Narra GokuHabía pasado una semana completa casi sin ver a Milk. El lunes me contó que tenía que preparar un trabajo con unos compañeros, así que después de trabajar volvía a la universidad para ir a la biblioteca o iba a casa de alguno de sus compañeros. De ese modo, había pasado la semana entera.
Me tiré en la cama y me puse a mirar el techo.
Una gran parte de mí la echaba de menos. Echaba en falta su olor por el piso, la música que sonaba desde su habitación, el vapor que dejaba en el baño tras la ducha y las cenas compartidas. Eso sí que lo echaba en falta. Los dos juntos en la cocina preparando la cena entre conversaciones y risas.
Me levanté y miré la hora. Ya eran las once. Me vestí, tomé mis cosas y salí de la habitación. En la cocina me preparé un sándwich y agarré una lata de refresco del refrigerador. Lo eché todo en mi mochila.
A pesar de ser sábado, decidí ir a la biblioteca. Milk se había ido temprano a casa de una compañera para según ella terminar ya hoy el trabajo. Me monté en el coche y conduje hasta el campus. Total, para estar en el piso solo, mejor me iba a mirar los libros y a tomar los datos que necesitaba.
Aparque y puse rumbo a la biblioteca para pasar allí buena parte del sábado.
[...]
Cuando salí de la biblioteca ya era completamente de noche y el cielo estaba totalmente rojo. Seguramente mañana llovería con intensidad. En el momento que abrí la puerta del piso, dieron las seis y media de la tarde en el reloj del salón. Sobre el mueble del vestíbulo ya había otro juego de llaves. Sonreí. Milk estaba en casa.
-¡Hola, pequ…! ¿Milk?
De la impresión se me cayó la mochila al suelo. Ella rió.
-¿qué se supone que haces?
-¿cómo qué que hago, mariquita? ¡Solo hidrato mi cutis! – me contestó con dificultad.
Milk tenía extendido sobre el rostro y parte del cuello una especie de masa blanca un poco dura que le impedía hablar con fluidez. Únicamente se le veían los labios, los ojos y su contorno. Intentó alzar una ceja ante mi cara de desconcierto, pero la sustancia esa no le permitió mover apenas los músculos de su cara.
-Ah, claro – solté una pequeña risa. Se supone que eso debía ser algo evidente para un gay, ¿o qué?
-Estoy tan cansada de toda esta semana que he dedicado la tarde a consentirme – se sentó en el sofá – me he dado un baño relajante, me he puesto la ropa más cómoda de todo mi armario – estiró la camiseta gris que llevaba puesta – y ahora me he preparado una mascarilla natural de pepino – apoyó la cabeza en el respaldo del sofá y cerró los ojos.
-Entonces te dejo tranquila – no sabía que debía hacer en esta situación.
-Oh, no, tontito – abrió los ojos y me miró – te estaba esperando. Me ha sobrado un poco de mascarilla y pensé que quizás la querías para relajarte después de un día duro.
"¡¿Cómo?"
-Sólo he estado en la biblioteca, no estoy muy cansado – no me pondría eso en la cara ni muerto.
-¡Oh, vamos, mariquita! – se levantó y me tomó del antebrazo para llevarme al sofá – así no desperdicio la que me ha sobrado.
-Pe..pero…
-¿es qué te has aplicado una hace poco? Porque no es bueno abusar de las mascarillas, Ami me dijo que resecan el cutis.
"¡Dios, dios, dios!" ¿y ahora qué le digo?