La herida de Mario no había sido tan grave. Bastó con que lo desinfecten y lo venden. Se hacía tarde. No tenía donde ir. Tampoco tenía dinero para un hotel. Andrés le ofreció pasar la noche en la suya.
—No quiero molestar.
—No es molestia. Para eso están los amigos —le respondió, dándole una palmada.
—¿Y tu familia?
—Lo van a entender.
Andrés era casado y tenía dos hijos pequeños. Mario no los conocía en persona, pero había visto fotos que su compañero tenía en su billetera. Su esposa se llamaba Lorena y sus hijos Matías y Fabiana.
Aceptó. Andrés lo llevó en su auto. Pasaron cerca de otra estación de bomberos.
—¿Hay otra más cerca de tu casa? —preguntó Mario, sorprendido.
—Si —le respondió, sonriendo levemente.
—¿Y por qué no trabajaste ahí?
—Había mucha gente —dijo, riéndose.
Llegaron a la casa. Era un poco más grande que la de Mario. Las habitaciones estaban en el primer piso. Andrés le presentó a Mario a su familia. Cenaron. Acordaron que él dormiría en un sillón.
—¿Cuánto tiempo te quedás? —preguntó Lorena.
—Pensaba que sea solo esta noche. Luego puedo pagar un hotel con lo que me quedó en el banco. Tendría que pedir otra tarjeta. Y también lo de la aseguradora.
—Podés quedarte todo lo que necesités —le dijo ella.
—Gracias.
—Y no olvidés tus vacaciones —le dijo Andrés.
—No lo olvido. Aunque hay algo que necesito hacer antes.
Pasó la noche ahí. No pudo evitar pensar en sus padres. La familia de Andrés parecía feliz. Él siempre había sido solitario y no había considerado formar una propia. Pensó en lo que la secta había hecho y en los momentos que habían perdido.
Al día siguiente llamó a Ramirez, que extrañamente no parecía enterado de los hechos. Le contó todo y le dio los nombres: Romina Hernandez y Leonardo Paredes.
—Bien. Por fin un dato concreto. Creo que podemos avanzar por ahí. Por mi parte no tengo buenas noticias.
—¿Qué ocurre?
—El matrimonio de la casa del bosque se escapó. Acabo de enterarme.
—¿Cómo pasó? ¿Estaban separados? —preguntó Mario, incrédulo.
—Sí. Fue algo planeado. Ellos no se comunicaban entre sí.
—¿Sabe para quien trabajan?
—No dijeron nada. Tampoco dejaron algún mensaje. No tiene la marca del Artista.
—Pero el Artista y la secta... ¿qué son? ¿Aliados o enemigos?
—No te lo podría asegurar. Supongo que tienen objetivos diferentes, aunque eso no quita que haya gente en la banda del Artista que acepte encargos sin preguntar.
Mario se quedó pensando unos instantes.
—¿Y la chica que estuvo en el incendio? ¿La de la avioneta?
—Noelia Gonzalez. Le pusimos custodia.
—¿Podría pasarme su dirección? Quisiera visitarla.
—No creo que se lo permitan —se la pasó—. Bueno, cualquier novedad que tengo, se la comunicaré.
—Hasta luego, oficial.
—Hasta luego. Que tenga un buen día —colgó y se quedó un rato en silencio.
Mario y Andrés fueron juntos al trabajo. Ese día no hubo ningún incidente grave. Cuando volvían, una moto pasó cerca. No podían ver quien era, porque llevaba casco. Era una figura delgada. Suponían que era una mujer.
—Esa persona en moto. Creo que apareció cuando atacaron tu casa.
—¿Estás seguro?
—No —respondió Andrés, mientras la seguían—. Llegó con nosotros. Había varios vehículos y en un momento empezaron a disparar.
Se mantuvieron a distancia. Doblaron. Iba en dirección a la casa de Noelia. Una camioneta surgió del lado izquierdo y continuó por el camino por el que andaban ellos. Se acercaron. Vieron primero a un hombre que no conocían. Luego, en el asiento del conductor, a la mujer de la casa del bosque. Se miraron.
—¡Matalos! —le dijo al hombre.
Él buscó el arma que tenía en la guantera, mientras Andrés frenaba y dejaba que se adelanten. Dio marcha atrás y luego avanzó en dirección contraria. La camioneta siguió hasta la esquina y dio media vuelta. No vieron a la moto.
El hombre les disparó. Se agacharon para cubrirse. Avanzaron varias cuadras. En un momento vieron un volquete con una tabla apoyada. Andrés lo esquivó. Perdió el control, aunque frenó antes de chocar con algo. La camioneta los alcanzó. El hombre se bajó, armado.
En ese momento se escuchó el ruido de la moto. Esta saltó por la tabla y la persona que la llevaba disparó dos veces desde el aire. El hombre cayó muerto. La moto continuó su impulso y dio media vuelta. La mujer de la camioneta se disponía a huir, cuando recibió dos disparos que rompieron el vidrio delantero. Cayó de costado, quedando oculto.
Mario abrió la puerta despacio, mientras Andrés le indicaba en silencio que no saliera. Él no le hizo caso. Se acercó con cautela a la figura, que hacía lo mismo en dirección a la camioneta. La tomó por detrás, del casco. Esta lo golpeó en el abdomen y lo lanzó hacia adelante. Él pateó con fuerza el casco, sin dañarla pero haciendo que se tambalee hacia atrás. Se incorporó y la derribó tomándola de la cintura. Ella sacó las armas. Apuntó una a la cara de Mario y otra al costado del cuerpo.
—Se necesita más que coraje para apartar dos armas. Levantate.
Mario obedeció. Retrocedió varios pasos. Andrés estaba a un costado. Ella le apuntó. El levantó las manos. Ella se incorporó.
Se miraron. Ella bajó lentamente las armas. Las guardó. Se quitó el casco. Mario vio otro rostro que también reconoció a pesar del tiempo. Era Samanta.
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La llama interior. La secta del dragón.
ActionSegunda parte. Mario saltiva está con dudas. Tiene la posibilidad de dejar su profesión de bombero y vivir más tranquilo en pareja. Pero se cruza con Samanta, quien forma parte de una banda criminal y le ofrece un trato. Unirse para resolver la muer...