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Sentado a la mesa de la cocina de su vecina, Sebas seguía meditando cómo habían enterrado a su mamá esa misma mañana. Era extraño, porque el clima fue cálido, ni una nube de tormenta en el horizonte amenazó en todo el día. Seguía mirando sus dedos, incluso después de la comida. No quiso levantarse y ver televisión. No sentía el ánimo para hacerlo, ni siquiera con un día tan bonito como ese.

—¿Y conoces su número? —siguió interrogándolo su vecina.

Él negó con suavidad. No sabía cómo contactar a su papá, al final terminaría en una tonta casa hogar, esperando que alguien se apiadase de un niño huérfano.

—Mamá se encargaba de hablar con él. De llamarlo.

—¿Lo llamaba desde tu casa?

Sebas alzó la mirada, había un rastro de esperanza en la voz de doña Celia. Entonces asintió con su cabeza, y observó a su vecina sonreír con sus ojos castaños iluminados y llenos de alivio.

—Sebastián, ¿Sabes dónde guardaba tu mamá los recibos del teléfono?

—Sí. En su habitación —respondió vacilante— En su mesa de noche.

—Espera aquí, cariño.

La mujer se puso en pie, besó su frente y salió corriendo. Sebastián no la hubiese acompañado de todas formas. No quería ver su casa de nuevo, incluso pasar al lado de su puerta le dolía demasiado.

Sus abuelos apenas lo reconocieron cuando fue a visitarlos al asilo esa mañana. Eran muy mayores para entender lo que pasaba, al menos el abuelo no entendió. Su abuela había derramado un par de lágrimas, lo abrazó con fuerza, diciéndole al oído que tenía que ser un niño fuerte, solo que no le dijo cómo hacerlo.

Solo tenía diez años, y tuvo que hacerse cargo de los preparativos de un entierro. Para su suerte, su vecina tomó la responsabilidad por él. Sebastián se limitó a contener las lágrimas, hasta que la tierra empezó a cubrir el féretro y se desmoronó al entender que ya no vería a su mamá otra vez.

—¿Sebas?

Doña Celia tocó su hombro, él sorbió por la nariz, y limpió sus calientes lágrimas con el dorso de su mano. Ella no dijo más, se arrodilló a su lado y lo abrazó. Su vecina pasó una mano por su espalda, consolándolo, mientras él hundía su rostro en su ropa, en el dulce aroma de su perfume, dejando salir su dolor.

—La voy a extrañar... —siseó entre sollozos, con la voz rota.

—Ya lo sé, cariño... ya lo sé... —respondió su vecina, conmovida— Pero ella está en mejor lugar ahora.

—Pero me dejó aquí. Me dejó solo...

[Presente]

Sebastián llevaba dos horas sentado en la barra del club, bebiendo agua como si su vida dependiera de ello. Todavía no podía creer que Melissa estuviese jugando a la bailarina desnudista con Fernando en uno de los reservados.

Fue suficiente para él. Salió del salón común, directo a las escaleras del segundo piso. Necesitaba que el imbécil de Dominic le pusiera un freno a su loca sumisa. Fernando estaba usándola por despecho, porque la mujer que sí quería, al parecer era de otro. Alguien saldría herido, y estaba seguro que no sería su amigo.

Pasó de lejos las habitaciones abiertas, ignorando los gemidos de placer que salían de ellas. La puerta de la oficina de Dom, estaba al final del corredor, entreabierta. Sebastián caminó con cautela, sus pasos eran amortiguados por la cara alfombra negra que revestía los suelos.

SEBASTIAN [serie amantes 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora