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Cada vez era más fácil someterse a Dominic enfrente de sus amigos. Esta era la sexta vez que lo hacía en cinco meses que tenía con él. Los invitados podían cambiar, pero Vanesa siempre estaba ahí, mirando con ojo de halcón sobre su Amo. Era sencillo presentarse frente a personas que usaban máscaras y se mantenían en silencio, dejando actuar a Dominic.

El azote de otra nalgada resonó el aire, y Sophia contuvo el gemido como pudo. Su posición mahometana, la tenía a merced de Dominic y su jodido consolador, directo en su clítoris. Él acomodó de nuevo su braga negra, cuando notó que intentaba mover con las caderas el singular aparato esférico lejos de su punto sensible.

—¿Cuántos azotes necesitarás para que te quedes quieta? —la interrogó divertido.

Despertó bajas risas guturales masculinas.

—Lo siento, señor.

Sophia colocó su caliente mejilla contra la superficie acolchada de la mesa, respirando con pesadez. Los cinco invitados se hallaban a un costado de la sala, sentados en cómodos sillones mirándola con curiosidad bajo sus antifaces negros.

Algunos portaban sencillas muecas de placer, y otros simplemente querían ser el hombre detrás de ella que la tocase más a profundidad. Se sintió excitada, la mirada apreciativa de ellos la hacía sentir más que un objeto, sino deseada e inalcanzable para todos.

Se mordió los labios cuando sintió la mano masculina repasando la curvatura de su trasero. Dominic sabía cómo manejarla, cómo excitarla, y cómo negarle sus orgasmos. Eran un desgraciado, ya que nunca la dejaba correrse en una presentación.

—Te has portado bien hasta ahora... —le susurró sonriente, inclinándose sobre su hombro.

Sintió el calor de su pecho contra su espalda, quiso tocarlo, hacer algo. Pero estaba totalmente restringida. Sus piernas estaban muy juntas y amarradas por una soga que cruzaba justo la línea divisoria de sus nalgas hasta su espalda; donde sus brazos estaban atados.

—¿Quieres correrte, primor?

—Sí, señor. Por favor... —suplicó desesperada, volviendo su rostro de nuevo a la mesa, apoyando la frente contra la suave superficie.

Deseaba esto, porque llevaba cinco meses sin sexo. Aprendiendo sumisión, sin obtener recompensas de su ingrato Amo. No tenía una sola noticia de Sebastián, y sin embargo este seguía siendo su principal pensamiento cuando buscaba la liberación con sus propios dedos.

Lo odiaba, por enseñarle un pecado y un mundo que no necesitó antes de conocerlo. Nada tenía comparación a él, y le molestaba saber que después de cinco meses, seguía cerrando sus ojos e imaginándose a merced de Sebastián, y sus pasionales ojos azules manchadoscon ese castaño alrededor de su pupila. 

—No te contengas, entonces... considéralo un regalo —murmuró Dominic, pasando una mano por el interior de su torso.

Sophia tensó el vientre, cuando sintió sus callosos y ásperos dedos sobre su piel. Estos resbalaron hasta sus pechos, doloridos y pesados debido a las pinzas que adornaban las cumbres de sus pezones.

Dominic incrementó la intensidad del vibrador dentro de su húmeda braga, justo antes de quitarle una pinza de un tirón, y luego la otra. Fueron dos explosiones seguidas, la presión se liberó y la abrumó por completo. No pudo contener los gemidos, ni tampoco la sensación de soltura que sintió en sus entrañas ardientes.

—Vamos, primor, sé que tienes más...

Este llevó una mano hasta su entrepierna, y apretó el vibrador contra su clítoris. Desató el resto de su orgasmo, uno que la hizo tiritar y removerse entre gemidos de súplica, alargando su orgasmo por más tiempo.

SEBASTIAN [serie amantes 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora