11. La última pregunta

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Nos levantamos del prado donde nos encontrábamos y bajamos las interminables escaleras que él había tenido que subir previamente conmigo a cuestas

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Nos levantamos del prado donde nos encontrábamos y bajamos las interminables escaleras que él había tenido que subir previamente conmigo a cuestas. Me gustaba el lugar, el paseo que estábamos haciendo tenía vistas a la playa, donde varias personas pescaban y otras paseaban tranquilamente.

Donde estábamos también había bastante gente, familias con hijos, parejas sonrientes y amigos conversando mientras miraban los carteles que había colocados, quizá eran turistas.

Pasamos el resto de la tarde conversando y admirando cada rincón, Flavio sabía mucho sobre historia y me iba contando acerca de todo lo que nos íbamos encontrando. Al final optamos por ir hasta la playa para poder pisar la arena, apenas había ido a una y me hacía especial ilusión.

Mientras pasábamos por el largo y estrecho puente le fui observando, iba muy sonriente, silbando alguna canción que no conseguía reconocer. El viento ondeaba su cabello y sus ojos azules brillaban con intensidad, parecía que el sol se reflejaba en ellos.

Al llegar a la playa, Flavio colocó un par de toallas para no llenarnos de arena y contemplamos el horizonte. Ya estaba oscuro porque se había pasado el día y apenas quedaban personas. Cerré los ojos y me concentré para escuchar las olas del mar, era el sonido más relajante que había escuchado en mi vida.

—¿Te está gustando la sorpresa?

—Mucho —contesté con sinceridad—. Creo que lo necesitaba, nunca me había sentido tan relajada, gracias.

—Me gustaba mucho venir aquí. De pequeño venía a pasear por la noche a la orilla de la playa con mis abuelos, mi madre y Marco. Recuerdo que hacía carreras con él y nos tirábamos para llegar a nuestra meta imaginaria —sonrió nostálgico—. Y durante las tardes de verano veníamos con los calderos para coger cangrejos y cualquier cosa que encontrásemos, nos gustaba observarlos y preguntar a nuestro abuelo sobre ellos.

—¿Te mudaste pronto a Italia?

—Tenía ocho años. Por suerte, al año siguiente se mudaron ellos, no querían dejar sola a nuestra madre. Imagino que ya se olían que nuestro padre no era de fiar —suspiró—. Si no llega a estar nuestra abuela ese día para sacarnos...quizá también hubiéramos muerto.

—Es mejor no pensar en eso.

—Sí, tienes razón. No quiero estropearte el día —dijo con voz triste—. Lo siento.

—No lo haces, me gusta saber de ti.

Lentamente Flavio se fue acercando hasta mí, colocando su toalla a escasos milímetros de la mía. Aunque la luz del sol había dejado de brillar podía percibir su silueta y como su frente se arrugaba, parecía pensativo.

—Alma, ¿puedo preguntarte algo?

—Claro, dime —susurré al sentir su aroma tan cerca.

—¿Tienes pareja?

Sombras Unidas #2 (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora