VI

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El aleteo de las alas de un ave fue cubierto por el ruido de la humanidad en movimiento.

El parque Hyde, tres días después de la masacre más significativa de Inglaterra, seguía abastecida de autoridades inglesas que se hacían del control de los muertos y del caos, medios de comunicación histéricos que se arrebolaban por todos lados buscando buenas tomas para sus agencias, y ciudadanos que lloraban desconsolados su perdidas e intentaban saltar las medidas de seguridad para ir por sus familiares que seguían atrapados entre la tierra y cráteres de las explosiones.

La silueta de un hombre joven se difuminó lentamente entre el polvo de las excavaciones, no era demasiado alto y parecía un tanto delgaducho entre la gabardina azul y el traje de oficina gris. Su cabello era castaño, rizado y sus ojos eran de un tono miel casi sobrenatural, lampiño y mantenía el entrecejo fruncido levemente junto a sus labios pálidos, como si estuviera demasiado concentrado en lo que tenía frente a él y el alboroto a su alrededor no fuese la causa, sino algo oculto en la profundidad de la escena.

Sin que nadie se diera cuenta -al parecer su presencia era invisible para todos- extendió su mano pálida y entre susurros en una lengua muerta, congeló el tiempo. Fue como si todas las personas se hubiesen vuelto maniquíes en medio de una tienda de ropa, incluso el aire paró dócil ante el extraño.

Caminó tranquilamente entre la gente, con la vista clavada en los cráteres en la superficie de la tierra, uno a uno observó cada detalle en ellos; el diámetro, la forma, el color de la tierra, la distancia que las explosiones alcanzaron y que tan profundo debieron haber estado enterrados los explosivos.

Cada segundo que pasaba analizando el lugar su rostro se mostraba más severo, hasta que llegó al hueco más grande en el parque. Estaba justo frente al escenario donde los políticos se reunieron, tan alineado hacia un punto sobre la tarima que descubrió que el ataque había sido dirigido a una persona en especial.

Otro movimiento de mano, esta vez sobre su cabeza y, como si una película a 360 grados se hubiese instalado en la mente del hombre, la tarde que aquella catástrofe hizo acto de presencia para él. Todo lucía normal, igual a cualquier evento en el mundo. Pero, haciendo gala de sus habilidades de buen servidor, encontró detalles fuera de lo común en la escena.

Como el comportamiento alerta de cierto pelirrojo, la mirada preocupada de una rubia, los pasos de plomo del Ministro inglés. Bingo.

Todo era sobre el Primer Ministro.

Entonces el castaño dejó de prestar atención a los presentes y se centró en la línea invisible que conectaba el puesto del magnate al cráter más grande en el parque. Caminó hacia el lugar, estando justo en el centro del hueco descubrió que sus suposiciones iban por el camino correcto. Los rastros de magia vetusta lo confirmaban.

El atentado de hace tres días no tenía un motivo político ni siquiera estaba dirigido hacia los representantes de los países que estaban allí reunidos, solo querían aparentar frente a la sociedad que sí.

Habían tres hipótesis para las causas; La primera era que el director de tal destrucción lo hizo para llevar a Inglaterra al pánico y tambalear las alianzas pacificas actuales, incluso la voz que resonó sobre le parque lo había declarado, confirmó una nueva guerra de forma directa; La segunda tenía una relación más especial con el Primer Ministro inglés, pues las intenciones de destruirle eran obvias con el explosivo más potente alineado a su posición. Quizá alguna venganza del pasado quería cobrar factura al arruinarle la vida y país.

La tercera tenía que ver con la orden divina.

Y si sus observaciones estaban yendo por el camino que su mente, significaba que nada bueno estaba por ocurrir, o bien, que alguien se había aburrido en su Edén.

The Malfoy |Drarry/Harco| (EN HIATUS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora