún no era su momento.

Por su cabeza, cruzó el pensamiento de que podría salir por su cuenta pero, por obvias razones, eso era inútil. Pronto el oxígeno comenzaba a escaparse de sus pulmones para no regresar otra vez. La desesperación la invadió. ¡Todavía no había muerto y sentía cada parte de cuerpo doler!

No entendió de dónde vino aquel carro y mucho menos cuándo impactó contra el suyo, sólo sabía que había sucedido, aún era consciente de ello pues podía sentirlo.

Las sirenas de una ambulancia interrumpieron el silencio de la solitaria calle.

Lo último que vio fueron los pies de varias personas que corrían a ayudarla.

Lamentablemente, no pudo resistir más. Su visión se oscureció y perdió el conocimiento y la noción de absolutamente todo.

Si tan sólo hubieran llegado un poco antes...

Pero recuerden algo: la chica estaba aferrada a una idea.

Aún no le tocaba morir.

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