Superados en número.

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La central de bomberos a la que pertenecía Mario Saltiva
tenía un nuevo integrante. Su nombre era Cristian Paz y era
más joven que los otros. Había pasado por las mismas pruebas
y exámenes que todos los demás. Las pruebas físicas eran una especie de carrera, donde corrían, subían escaleras y llevaban muñecos tan pesados como una persona. Una vez pasadas, se permitían relajarse y tomarlas como un juego, que incluía el uso de un cronómetro para medir la mejor marca. Los
exámenes sicológicos, en cambio, eran algo tranquilo y
privado en los que lo más importante era ver si eran aptos. También definían rasgos de la personalidad que estaba en
cada uno si quería contar a los demás.

Los bomberos alcanzaron a ver el humo antes de que la alarma sonara. Se pusieron en movimiento, con las acciones
que habían realizado muchas veces, con excepción de Cristian. Esta vez, Andrés manejaba el camión.

Mientras pasaban cerca de otra estación de bomberos vieron
a otro camión que iba por una calle paralela. Ésa no era una
buena señal. Cuando llamaban a varias dotaciones se trataba
de incendios muy grandes.

Estaban llegando a las afueras de la ciudad. Había tres casas
pasando la última calle y más separadas que las demás. Detrás
empezaban los árboles. El fuego se acercaba, avivado por el
viento en su dirección. Seguía más allá de donde podían ver.
Estacionaron sobre pasto. Llegaron otros camiones y se
ubicaron de forma paralela con varios metros de distancia
entre sí.

—Voy a hablar con la gente —dijo el jefe, señalando las casas
—. Ustedes concentrencé en evitar que llegue el fuego. Si es
necesario habrá que evacuar.
Se alejó de ellos. Bajaron del camión. Iván tomó la manguera. Roció la parte más baja. Los otros equipos hacían
lo mismo, algunos usando la escalera. Él subió al techo y
continuó, mientras Miguel la manejaba.

El jefe regresó. Mario y Andrés se volvieron a él.
—Hablé con ellos. En dos casas dijeron que van a juntar lo que necesiten por si tienen que irse.
—¿Y en la otra? —preguntó Andrés.
—No quieren irse. Pero van a tener que hacerlo de cualquier
forma. Es esa casa. —dijo, señalándola.

Miraron la casa. La vista de Mario se desvió hacia la parte de
atrás, donde hubo un movimiento de polvo.
—¿Qué ves? —Andrés lo miraba.
—Algo se movió. —le dijo Mario, acercándose. Los dos lo
siguieron.
—No es asunto nuestro. —dijo el jefe, tratando de disuadirlo.

En un sector el pasto no crecía y la tierra parecía movida. Mario se inclinó. Volvió a levantarse algo de polvo mientras se escuchaba un golpe. Él empezó a correr la capa no muy gruesa con sus manos enguantadas hasta encontrar una puerta trampa, cerrada con candado. Se miraron.
—¿Cuanta gente había? —le preguntó al jefe.
—Era un matrimonio —le respondió— pero no les pregunté.
—Podrían tener hijos —intervio Andrés—. No sería algo raro.
—¿Pero por qué estaría oculto y cerrado?
Se quedaron en silencio unos segundos mientras pensaban
en las posibilidades. Mario volvió a hablar.
—Hay que ir a ver.

El jefe asintió y los tres fueron a la entrada. Golpearon la puerta. Una mujer de la edad del jefe abrió, seria. No habló.
—Tienen que evacuar. ¿Cuántos son?
—Somos dos. Pasen. —se hizo a un lado.
Entraron. Estaban en una cocina comedor. La mujer cerró la puerta. Un hombre flaco y unos años mayor que ella apareció en el pasillo.
—No nos vamos a ir. —dijo él, con determinación.
—El fuego se acerca —respondió Andrés —. ¿Quién estaba
en el sótano?
—No hay sótano.

Hubo una pausa, en la que los hombres se quedaron mirando entre sí. La mujer, que estaba detrás de los bomberos abrió un cajón de un bajomesada que se encontraba a su izquierda. Andrés se dio cuenta de lo que iba a hacer y se acercó rápido. Ella había logrado sacar un cuchillo cuando él la sujetó. Lo atacó con un corte sobre el antebrazo. Siguió el ataque con un rodillazo a la vez que él la empujaba y ella, sin equilibrio, golpeaba contra la mesada. Mario le sujetó el brazo con el cuchillo, mientras Andrés se agarraba la parte lastimada.

Alcanzó a escuchar un ruido y a ver al jefe caer apoyándose
en las manos. Mario giró a tiempo para ver al hombre
acercarse con un palo. Éste lanzó un golpe horizontal a la
cabeza de Mario, quien se agachó, y terminó impactando en el rostro de su esposa. Ésta cayó inconsciente. El hombre atacó nuevamente a Mario. Se cubrió como pudo, todavía con el cuchillo en la mano y sujetó la vara. En ese momento Andrés pateó al hombre en el torso, haciéndolo caer contra una mesa. Se alejó tastabillando hasta un mueble. Sacó una escopeta escondida y les apuntó.

—Tranquilo —dijo el jefe con las manos levantadas y los pulgares juntos —. Venimos a ayudarlos.
—Salgan —dijo el hombre, moviendo la escopeta de derecha a izquierda—. Por allá.
Los tres bomberos dieron un rodeo y se dirigieron a la parte
trasera por el costado oculto de la vista de los demás.

— ¿Son ustedes tres?
—Hay otros. No vas a lograr nada. —dijo Mario.
Los miró a los tres.
—Quiero que su equipo se marche. ¡Ahora! —habló,
moviendo la cabeza.
Los cuatro avanzaron hasta donde estaban los otros
bomberos. Éstos se quedaron inmóviles al ver la situación.
—Hay que irse. —ordenó el jefe.

Dudaron un momento. Volvió a escucharse un ruido del sótano. El hombre dirigió su mirada allí. Mario le hizo una seña a Iván. Él entendió y roció al hombre con la manguera. Éste levantó los brazos para cubrirse la cara y Mario le sujetó la escopeta, asegurándose de que le entrara agua. Él apretó
gatillo, sin efecto. Mario lo golpeó en la cara, y volvió a hacerlo varias veces haciendo que caiga. El jefe lo sujetó en el suelo. Iván cerró la manguera.

—¡Continúen! —le dijo a los que estaban en el camión. Luego se dirigió a Mario y a Andrés— Ustedes vayan a ver a la mujer y a quien esté en el sótano. Los dos volvieron a la casa. La mujer seguía en el suelo.
—Mejor la vigilo a ver si despierta. —dijo Andrés.
Mario asintió y se fue por el pasillo por el que había aparecido el hombre. Abrió las puertas. Pasó el baño, el
dormitorio y otra sala que sólo tenía una mesa con un mapa
de la ciudad y un teléfono. Encontró una puerta de metal
cerrada. Golpeó.

—¿Hay alguien ahí? Somos bomberos, venimos a ayudar.
—Acá estamos. —dijo la voz de un niño.
—¿Saben donde está la llave?
—No. —dijo una niña.
—Ahora vuelvo. Esperen.
Corrió, saliendo por la puerta por la que entraron hasta el
camión, de donde tomó un hacha y volviendo. Empezó a
golpear cerca de la cerradura y a patearla varias veces. Finalmente se abrió. Ellos lo miraron un momento. El les hizo una seña para que salieran.

Los niños subieron. Mario los acompañó, pasando por donde
estaban Andrés y la mujer y salieron de la casa. Se reunieron
con su jefe.
—Ya pedí ayuda. Volvé con ellos. Te deben necesitar. —le dijo el jefe a Mario, señalando a sus compañeros.

Mario se unió al resto de los bomberos, dispuesto a ayudar.
No sabía si haría mucha diferencia entre tanta gente. Luego llegarían médicos y policías para encargarse de la gente de las casas. Mario continuó su trabajo, mientras perdía la cuenta con el más de un centenar de personas que lo acompañaban. Había hombres y mujeres, jóvenes y mayores. Todos con el mismo propósito, una aparente batalla perdida. Se
enfrentaban a un enemigo al que no parecían poder derrotar,
sólo contener lo suficiente para poner a resguardo a los civiles. Pasaban las horas. El cansancio aparecía y el agua disminuía. Nadie quería irse, pero llegado el momento empezaron a turnarse para poder continuar.

No había nubes que anunciaran lluvia. Parecían resignados a no recibir una ayuda del cielo.

La llama interior. La secta del dragón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora