PRÓLOGO

448 40 3
                                    

Mi nombre es Midorikawa Ryuuji y estoy muerto. No puedo decirte desde cuándo, porque ya no lo recuerdo y, por lo mismo, no puedo decirte cómo. Realmente, no recuerdo mucho sobre ese día (o noche) o de mi vida en general. Sólo tengo tenues destellos de lo que alguna vez fue, a veces dudo, pero sí ocurrió. Yo existí, mi vida fue real y no un sueño como pienso a veces. Recuerdo a mi madre y su sopa de miso, que era mi favorita; ya no puedo comerla más. También recuerdo los sermones de mi padre, no me preguntes por qué, eso tampoco lo sé. Y recuerdo a mi hermana cantando en la ducha todas las mañanas, no es que ella tuviera buena voz, pero es que no puedes elegir los recuerdos que vas a conservar. En serio, no los eliges.

Ninguno de ellos está conmigo ahora, deben estar en el cielo o algo así. En vida, me hicieron creer en esas cosas, pero ahora, no estoy muy seguro porque yo no estoy en el cielo o en el infierno. Estoy en mi ciudad, transitando las calles que solía recorrer todos los días, reconociendo algunas caras, conociendo caras nuevas. Estoy en mi ciudad, pero realmente no estoy, porque nadie puede verme. Es por ello que a veces dudo, sobre mí y sobre ellos.

Todo se siente como un sueño.

Pero, si te soy sincero, estar muerto no es tan malo. Puedo ir a dónde quiera al momento que quiera y nadie puede decirme que no. Puedo ver los partidos de fútbol en el estadio sin pagar. Voy a todos los festivales y siempre tengo los mejores asientos. Y también visito mis restaurantes favoritos, si tengo una queja constante de mi estado, desearía poder comer. No es como que sienta hambre, ahora no poseo necesidades fisiológicas, tampoco me afectan las temperaturas ni siento dolor físico. Esa máquina o templo (como solía llamarlo mi abuela) está enterrado bajo tierra. Quizás, ya sólo sean huesos que el tiempo desintegrara, @leí una vez que los huesos tardan 40 a 50 en descomponerse, ¿llevaré tanto tiempo muerto? No lo sé. Pero el caso es que extraño el sabor de un buen chocolate caliente en las noches frías, y un té helado en las tardes calurosas. También me gusta ir a la torre de metal, desde allí puedo ver la ciudad y el sol esconderse detrás de las montañas. Extiendo mi mano y siento que puedo tomar esa brasa caliente. O que puedo volar hasta él. Si tuviese que ir a un lugar, me gustaría ir al espacio y convertirme en una estrella.

Sí, ya sé que suena tonto, pero sólo digo que me gustaría.

Mi lugar favorito para "merodear" es el instituto donde solía estudiar. Hay muchísimos alumnos nuevos, pero ninguno que estudiara conmigo. Al principio, ese hecho lograba desconcertarme mucho y entonces me ponía a llorar, pero no lloraba en serio, sólo sentía como si lo hiciera pero no habían lágrimas. Ya me he acostumbrado.

Me entretengo fingiendo que soy un alumno más y me gusta escuchar las clases lo que es muy irónico porque sé que cuando estaba vivo lo odiaba; no, no lo recuerdo. Sólo lo sé. Cuando toca el timbre del almuerzo, le comento algo a mi compañera de mesa, no me responde, pero me gusta pensar que me ha escuchado y que somos amigos. Ella se llama Mizu Teyuta y tiene un bonito cabello negro que teñirá de rubio cuando entre a la universidad; a mí me gusta su cabello como es ahora. Y al chico que se siente dos mesas detrás de nosotros, también le gusta, pero ellos no se hablan. Ahora creerás que voy a soltar uno de esos discursos donde tienes que aprecia cada oportunidad porque te mueres y ya no puedes hacer nada. Pues no, es jodido decirle a alguien que te gusta, y más aún tratándose de una chica tan linda como Mizu Teyuta, existe el miedo al rechazo.

Mi día escolar concluye observando el partido de soccer del club, me quedo allí las dos horas hasta que todos se van. Y es así como invierto el regalo de la eternidad que se me ha dado. Quizás no parezca mucho, posiblemente, tú también hagas la mayoría de estas cosas, pero no lo cambiaría por el cielo, porque allí no estaría el chico más lindo del mundo.

Hiroto Kiyama, ese es su nombre y es todo perfección. Tiene el cabello más rojo que puedas imaginar y la piel tan pálida como luna llena. Sus ojos son verde jade, amables y cariñosos. Me gustaría que algún día pueda verme, escucharme y sentirme. Es absurdo después de vida enamorarme como un tonto, pero es imposible no amarlo, en serio. Si lo vieras, estarías de acuerdo conmigo. Quisiera poder decirle que me gusta, pero no sé cómo hacerlo.

Sabes qué, ya estoy cansado de esta situación, buscaré la manera de confesarme. Le diré a Hiroto Kiyama lo mucho que me gusta.

¡Lo haré!

TU MENTIRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora