2. Primera Cita

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Me despierto después de apenas haber dormido nada. Estoy muy nerviosa. Ya han pasado casi dos semanas desde que llegó la carta y, después de que él volviera a contactar conmigo con mensajes a través del teléfono, decidimos quedar hoy para comer.

No sé dónde vamos a ir, no conozco el restaurante, pero me ha dicho que no es especialmente elegante pero que es lo suficientemente privado como para que podamos hablar sin que nadie nos moleste por él ser quién es.
Mis amigas, como no confían en mí, han decidido venir para "vestirme y maquillarme apropiadamente", utilizando sus palabras, así que cuando suena el timbre, yo ya las estaba esperando.
Abro la puerta a dos chicas cargadas de cajas y herramientas de maquillaje hasta los dientes. Suben las escaleras de la casa, hasta mi habitación corriendo, y yo las sigo a poca distancia.
Cuando llego a la habitación ellas ya están montando toda la parada con las cosas que han traído, y me hacen sentar en la silla. Yo les hago caso, y ellas me observan, como si no tuviera remedio, alternándolo con hojeadas al maquillaje, ahora perfectamente repartido sobre mi escritorio, negando con la cabeza de vez en cuando.
Finalmente, se deciden a empezar a maquillarme, pero no dejan, en ningún momento, que me mire al espejo. Tardan una eternidad en hacerlo, pero finalmente terminan y hacen que me levante para que me ponga el vestido que me regalaron el día de mi cumpleaños.
Cuando lo he hecho, me hacen volver a sentar y me peinan.

Me levanto cuando han terminado y me miro al espejo.
Me sorprendo al verme, nunca me maquillo tanto, y menos tan llamativamente, pero creo que les ha quedado bien, me gusta lo que han hecho. Han resaltado mis ojos, ya grandes de por sí, con algo de máscara de pestañas y con lápiz de ojos, y con hermosas sombras de distintos colores, perfectamente difuminadas. Mis labios están cubiertos de pintalabios de larga duración de un color rosado, que va perfectamente con el color de piel tan pálido que tengo. Parecen unas maquilladoras profesionales.
Mi pelo, en parte suelto, cae, largo sobre mis hombros, hasta la cintura, y al lado de la cara, para apartar el pelo, y darle un toque elegante, un par de trenzas llegan hasta la parte trasera de la cabeza y se juntan formando una sola trenza, que se extiende, hacia abajo con el resto del pelo.
Al final, han decidido no ponerme el lazo cambia-color en el pelo, pero me han obligado a utilizar los tacones.

Bajo las escaleras de la mano de Abey, detrás de Ruby, que me presenta como si fuera famosa, y mi padre, des del piso inferior silba al verme, y me sonríe.
Abey le entrega mi mano a papá, y él me besa la coronilla, ganándose así una reprimenda por parte de mis amigas, y una risita por mi parte.
Llegamos al coche y mi padre y yo subimos, mientras mis amigas, emocionadas, me desean suerte y se despiden de mí dramáticamente.

Llegamos a un bonito restaurante, a las afueras de la ciudad. Parece un edificio antiguo, pero está bonitamente decorado, haciéndolo parecer moderno, pero a la vez de un estilo vintage muy hermoso.
Papá me desea suerte antes de bajar del coche, y nos despedimos con un abrazo. Bajo y un camarero me recibe en la entrada del restaurante, y después de preguntarme el nombre, me guía hacia una parte un poco más retirada.
Un chico se levanta de una de las mesas, y deja el móvil que estaba utilizando, sobre la mesa.
Es el chico de las fotos y la entrevista.
Es Chad.
Es mi futuro marido.
Disminuyo la velocidad, nerviosa y bajo la mirada, jugueteando con mis manos, intentando alejar el momento lo máximo posible.
‒ Hola, soy Chad, tú eres Evelyn, supongo. Encantado de conocerte finalmente ‒me sonríe amigablemente, y me da la mano, que estrecho, mientras sonrío nerviosamente.
‒ Buenos días ‒la voz apenas me sale, creo que voy a morir‒. Encantada de conocerte también, pero llámame Eve por favor ‒hago amago de mis clases de interpretación y trato de aparentar tranquilidad.
Retira una silla y hace un gesto para que me siente. Se lo agradezco con una sonrisa y con un suave "gracias", antes de hacerle caso y sentarme en la silla, frente la otra, en donde se sienta él unos instantes después.
‒ Eres más hermosa en persona que cómo te veías en las fotos ‒me dice, tratando de romper el hielo.
Yo me sonrojo. No lo había pensado, pero es obvio, yo recibí fotos suyas, ¿por qué no debería él haberlo hecho?
‒ Gracias ‒no sé qué decir‒. Tú también te ves mejor.
Él suelta un pequeña risita y me mira, curioso, pero siempre sonriente. Supongo que un año y medio es mucho tiempo que esperar.
El camarero se acerca y nos entrega la carta.
Los platos son todos bastante caros, pero nada que no podamos permitirnos papá y yo, tenemos dinero, trabajar como científico principal en el gobierno tiene sus ventajas, aunque también sus inconvenientes.
‒ ¿Qué te apetece? ‒pregunta cuando el camarero ya se ha ido.
‒ Mmm... No lo sé... ‒digo, indecisa.
‒ ¿Te apetece un menú del día?
Lo miro en la cartulina.
‒ Sí, vale.
Llama al camarero, que se da prisa en venir.
‒ Dos menús del día, y para beber... ‒hace una pequeña pausa para pensar‒ ¿Agua? ‒dice. Yo asiento‒. Pues una botella de agua, por favor.
El camarero se lo apunta todo en la tablet, y se vuelve a ir, silencioso.
El silencio vuelve a envolvernos, a pesar del leve rumor de las voces de las otras personas que están hoy comiendo en el restaurante.
‒ Bueno... ¿Qué tal? Cuéntame algo sobre tu vida ‒de dice, sin dejar de mirarme al cabo de un rato‒. ¿Qué haces en tus tiempos libres? ¿Cuáles son tus hobbies?
‒ Suelo pasarme muchas horas leyendo y escuchando música, estudiando para el instituto o en mis clases de interpretación.
‒Oh, ¿entonces eres una actriz, como yo?
‒ Bueno... No exactamente, yo no he salido nunca en una película, solo hago pequeñas representaciones con mi grupo de teatro y he salido en un par de cortometrajes de trabajo de alguien que quiere dedicarse a dirigir ‒dijo, tímida.
La vergüenza me come por dentro, y hace que los colores, de nuevo, suban a mis mejillas. Disimuladamente, trato de taparme con las manos, pero él se da cuenta y me las aparta suavemente. Es la primera vez que tenemos contacto.
Su piel es fina, perfectamente cuidada, pero tiene unas manos muy grandes en comparación a las mías. Me las envuelve.
Como saliendo del trance, las suelta, y rápidamente las sitúa de nuevo a su lado, alejándolas de mí. Yo todavía no sé qué hacer, pero cuando mi cerebro procesa lo que acaba de suceder, noto como la sangre se apodera del color de mis mejillas y agacho la cabeza, apoyándola en mis manos, esta vez, sin que él me las quite.
El camarero llega en el momento oportuno, y nos deja los platos de sopa delante, y se va, de nuevo, en pleno silencio.
Comemos la sopa sin decir nada, demasiado incómodos como para abrir la boca.
Cuando terminamos el camarero viene a recogernos los platos y, por primera vez, utiliza su voz para decir que en seguida nos traerá el siguiente plato.
Como nos había dicho, el salmón a la plancha llega pocos minutos más tarde. Empezamos a comer, de nuevo, en silencio, queriendo romper el silencio, pero temerosos de hacerlo, como en una guerra donde no se sabe cuándo atacar, como cuando ninguno de los dos bandos quiere hacer el primer movimiento.
Finalmente, él, así como al principio, se anima a romper el silencio.
‒ ¿Te gusta la comida? ‒pregunta con semblante incómodo.
‒ Sí, está muy rica ‒contesto en voz baja.
Ahora quiero ser yo quien diga algo, pero como siempre, la vergüenza me lo impide, y, de nuevo, es él quien trata de crear conversación.
‒ Todavía estás estudiando, ¿cierto? ¿Qué estudias?
‒ Estoy en penúltimo año de instituto, hago modalidad de ciencias.
‒ ¿En serio? Así que quieres ser científica... Cómo tu padre, ¿no? ¿Me equivoco?
‒ No, así es, pero yo no quiero dedicarme a la medicina, prefiero la química.
‒ Uh, demasiado complicado para mí ‒se ríe.
‒ ¿Tú también estudias?
‒ Sí, estoy en la universidad. Seré cara-bonita, pero tampoco soy tan tonto como todo el mundo se piensa ‒sonrío, cohibida‒. Estoy tratando de sacarme la carrera de Cine y Medios Audiovisuales.
‒ ¿Tratando?
‒ Más o menos, me es difícil compaginarlo todo, pero trato de hacerlo.
El camarero viene y nos recoge los platos y, después de preguntarnos si queríamos nada de postre y nosotros dijéramos que no, nos da la cuenta.
Él la coge antes de que yo pueda hacer nada y no me deja pagar ni mi parte.

Destinos de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora