Divisiones

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Cuando llegó el momento de que los bomberos salieran, Mario se preguntó si no sería la última vez que salga con ellos. Ya debería haber renunciado, sino fuera por los últimos sucesos relacionados a la secta y la posibilidad de ir tras ellos.

Emprendieron la marcha, con Andrés manejando. Mientras iban, Mario miró a Cristian. No recordaba haberlo visto durante el incendio del bosque. No le gustaba tener que desconfiar de sus compañeros. Trató de concentrarse.

La autobomba iba por calles estrechas. Los vehículos que estaban delante avanzaban tocando bocina. Al llegar a una estación de servicio en una esquina varios se desviaron. Cuando tuvieron el camino libre, Andrés aceleró. Pasó por una calle que tenía autos estacionados a ambos lados.

Llegaron. Allí había otros vehículos, incluyendo la camioneta en la que había ido el grupo de Samanta. Frenaron la autobomba y entraron. Cristian e Iván se quedaron. El hombre del pasamontañas los observaba con binoculares.

Pasaron por una sala vacía. Luego subieron al primer piso. Se encontraron con una escena que los horrorizó. La entrada al bar estaba destrozada, al igual que el cuerpo de una mujer. Alrededor había más cadáveres, la mayoría de hombres. Mario miró a una mujer que se encontraba más lejos.

—Samanta.

Se acercó, seguido de Andrés y el jefe. Comprobó que estuviera viva. Los otros buscaron si había más, sin resultados. Intentó reanimarla. Ella abrió levemente los ojos.

—¿Está la banda del Artista acá? —preguntó Andrés, algo asustado y sin referirse a nadie en partícular.

—Estaban —dijo la voz de un hombre.

Todos se incorporaron, Mario dejando a Samanta en el suelo con suavidad. Vieron a Leonardo y Romina sujetando a la pareja que había tratado de huir. Sostenían espadas delante de ellos. Se escucharon varios vehículos.

—Sientensé en el suelo. Juntos. Enseguida vendrán sus compañeros, con algunos de los nuestros.

Les hicieron caso.

—¿Nos estaban esperando? —preguntó Mario.

—Así es. Nuestro contacto nos avisó y coordinamos.

—¿Quién?

No respondieron. Cristian e Iván llegaron escoltados por media docena de hombres con ametralladoras. Los hicieron sentarse con los demás. Uno de ellos tomó el arma de Samanta.

—Te preguntás quién te traiciona. Si nos lo pedís, podemos matarlos a todos, por las dudas. Samanta estaría de acuerdo. Ella fue quien reclutó a Jonnie, lo ayudó a escapar y lo reincorporó para que participe en el ataque a la estación.

—¿Eso es cierto? —le preguntó Mario. Samanta esquivó la mirada.

Afuera, se escucharon patrulleros. Romina le indicó a uno de los hombres, quien miró por una ventana pequeña.

—¡El edificio está rodeado! —habló la voz de Ramirez con un megáfono— ¡Salgan con las manos en alto!

—No hay mucho tiempo —dijo Romina—. No necesitamos tantos rehenes. Podemos deshacernos del resto.

—Esperen —dijo Mario, levantándose y mostrando las palmas con los dedos pulgares juntos—. Déjenlos ir.

Lo observaron en silencio. El buscó en su bolsillo el estuche que le había dado su jefe. Lo abrió y se puso el anillo. Samanta cambió su expresión.

—Mario... Siempre fuiste parte. Creía que alguien te manipulaba, pero nos engañaste a todos detrás de una imagen de corrección.

Nadie habló. Mario pensó en las posibilidades que tenía. Todos estaban en peligro. Debía salvar a la mayor cantidad de personas que podía. Si se enfrentaban sería más arriesgada. Al contrario de Samanta, eligió la opción menos peligrosa. Pero el hombre detrás del mostrador lo veía y no podía hacer una seña para avisar a sus compañeros. Confiaba en que su jefe aclararía todo.

—Es cierto. Creo que ya no tiene sentido fingir. ¿Tienen un plan de escape? —le habló a Romina.

—Por la terraza, en helicóptero —respondió ella—. ¿A quién dejamos ir?

—A todos. Que ellos saquen a quien quede en el edificio. Así nos dan tiempo.

—Alguien debe venir con nosotros —dijo Leonardo.

Miró a Samanta, quien tenía una expresión de dolor. Pensó que la única persona que lo merecía era ella. Su jefe le había dicho en una ocasión que los culpables ya habían pagado. Pero en esa habitación todavía quedaban personas involucradas.

—Traiganla a ella.

Dos de los hombres obedecieron sin cuestionar. Ella se encontraba bastante débil.

—Bien —dijo Leonardo—. Pero esta pareja es la última en irse.
Él y Romina los hicieron a un lado. Los bomberos se levantaron. Ella señaló a dos de los hombres armados.

—Ustedes vigilen que nadie entre.

Todos salieron. Desconfiaban unos de otros, pero por el momento tenían que estar juntos. Algunos esperando el momento de traicionarse.

La llama interior. La secta del dragón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora