» VIII - Parte.

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Su temblor se detuvo levemente cuando Hakuba acarició con suavidad su mejilla, calmándole. Se dejó hacer por las manos del beta, el que tenía unas manos cálidas que al menos podían bajar su nerviosismo. El médico le había dicho que estaba sufriendo de crisis de angustia, lo que no era demasiado común, pero sí resultaba el comienzo de una depresión. A causa de la fuerte fiebre y los desmayos, el médico había pedido que se mantuviese en reposo en el hospital, harían exámenes para saber más de lo que podía estar sucediendo, pero temían que se volviesen a repetir las pérdidas de consciencia.

Shinichi tenía otras cosas en cabeza. Él amó una vez a una alfa, era Mouri Ran, pero después de tantos años decidió que solo había confundido las cosas, que él realmente no podía amarla, así que en su debido momento la rechazó. Después, aparecía Kuroba Kaito, un mago ladrón, destrozando su mundo y colocándolo de cabeza. Lamentaba tener que admitir que sí lo quería, que sus hormonas sí eran alborotadas por su recuerdo, por su toque, por sus manos recorriendo su cuerpo. Él era su supuesto ideal. Aquello no quitaba que él sintiera que no era más que carne para el chico alfa, jamás había demostrado lo contrario o atrevido a decir nada. Era decepcionante. ¿Ese tipo de persona tan cobarde era su complemento?

De verdad quería odiarlo, quería, pero estaba claro que no podía.

—Shinichi, ¿qué piensas de las almas gemelas? —cuestionó Hakuba de pronto, con una sonrisa ladina que parecía más que nada resignación.

El detective castaño farfulló, no esperaba que el tema tuviese que salir tan pronto.



Kuroba Kaito era una persona malditamente impulsiva. Lo sabía, nadie más debía decírselo para recordarle lo mutable que era, como en ese instante. Se había adentrado al hospital sin obstáculos aparentes, parándose justo frente a la puerta dónde estaba descansando el detective omega. El aroma desagradable de Hakuba también llegaba a sus fosas nasales y aunque sabía que lo que estaba por hacer era una locura, no estaba realmente interesado en todas las consecuencias que conllevaban sus actos, solo sabía que el que debía estar ahí, en esa habitación, cuidando a Kudou Shinichi, era él, no Hakuba.

Límite. Su cordura y racionalidad rozaba puntos de locura, fácilmente todo estaba abandonándolo para ese instinto agresivo y salvaje que era parte natural de él. Era desesperante no tener a Shinichi cerca, e imposible el que estuviese con otro.

Abrió la puerta de la habitación, hallándose en el interior de la misma a un Hakuba que sujetaba el mentón de Kudo con su índice y pulgar, con suaves caricias mientras que su rostro arrimado al propio, daba un beso a los labios del castaño. Esos que él adoraba y que nadie más debía tocar. Su aura negra y tenebrosa no tardó en hacerse notar. Shinichi comenzó a temblar frenéticamente bajo el tacto del detective londinense, pues ese ahí en la puerta tenía ese rostro de clara amenaza y advertencia.

—¿Qué haces aquí, Kuroba? —cuestionó, su voz y sonrisa delatando en él esa altanería. Kudo no podía parar de agitarse, aterrado de verle, con las mejillas colorándose y encogiéndose más sobre sí mismo. Hakuba se apartó, parándose firme al lado de la camilla.

—Eso no te incumbe, Hakuba —dijo, con esa voz de demanda que causaba sumisión en los demás. —Tengo que hablar con Shinichi.

Saguru estuvo a punto de refutar, puesto que a él no le molestaría en lo absoluto lanzarse a pelear con Kaito, era de hecho lo que venía esperando ya bastante tiempo, probarle en fuerza, probarle que él ganaría, pero en cambio, esta vez lo hacía por motivos diferentes. Eran dos miradas de animales feroces cruzándose por un motivo: el omega que yacía frágil en la camilla.

Límite { Kaishin | Shinkai }Donde viven las historias. Descúbrelo ahora