Narra Goku
Era la noche del viernes, aunque más bien ya era la madrugada del sábado. El reloj del salón marcó la una de la mañana y yo volví a cambiar de canal, aburrido. Se suponía que saldría con Black a ver un partido de béisbol y luego a tomar unas cervezas, pero su novia lo había arrastrado a una fiesta de cumpleaños de una amiga y a mí me había dejado tirado.
-Dios… - me revolví el cabello y tiré el mando de la tele hacia el otro extremo del sofá.
No tenía sueño. Después de toda una semana yendo a clases, estaba cansado, así que había dormido un par de horas después de las clases de hoy para estar esta noche bien despierto y voy y me quedo sin plan.
Milk tampoco estaba. Su habitación tenía la puerta abierta. Habíamos establecido un código. Si la puerta la dejábamos abierta significaba que no estábamos en casa. Si estaba cerrada, estábamos dentro, ocupados.
Un programa de televentas había empezado en el canal que había dejado. Ofuscado, cogí de nuevo el mando y volví a cambiar. No había nada interesante que ver. Miré en la mesita baja que había junto al sofá. Había un ejemplar de Cumbres Borrascosas.
-Si no hay otra cosa… - lo tomé y empecé a hojearlo.
Llevaba cuarenta páginas, y ya me parecía tonta la actitud de algunos personajes, cuando la puerta de entrada se abrió y alguien entró de puntillas.
-¿Milk?
La sombra entró en el salón. Era Milk. "Goku cierra la boca", la chica llevaba una falda ajustada negra a un palmo por encima de las rodillas, una blusa de satén verde oscuro con los primeros botones abiertos, revelando un delicado escote, y unos tacones negros, que hacían que sus pálidas piernas parecieran interminables. Esos colores de la ropa contrastaba de forma encantadora con su tono de piel, haciéndola ver nívea y aterciopelada. Había recogido su cabello en una cola alta y apenas llevaba maquillaje en los ojos, sólo los labios en un tono rosado.
-¿Goku? ¿te he despertado?
Milk se acercó y dejó el abrigo negro sobre una silla. Cuando le dio en el rostro la luz de la lámpara, vi que tenía los ojos rojos.
-Estaba viendo la tele, ¿qué te sucede?
-Nada, nada – Milk agitó la cabeza e hizo un amago de sonrisa.
No sé porque tenía unas ganas enormes de escucharla, apoyarla y consolarla si fuera necesario.
-¿segura?
-Bueno… - la chica suspiró y se dejó caer en el sofá junto a mí - ¡odio a los hombres! – bufó.
-Vaya, eso no me deja en buen lugar – le dije.
-¡Oh! ¡tú no cuentas, mariquita!
Y tras decir eso, sucedieron dos cosas: tuve que morderme la lengua para no llevarle la contraria en lo que había dicho y tuve que mirar fijamente la pared que había tras de ella, pues había subido las piernas al sofá y su falda había trepado unos centímetros más arriba por sus muslos.
-De verdad, odio a los hombres – dejó caer la cabeza sobre el respaldo del sofá.
-¿me quieres contar lo que te ha pasado? – ofrecí – quizás te sientas mejor, y a lo mejor, puedo decir algo para defender al género masculino o para que lo odiemos más – tuve que usar el plural, porque se supone que a mí también me gusta ese género. Un escalofrío recorrió mi cuerpo.
-No es mucho. Había quedado con un chico de mi carrera, con el que llevaba un tiempo coqueteando, – habló – ya sabes, ir a cenar, tomar quizás una copa, no mucho más, pero el tipo tenía otros planes – suspiró – de verdad, Eliot me gustaba, pero resultó que él sólo quería llevarme a la cama, ¿por qué los hombres piensan con sus miembros? ¡los odio!