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Caminé hasta la sala, sin hacer ningún ruido. Miré de reojo la puerta de la habitación de Tyler, a varios metros de mí.

Ver su figura mirando a través de la ventana me provocó escalofríos.

— Vete a la mierda, Tyler. — solté en suspiro. — Casi me matas del susto. ¿Desde cuando te despiertas temprano los sábados? ¿Desde cuando te despiertas temprano?

Se volvió hacia mí, con una sonrisa enorme y los ojos cristalizados.

— Está nevando, Thomas. — Tyler sonaba extrañamente tranquilo. — Hoy es primero de diciembre.

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Tyler se dejó caer sobre la nieve, dejando la botella de cerveza vacía a su lado.

Su sonrisa había desaparecido, dejando solamente seriedad. Tenía la mirada tan fija en algún punto del cielo, que incluso empecé a asustarme por un momento.

— Sólo un mes. — dijo, confundiéndome. Su voz tenía una amargura que no había escuchado nunca antes. — Estaremos aquí sólo un mes más.

Asentí con la cabeza, aún sin entender completamente.

— Suenas como si no fuéramos a vernos nunca más. — rodé los ojos, encendiendo un cigarro.
— ¡Thomas, esto es en serio! — exclamó, impaciente. ¿Qué mierda?

Tragó saliva.

— Tengo miedo, Thomas. — susurró, su voz se quebraba. — ¿Qué tal si cambias de opinión, y también te vas?

Retuve una sonrisa, dándole la primera calada al cigarro.

Si crees que te voy a dejar sólo después de todo lo que hemos pasado, puedes irte a la mierda.

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Miré a través de la ventana, pegándome aún más las rodillas al pecho.

Una ráfaga de viento entró de imprevisto, congelándome rápidamente.
Las luces estaban apagadas, y Tyler probablemente dormía profundamente.

Cerré los ojos de nuevo, pero aún no podía hacerlo.

Un mes, Thomas. Sólo un mes.

Las palabras resonaban en mi cabeza, las escuchaba como la música de fondo mientras me hacía un millón de preguntas a las que probablemente no tendría respuesta.

Abrí los ojos de golpe. Una idea pasando por mi cabeza hizo que por un momento dejara de pensar completamente:

Si al final de todo me iría, cualquier cosa que hiciera ahora sería algo de lo que no me podría arrepentir después.

Me dirigí rápidamente a la sala, guardando silencio mientras pasaba frente a la habitación de Tyler.

Tomé las llaves del auto sobre la mesa, y bajé las escaleras lo más rápido que mis pies me permitieron.

Encendí el auto, y evité pensar en otra cosa que no fuera la nieve en la calle vacía frente a mí, teniendo cuidado de no perder el valor, porque para hacer una estupidez se necesita ser o muy valiente o muy idiota.

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Toqué el timbre frente a mí, pero no obtuve respuesta. Estuve a punto de girar sobre mis talones y de sentirme como un completo estúpido cuando escuché una voz femenina a través del altavoz del edificio:

— Buenas noches. — soltó un bostezo. 11:36 PM. Si esa chica trabajaba en el edificio en serio debía de necesitar el empleo. — ¿En qué puedo servirle?

Tragué saliva.

— Hola, estoy buscando a Jack.

Guardó silencio por un momento.

— ¿Jack qué?
— Jack... no sé su apellido.
— ¿Número del apartamento? — continuó, su voz sonaba como la de una máquina.
— No lo sé.

Bufó, perdiendo la paciencia.

— No puedes entrar si ni siquiera sabes a dónde ir.
— Es algo de vida o muerte. — insistí, colocando la mano sobre la puerta. — Lo sabré cuando lo vea.

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Estaba a punto de subir las escaleras cuando me di cuenta de que a unos metros de mí había un elevador del que Jack no me habló nunca.

— Idiota. — tomé el elevador, y recordando a medias cuantos pisos subió Jack la última vez que estuve aquí, presioné el número cinco, que era el número de la suerte.

Al final del pasillo, finalmente encontré el departamento. Tenía su nombre escrito debajo del número cuarenta y cinco sobre la puerta.

Golpeé varias veces, a punto de hacerlo por última vez cuando la puerta estuvo finalmente abierta.

— Thomas. — abrió un Jack con el cabello castaño revuelto y completamente despierto. — Pasa.

Me siguió hasta su habitación con un bowl lleno de palomitas de maíz.
Me giré hacia atrás varias veces, pero el no parecía sorprendido en absoluto.

Como si esto le pasara muy a menudo.

Se sentó sobre la cama, poniendo play a lo que sea que estaba viendo e invitándome a unírmele con su mano.

— ¿Qué estás viendo? — pregunté, sin quitar los ojos de la pantalla.
Bates Motel.
— Pausa. — dije, minutos después. Obedeció y la pantalla se congeló en el momento en el que aparecía una chica pelirroja.

Bufé.

— ¿Quién es ella?
— Es Emma. Es amiga de Norman. — respondió Jack, metiéndose un puño de palomitas a la boca.
— No me agrada. Es hipócrita.

Tosió, atragantándose.

— ¿No tienes corazón? ¿Cómo no puedes amarla? Es amable, y dulce. — respondió de nuevo, tocándome la punta de la nariz. — Justo como tú.

Alcé una ceja, volviéndome hacia él para mirarlo con falso cinismo.

— ¿Estás coqueteando conmigo, Jack?
— No lo sé. — finalmente sonreía. — Tendrás que quedarte para descubrirlo.

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