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Como en cualquier otra lección de dildos, Sophia estaba en la mazmorra de Vanesa. A veces se sentía en la escuela, solo que esta institución era para mayores de edad. Su escritorio, era una cama, y su maestra paseaba en lencería por la habitación buscando dilatadores anales.

La palabra del día, era esa, anal. Una palabra que la asustó de muerte. Todavía no quería imaginarse a nadie indagando en su virginal cavidad, recordaba a Sebastián obligándola a girarse para conocer frente a frente su trasero. La sola memoria, la ponía roja de pena.

—¿Y esto es placentero? —inquirió con desdén.

Se había cruzado de piernas, mientras Vanesa le mostraba el más pesado de los dilatadores anales. Ni siquiera podía cerrar su mano a su alrededor. Parecía una larga y enorme bala de metal ¿A quién demonios le cabría algo así?

Vanesa se sentó a su lado, tomando el plug en una mano y cambiándoselo por uno más fino de plástico suave, un poco más grueso que un pulgar.

—Este es un plug para expertos en la materia, Sophie —le sonrió con picardía—. Porque en realidad, se asimila al tamaño y grosor de un pene real. Así que esto va en tu trasero, mientras tu Amo se encarga de follar tu coño.

Se le fueron los colores del rostro, haciendo que Vanesa se carcajease con la forma avergonzada que la miró.

—Eres de lo peor, Vanesa...

—Y tú eres muy santa, mi amor —se burló la Dominatriz.

Sophia no discutiría eso. Era cierto que estaba perdiendo los escrúpulos lentamente, pero a veces las lecciones de sexo con Vanesa, la sobrepasaban. Ella era muy hermosa, y muy liberal, forzándola a conservar una mente abierta cuando entraba a su mazmorra.

—¿Para qué es este pequeño?

Alzó el plug de plástico, todavía en su empaque. Vanesa le lanzó una mirada de obviedad.

—¿Cómo que para qué? Con algo tienes que empezar, Sophia.

Ella la miró con desconcierto.

—¡¿Ahora?!

—¿Y por qué no? —sonrió la mujer, alzando sus perfectas cejas con picardía.

Mejillas rojas de nuevo, que sacaron otra sana risotada de Vanesa. De ninguna manera metería eso en su trasero, al menos no a las dos de la tarde.

—No creo que esto entre... —murmuró asustada.

—Con lubricante lo hará. Descuida, así como le digo a todos: al final termina gustándote.

Su sonrisa de comercial de pasta de dientes no la hizo sentir mejor. Tal vez Sophia paseaba vestida con ropa normal por el club, pero definitivamente tenía que hacer lo que sus instructores, Dominic y Vanesa le pedían. Saltarse una orden de ellos, le traía problemas con una pala de plástico a la que empezaba tomarle cariño.

Miró a la mujer con incertidumbre.

—¿No tienes algo más pequeño?

—Nop. Ese es el tamaño "principiante". Lo pondré dentro de ti, tendrás que usarlo el resto del día, hasta que Dom te lo quite. Con un poco de práctica podrías usarlo sola...

Algo parecido a la excitación apretó su vientre. La idea sonaba lo suficiente morbosa como para incitarla a probarlo. Sería una mentirosa, si en esos momentos, Sophia negase que no se imaginaba a Sebastián pidiéndole aceptar un plug antes de follarla.

Apartó la mirada en cuanto reparó en Vanesa, que la miraba con asombro. Su sonrisa se deformó cuando abrió la boca, incrédula.

—¡Te excitaste con la idea! —le confirmó divertida.

—¡¿Qué?! ¡No! Todavía pienso que es raro.

Vanesa asintió con suavidad y mirada escéptica.

—Claro. Lo que digas, chica. Quítate el maldito short, y recuesta tu torso contra la cama, veremos cuánto lo odias una vez esté adentro...

***

Dominic abrió la puerta de la mazmorra de Vanesa. Frunció el ceño cuando encontró a Sophia caminando de un extremo a otro de la habitación, con una expresión como si hubiese comido un limón.

—¿Qué están haciendo? —preguntó vacilante.

Vanesa seguía sentada en la cama, mirando con ojos entrecerrados a Sophia. Cuando lo notó a él, esta señaló a su sumisa con una sonrisa crispando sus carnosos labios.

—Ella tiene un plug.

Cuatro palabras que hicieron que su quijada cayera al suelo. Dominic volvió la expresión atónita hacia Sophia que empezaba a sonrojarse.

—¿Lo aceptaste? —jadeó incrédulo, y algo orgulloso.

La chica se detuvo y suspiró con pesadez muy despacio. La vio abrir la boca, como si el mero movimiento de contracción encendiera los nervios en su interior. Sophia colocó una mano en su vientre, sus dedos empezando a aferrarse a la tela de su camisa con desespero.

—Sigue queriendo salirse —chilló conmocionada—, no entiendo...

—Sigue caminando, Sophia. Olvida que está ahí dentro, y listo.

La Dominatriz se encogió de hombros con normalidad. Pero Sophia se volvió hacia ella, luciendo ofendida con su sencilla petición.

—Es tan fácil para ti decirlo, ¡no tienes un pedazo de plástico hundido en tu ano, Vanesa!

Dom rió en un aliento, reprimiendo su sonrisa. Demonios. Extrañaría a Sophia, era la única cosa buena que existía en el club que le mejoraba el ánimo. Tal vez, una vez se marchase, podría traer a Kara...

—Será mejor que no me tientes a buscar una pala, Sophia... no me importaría azotarte con el dilatador todavía en tu trasero...

La idea de la Dominatriz sonrojó a la chica, incluso la hizo apartar la mirada. Dominic intuyó que Vanesa no sería la única que disfrutaría esos azotes. Cada semana, Sophia se adentraba un poco más en descubrir su sexualidad, Dominic solo estaba aliviado que ella no se atreviera a pedirle sexo.

Vergüenza o no de parte de Sophia, el hecho de excluir el coito de su relación de Dom/sub había afianzado la confianza entre ellos. La consideraba una buena aprendiz, incluso una amiga, se había ganado su corazón lentamente.

—Dom... —lo llamó Vanesa, sacándolo de sus pensamientos— ¿A qué vienes? Se supone que hoy le enseño a Sophia el resto del día.

Él asintió con suavidad. Vanesa lo había salvado de varias practicas algo intrusivas en el cuerpo de Sophia. Aunque él lo odiase admitir, no se sentía bien estar con Sophia en el club, y luego regresar a casa y ocuparse de Kara y su propia instrucción.

Cualquier dominante estaría feliz de tener dos sumisas, esto no era nuevo para él tampoco. Sólo que... sentía que traicionaba a una con la otra. Sentimientos ridículos en alguien promiscuo como Dominic, pero eran ciertos, y le molestaba tenerlos.

—Ya lo sé, Vanesa... pero creo que la lección acaba aquí.

—¿Por qué? —lo cuestionó Sophia.

Dom cambió su peso de pierna, rascando su nuca. Esto era muy difícil para él. Alzó el rostro hacia Sophia, que seguía mirándolo con cautela.

Él suspiró una vez. Hora de decir la verdad.

—Te quiero presentar a alguien...

SEBASTIAN [serie amantes 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora