El ataque

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Mario estaba preparándose para darse un baño en su casa, una vez terminado su turno. Supuso que solo tenía que esperar que todo se resuelva. Después de la conversación con su jefe, los bomberos fueron a apagar un incendio en una fábrica de telas. En ese momento no había nadie en el lugar y no hubo heridos. Sí hubo muchas pérdidas materiales. Gran parte de la mercadería se había destruído. No encontraron indicios de como se originó, aunque un vecino comentó que hubo protestas hacía pocos días por el uso de pieles de animales. Como correspondía, esperaban una investigación, pero no se presentó en el lugar Ramirez y Mario no quería involucrarse sin tener indicios.

Mientras cavilaba, teniendo todavía en la mano la remera
que acababa de quitarse, escuchó ruidos que lo hicieron
reaccionar. Primero, lo que parecían varios vehículos
deteniéndose. Luego el inconfundible sonido de su ventana rompiéndose. Sabiendo que no podían entrar por ahí, se
acostó en el piso esperando algún tipo de ataque.

Una granada explotó en su sala, destruyendo una gran parte.
Luego se oyeron pasos. Mario puso llave y volvió a colocarse la
remera.

—Busquenló bien —dijo un hombre.

Se separaron. Supuso que eran al menos tres.

—No está acá —habló otro hombre.

—Quemen esos rincones —respondió el primero—.
Alcanzame eso. Debe estar en el baño.

El hombre movió el picaporte, tratando de no hacer ruido. Al
no poder abrir derramó combustible en la puerta de madera y se dispuso a quemarla. Mario se acostó en la bañera y abrió la canilla. Luego tomó un toallón y tapó el desagüe. El agua empezó a expandirse.

El hombre empezó a golpear la puerta. Mario, que esperaba
disparos, se incorporó sobre el toallón y extendió la manguera. Roció la puerta y la parte baja, alejando el combustible derramado.

—Si pensabas que nos vas a quemar tenemos trajes que lo
resistan. Como el tuyo, Mario. Pero imagino que no lo tendrás
ahí.

Mario no le respondió. El hombre sacó una espada que tenía colgada en el cinto. Continuó pateando hasta hacerle un agujero. Metió la mano enguantada y giró la llave. Abrió la puerta de golpe y se dirigió a la bañera, que estaba oculta por una cortina. Iba a correrla con una mano y sosteniendo la espada en otra. Mario lo atacó por detrás, lanzándolo contra la cortina. Se enredó con esta y cayó al agua. Llevaba una capa violeta oscura y botas. Mario lo sujetó.

El notó la luz y sombra de otra persona acercándose. Llevaba
la misma ropa, con la cara cubierta y una antorcha. Cuando estuvo cerca lo pateó, cayendo los dos fuera de la bañera y la antorcha dentro. Mario intentó levantarse rápido, sin resbalar. Tomó la llave, salió y cerró del otro lado, llevándosela. Los
otros se incorporaron. La superficie del agua se cubrió de
llamas que alcanzaron al primero, sin quemarlo.

—¿Querés matarme? —le dijo el otro.

—No, señor. Él me atacó y se me cayó.

—Bien. Porque este será tu funeral. ¡Que las alas se eleven!

Le clavó su espada. Lo empujó dentro y la sacó. Volvió a golpear la puerta, cerca del agujero.

Mario avanzó por la casa. Estaba a oscuras, en parte
iluminada por distintas llamas. Lo poco que se veía estaba
destruído. Delante de él, bloqueando el pasillo, se hallaba la mujer. Estaba vestida igual que los otros y tenía otra antorcha con las dos manos.

—No podés escapar, Mario.

—Tu voz me suena familiar. Igual que la del hombre del
baño.

Ella llevaba una máscara simple pero inexpresiva. Se la quitó.
Reconoció su rostro. Era una de las personas que organizaba
actividades en el campamento.

—Cuanto tiempo sin vernos. Ya era hora de reunirnos. Veo
que estás bien preparado.

—Entonces es verdad —dijo más para si mismo—. Ustedes
mataron a mis padres.

—Si venís con nosotros te lo explicamos.

Se miraron en silencio varios segundos.

—¿No querés saber más de nosotros? ¿De nuestro líder?

—Supongo que era el jefe del campamento. ¿Cómo era su
nombre?

—Creería que pensás sacarme información y luego
vencernos. Veamos.

Estiró el brazo bruscamente hasta tocarlo con la punta de la
antorcha. El fuego lo alcanzó, aunque no llegó a dañarlo mucho por el agua. Luego ella lanzó un golpe horizontal cerca
de su cara, que impactó en la pared. Mario retrocedió. Ella
levantó la antorcha para efectuar un golpe descendente. Él se alejó más para tomar un espejo con marco de madera del
pasillo, cerca del baño. El hombre que se encontraba dentro estaba haciendo un tajo que separaba la cerradura del resto de la puerta. Mario agarró el espejo por atrás y atacó a la
mujer en diagonal mientras ella hacía lo mismo en dirección
contraria. El vidrio estalló y la antorcha quedó atravesada.
Ambos apartaron la cara para protegerse los ojos. Mario la
empujó contra la pared, todavía sosteniendo el marco. Ella se
golpeó y cayó. Él aprovechó para escapar.

El hombre salió. Se acercó a la mujer. Ella se levantó, tirando
el marco.

—Terminá de quemar la casa. Yo voy por él —dijo y se alejó,
con la espada en la mano.

Mario fue al garaje. Buscó la llave del auto y el control para
abrir la puerta en un estante de la pared. Entró al vehículo, lo
encendió y apretó un botón. La puerta se levantaba y empezaba a ver otros autos en la calle. El hombre entró y golpeó un vidrio con la espada, haciendo que se rompa.

—¡No dejen que salga! —le habló a gente que estaba afuera.

El auto se puso enfrente de la salida. Mario se agachó y tomó
un matafuegos pequeño de entre los asientos. Lo usó para
bloquear los golpes. Tres hombres entraron, armados.
Aceleró. Los hombres se apartaron. El auto chocó contra el otro. El hombre cayó, golpeándose.

Los otros levantaron sus armas. Mario dio marcha atrás. El
vehículo atravesó la pared y se detuvo. Los estantes y las cosas
que tenían se cayeron, incluyendo una lata de pintura. Ellos empezaron a disparar, destrozando todo. Mario se mantuvo agachado. Le cayeron vidrios encima. La pintura se
derramaba. A lo lejos se empezaban a oír sirenas y vehículos.

—¡Vámonos! —ordenó la mujer.

Escuchó como se iban. También disparos y el sonido de una moto. Una de las sirenas los siguió. El camión de bomberos
llegó. Sus compañeros se acercaron a socorrerlo. Algunos ya estaban en sus casas cuando les llegó la alarma. Andrés y su
jefe lo ayudaron a salir, mientras los demás apagaban el
incendio e intentaban recuperar algo de su casa. Desde la calle, Mario observó el panorama completo. El lugar que había
habitado durante años estaba quedando en ruinas.

La llama interior. La secta del dragón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora