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Diez años. Hace dos días que había cumplido una decena. Pero para Sebastián, fue cualquier otro día. Se levantó temprano, asistió a clases, y regresó a un apartamento vacío esperando que su madre apareciera. Como siempre, Mercedes llegó más allá de la media noche, intoxicada en alcohol y quizá con su nuevo novio.

Su padre se marchó después que él cumplió los seis años, prometió brindarles una mejor vida con su nuevo trabajo en Estados Unidos. Y así lo hizo, envió dinero para que ambos se mudasen a ese apartamento que tenían ahora, su mamá compró nuevos muebles, y al principio, todo pareció ir viento en popa.

Su desigual familia, parecía ser igual que cualquier otra. Hasta que hace dos años, su mamá empezó a tener nuevos amigos, con aspectos alarmantes que lo ponían nervioso. Ahora, encontrar a su madre tirada en el suelo, con otro hombre, era cosa de todos los días.

—¿Mamá? —preguntó él.

Sebastián se acuclilló al lado de su mamá. Era tarde, llegaría muy tarde a la escuela. Tenía hambre y no había nada en su frigorífico, la poca comida que su madre compraba, desapareció de la noche a la mañana, el cereal se hallaba regado por todo el suelo de la cocina, junto con vidrios rotos.

—¡Mamá! —la llamó, molesto— ¡Levántate!

La meció de nuevo, hasta que ella gimió con hastío empujándolo y dejándolo caer al suelo de un sentón. Sebastián se apoyó en sus manos, suspirando con pesadez. Era inútil, ella no respondería hasta la tarde.

Alzó su mirada, hacia el imbécil que ahora ocupaba todo el espacio del viejo sofá. Amadeo, era el nuevo "novio" de su madre. O eso era lo que creía. Sebastián desconocía que el sujeto le proporcionaba todo tipo de narcóticos a su madre, era un dealer, que estaba más que emocionado con Mercedes y su fuente ilimitada de dinero.

Sebastián dejó el apartamento, con su estómago gruñendo por hambre como a veces pasaba. Cuánto deseaba poder hablar con su papá, y contarle todo. Pero no podía hacerlo, su mamá lo había amenazado, si él le decía a su padre lo que pasaba en México, este jamás sabría de él de nuevo. Sebastián tenía miedo que algo así pasara, por lo que prefirió callar.

—¿Querido? —lo llamó una voz de mujer— ¿Querido?

Su vecina, la señora del 4B, salió de su apartamento con sus dos hijos. Le lanzó una curiosa mirada a Sebastián antes de instarlo a acercarse.

—Buen día, doña Celia.

—Buen día, cariño. ¿Vas a la escuela solo de nuevo?

Sebastián asintió con fervor. Mientras ella lo observaba con demasiado afán.

—¿Comiste? —lo interrogó curiosa.

Él lo pensó unos segundos, antes de decir que sí con la cabeza. Pero su estómago lo desmintió, gruñendo fuerte y claro. Los dos hijos varones de doña Celia eran relativos a su edad, y ambos sacudieron su cabeza en reproche, recordándole que mentirle a su madre solo le atraería problemas.

—¡Sebastián!

La mujer frunció las cejas oscuras, mirándolo con enojo.

—¿Ya desayunaste? —esta vez, su voz melodiosa tenía ese gruñido implícito.

—No, doña Celia —suspiró empecinado—, todavía no.

Ella se limitó a asentir una vez, abrió de nuevo su puerta e hizo pasar a los tres niños. Desde ese día, la amable vecina le proporcionó el desayuno a Sebastián, además de planchar su camisa arrugada para que fuese presentable a la escuela...

SEBASTIAN [serie amantes 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora