—Samanta —dijo Mario.
—¿La conocés? —preguntó Andrés.
—Sí, de hace bastante tiempo. No entiendo que pasó.
—Te lo explico. Pero primero hay que encargarse de esto —señaló con la cabeza.
Sacó su celular y marcó un número. Empezó a hablar. Pidió que arreglen la situación y pasó la calle y altura. Cortó.
—¿Con quién hablás? —preguntó Mario.
—Con Ramirez. Si iban a la casa de Noelia Gonzalez será mejor que nos pongamos en movimiento.
Subió a su moto. Los miró un momento. Mario estaba sorprendido. Ellos fueron a su vehículo y la siguieron.
—Esto no está bien —dijo Andrés.
—No es necesario que sigas. Podés irte con tu familia.
—No voy a dejarte solo.
Pararon fuente a una casa, al lado de un patrullero. Dos policías estaban de pie a cada costado de la puerta. Se acercaron.
—Vinimos a ver a la chica —dijo Samanta.
—Pasen. Ramirez nos avisó.
Les abrieron. Noelia, sus padres y su hermano menor estaban reunidos en una sala.
—Permiso —dijo Mario.
—¿Que hacen acá? —preguntó Noelia.
—Queremos saber cómo estabas.
—Como puedo. Asustada. ¿Quién es ella? ¿Es policía?
—Para el caso es lo mismo —respondió Samanta. La
respuesta no los convenció. Hubo un momento de
incomodidad —¿Les parece bien que vigile la terraza?Asintieron. Ella salió por la puerta del fondo y subió la
escalera. Buscaba un momento de soledad. No le gustaba que la vieran vulnerable y una de las cosas que podían generarlo era una familia unida.Esperó poco tiempo. Llegaron dos motos y se pusieron detrás del patrullero. Uno de los que manejaba tenía una ametralladora. Ella sacó sus armas mientras los policías se acercaban y hacían lo mismo. El hombre apuntó en dirección a ellos y Samanta le disparó antes de que él lo haga. El otro la vio. Levantó una pistola hacia ella. El policía que estaba a la derecha de él fue más rápido que Samanta, quien no llegó a cambiar de objetivo. Los dos
hombres dispararon casi al mismo tiempo. La bala que
iba dirigida a ella impactó en una antena de televisión que estaba a pocos centímetros.Samanta quedó petrificada un instante. Podía haber muerto en esa terraza. Y probablemente a nadie le habría importado. Así como ella no pensaba en gente a la que había matado.
Se prometió no distraerse de su objetivo. No podía permitirse un momento de debilidad. Regresó.
La familia y los bomberos estaban agachados resguardándose de los disparos con una mesa grande de madera. La miraron.
—¿Están bien? —ellos asintieron.
Uno de los policías entró.
—Busquen algo que necesiten. Vamos a llevarlos a otro lugar.
Fueron a las habitaciones. Los bomberos se quedaron. Mario se acercó a Samanta.
—¿Cómo sé que se puede confiar en ustedes?
—Diría que salvé tu vida. Pero si fuera yo quien estuviera en tu lugar eso no sería suficiente.
—¿Y entonces cómo hacés?
—Confío en aquellos que, a pesar de que saben las cosas que hice, permanecen a mi lado.
—¿Los que todavía no te arrestaron?
Ella no respondió.
—¿Y vos?
—A mí me cuesta abrirme con la gente. Pero creo poder darme cuenta de quien es bueno y quien no. No puedo confiar en mafiosos o en un corrupto como Ramirez.
—Pero lo hacías antes de saber que lo era. Y no mintió. Realmente está investigando a la secta. ¿Cómo sabés que quienes te rodean no son parte dé algo?
—Los conozco hace años. Y no fue algo casual. Nunca podría ser organizado.
—Fue después de lo de nuestros padres. Tal vez te estén acechando desde entonces, esperando el momento de actuar.
—¿A quién te referís? —interviino Andrés, con
brusquedad.—Tranquilo —dijo ella, mientras lo miraba sin inmutarse—. Podría ser cualquiera. Como tu novia —volvió a dirigirse a Mario—. Apareció justo cuando esto comenzó. Tuvieron una relación sin conflictos. Luego se fue y atacaron tu casa.
—¿Están vigilándome? —preguntó él, molesto.
—Sí. Y deberías estar agradecido. Ella podría haberse
acercado para hacer lo mismo.—La conocí en un incendio. En un edificio que se derrumbaba por partes. Podríamos haber muerto.
Ella suspiró. Bajó la voz.
—No sabés de lo que es capaz esta gente. Estarían dispuestos a sacrificar su vida. Quién sabe si no hubo otras antes.
—¿Y por qué estás tan segura de que los traidores no están de tu parte? —preguntó Mario, bastante molesto—. Fue precisamente Ramirez quien me dijo que algunos miembros de la banda del Artista aceptan encargos sin preguntar. Es gente que solo se preocupa por el dinero. No tiene códigos ni una causa.
—Yo sí los tengo —respondió ella, desviando la mirada—. Aunque reconocí a uno de ellos. Tengo que averiguar más.
La familia volvió con valijas. Tenían las cosas a mano para hacerlo más rápido. Todos se dirigieron a la salida. Mario y Samanta fueron los últimos.
—Vamos a estar en contacto.
—¿Cómo sabés que no voy a denunciarte?
Ella se acercó. Volvió a usar su sonrisa y tono sarcástico. Si quería lograr su cometido, debía
mostrarse fuerte.—Porque vos confiás en mí, aunque podría matarte.
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La llama interior. La secta del dragón.
AcciónSegunda parte. Mario saltiva está con dudas. Tiene la posibilidad de dejar su profesión de bombero y vivir más tranquilo en pareja. Pero se cruza con Samanta, quien forma parte de una banda criminal y le ofrece un trato. Unirse para resolver la muer...