Day #16: Día de niñeras

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Suspiró, ¿desde cuándo se suponía que se había ofrecido a eso?

Bufó mientras miraba los segundos que quedaban en el microondas, y con un nuevo suspiro, abrió la puerta del objeto para coger un biberón.

Escuchó llantos y llantos provenientes de una habitación, y gritos llamándole para que se diese prisa.

—¡Apresura! —instó un joven de cabellos rubios alborotados que sostenía en sus brazos un pequeño bebé que no dejaba de llorar.

—Recuérdame por qué demonios hacemos esto —le tendió el biberón, y el otro lo sujetó, mirándolo con alivio.

—Menos mal —suspiró, dándole el biberón al bebé, quien dejó de llorar para tomar la leche—. ¿Cómo demoras tanto? ¡Estaba muerto de hambre!

—Solo fue un minuto, Giotto —se cruzó de brazos—. Y además, yo no me ofrecí a esto.

—Vamos, Alaude. No te cuesta nada —rió—. Elena me lo pidió como un importante favor, y no pude negarme.

—Ya sé que no te niegas a nada —suspiró—. Pero, ¿qué hacemos con un niño?

—¿Cuidarlo, tal vez? —rodó los ojos, divertido—. Solo será un día, Alaude. Puedes soportarlo.

Su mirada amable no daba lugar a más réplica, y el joven de ojos azules volvió a exhalar un suspiro y se resignó.

Nada podía negársele a Giotto, eso era algo que sabía muy bien.

—De acuerdo, pero que no llore.

—Alaude, es un bebé, es obvio que va a llorar —regañó—. ¿A qué sí, pequeñín?

Le acarició la cara al pequeño, quien rió mientras bebía su biberón.

—Se parece a su padre —dijo Alaude, y no era un cumplido.

—Venga, ya sé que te llevas mal con Daemon, pero este pequeñín no tiene culpa de nada. Solo tiene dos años.

—Verás cuando crezca —bufó—. Es muy complicado criar niños, no me pierdo la cara del melón cuando este niño sea adolescente.

—Eres malo, Alaude —una pequeña sonrisa se esbozó en el rostro del rubio platino—. ¿Y tú qué? ¿No piensas tener hijos?

La mirada dorada de Giotto le miró con intensidad, y Alaude hizo una mueca.

—No me hace mucha ilusión que digamos.

El menor agachó la mirada al bebé. Estaba seguro de que le daría ese tipo de respuesta, pero igualmente le seguía doliendo un poco.

—Entiendo —se consoló acariciando los cabellos rubios del pequeño, iguales a los de Elena.

—Giotto, ¿estás bien? Parece que estás a punto de llorar.

—Perfectamente —forzó una sonrisa—. No te preocupes por mí.

—¿Seguro? —frunció el ceño al verlo de aquella manera, tan desacorde con su personalidad divertida.

—Seguro —Alaude suspiró. Eso sí era propio de Giotto, el no preocupar a los demás.

—Está bien, iré a por los juguetes de este niño —le acarició el cabello y do media vuelta, cerrando la puerta en su salida.

Giotto permitió que un par de lágrimas salieran de sus ojos. Apenas llevaban un mes viviendo juntos, había sido un gran paso, pero lo habían hecho. ¿Había, quizá, imaginado demasiado al querer formar una familia con Alaude?

Quizá estaba yendo demasiado rápido. Alaude siempre se había caracterizado por ser libre, como un ave, y Giotto sabía que no podía quitarle esa libertad, o de lo contrario él no sería feliz a su lado.

—¿Tú qué dices, pequeñín? —sonrió, tomando su mano—. ¿Fui quizá muy precipitado con todo eso?

El bebé le miró con sus bonitos ojos azul índigo, más claros que los de Daemon gracias a la genética de Elena. Giotto lo miraba y no podía evitar pensar lo bonito que sería si fuera suyo, y fantasear que eran una familia feliz.

Quizá por eso, cuando Elena le pidió que hiciera de canguro por un día, no se negó. Después de todo, Elena y Daemon tenían la misma edad que él y Alaude, respectivamente, y pese a que llevaban más tiempo que ellos juntos, aún estaban en la universidad.

Ambos estaban agobiados con sus exámenes, y dado que ellos ya habían terminado los suyos de sus carreras, no había por qué negarse.

—¿Sí, verdad? —rió con tristeza—. Demasiado...

Escuchó pasos que se acercaban, y se limpió con rapidez las lágrimas, esbozando su mejor sonrisa mientras observaba la puerta abrirse.

Alaude entró como pudo con una caja llena de juguetes del pequeño.

—Mira, Alaude te ha traído juguetes, pequeño —le dijo al bebé, quien rió sacándose el biberón de la boca y balbuceó algo.

—Sigo sin entender por qué es necesario tantos trastos —suspiró Alaude, dejando la caja en el suelo.

El bebé se bajó del regazo de Giotto y gateó hasta la caja, cogiendo diferentes juguetes.

—Giotto, ¿por qué lloras?

La pregunta pilló desprevenido a Giotto, quien se tocó la cara para ver si había lágrimas corriendo.

—No estoy llorando.

—Tus ojos te delatan, Giotto —bufó el joven de orbes azules—. No te hagas el tonto conmigo. Sabes que no me gustan las mentiras.

—Lo siento —suspiró con una leve sonrisa arrepentida—. Pero no me siento con ganas de contártelo.

—No hace falta que me lo cuentes —aclaró—. Sé lo que piensas, por cómo miras a ese niño.

El rubio se sonrojó al verse descubierto, y seguidamente frunció el ceño.

—¿Qué quieres decir, Alaude?

—Estás pensando en alguna tontería de las tuyas, seguramente que no quiero niños porque sería algo así como atarme, ¿verdad?

Giotto a veces se sorprendía de cuánto lo conocía Alaude. A veces, porque así recordaba cómo acabó enamorándose de él.

—¿No es así? —preguntó con cierta timidez, pero también con curiosidad.

—Si no quiero tener hijos, es porque no me gustan especialmente los niños, y lo sabes —suspiró—. Pero eso no significa que no quiera tener un hijo en un futuro —se acercó a su novio y tomó su rostro entre sus manos, inclinándose hacia él—. Algún día, contigo.

Giotto sonrió y le atrajo hacia sí para besarlo. Mientras se besaban, el pequeño aplaudía alegre, como si hubiese entendido la conversación, y ambos rieron en el beso.

—Algún día, ¿eh? —repitió divertido Giotto cuando se separaron.

Alaude sonrió y le acarició el rostro.

—Algún día.

30 Days: OTP ChallengeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora