Algo en Kaito se retorció del dolor. Un sentimiento que no comprendía ni conocía, no era exasperación, no era miedo, no era temor ni pánico. Su interior estaba lleno de lo más frío, el abandono. Se quedó estático, con Kudo ignorándole mientras se adentraba a la enfermería y la desolación llegó hasta él. Esa sensación le hacía sentir que no podía vivir, que su existencia no tenía sentido, que nada lo valía más que esa persona que estaba dándole la espalda. Todo lo que él conocía se caía a pedazos y jamás imagino que esto sucedería así.
Él se enamoró de Aoko, una beta sencilla por la que él sería capaz de renunciar a su estatus de alfa, no le interesaba buscar en los omegas a su ideal para abandonarla a ella y eso la muchacha lo sabía. Sabía lo que Kuroba Kaito sentía por ella, pero la hija del inspector estaba más que clara de que aquellas eran palabras vacías. Su amigo jamás conoció a su alma gemela, por lo que todas sus palabras no eran más que un mero discurso bonito que la encantarían de no conocer la verdad, que un alfa no se resiste a los encantos de su omega. Jamás.
O al menos, eso pensaba Nakamori. Existían tantas excepciones o casos especiales, que la luz de esperanza seguía encendida, pero había que aclarar un pequeño punto: el que Kaito no pudiera resistirse a su omega, dependería netamente de la relación que ambos mantenían. Así que esperó. Sería estúpido entregarle su corazón a un alfa que podría abandonarla. Kuroba siempre pensó que sencillamente no le amaba, pero ahora encontraba sentido a todas sus palabras.
El problema es que ya no estaba tan seguro de no querer al detective. Es más, sentía que su corazón estaba echado por él, por sus encantos, por sus facciones, por sus labios carnosos y rojizos, por sus mejillas decoradas de un siempre tenue color rosa, por aquellos ojos azulados que le hacían ver el cielo, por esa piel nívea que se sentía como la suave nieve bajo su tacto, derritiéndose con su calor. Era enfermo, así se sentía. ¿Y si quizá todo lo que sentía no era más que meramente físico? No creía que Shinichi mereciera tan poco de su parte. Shinichi se merecía al mejor, a una persona que le amase de verdad y no solo por el inevitable atractivo físico que tenía. Kaito no estaba seguro de cumplir ese requisito.
. . .
—¿Sabe, joven amo? —la voz de Jii era comprensiva. —Tú alma gemela está destinada a ti por una razón. Es la única que encaja perfectamente, y eso puede no gustarte. —se había detenido, poniendo solo atención a la carretera.
—¡Jii, es un detective! Es imposible amarle —refutó el ladrón, exasperado.
—Lo es, el problema es que para usted, hace mucho tiempo dejó de serlo, joven amo —sentenció con una sonrisa tranquilizante, aquella que escondía detrás de su expresión muchos secretos de sabiduría.
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El recuerdo le pasó inadvertido. Odiaba darle la razón allí de esa oración, pero no iba a negarlo, la imposibilidad de amar a Shinichi era solo un ensueño, negárselo más era estúpido. El destino era tan malditamente caprichoso. Lo peor es que fuera de lo que él pudiera demostrar, la idea de que Kudo Shinichi fuera su alma gemela no le desagradaba, le volvía loco y encantaba a su corazón danzante, que se regocijaba con la noticia. Lo amaba tanto y había estado ciego tanto tiempo, que se sentía un completo imbécil.
Lentamente había caído en la locura cuando ese niño apareció en su vida, el aroma suave que desprendía no había sido suficiente para desesperarlo, pero sí para atarlos. Y de esa forma estaba, atado al más sagaz, persuasivo, el que equiparaba al diablo en cuestión a habilidad. Daba miedo, pero incluso no entendiéndose en su inicio, al mirarle siempre comprendía más las ansias que tenía de conocerle, de la poca personalidad que rescataba de él y ya amaba, pero que quería saber hasta lo más íntimo, como si para todos pudiera ser un libro cerrado y no para él.
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Límite { Kaishin | Shinkai }
FanfictionShinichi jamás fue un omega débil y sumiso. Más de una vez demostró a otras alfas y betas que su género no le ponía un escalón más bajo que cualquiera de los dos, por lo que siempre fue respetado por todos sus congéneres, hasta que Kaito Kuroba apar...