Despedida silenciosa.

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La pareja empezó a subir. Los seguían Leandro y Romina, que los habían soltado y tenían espadas guardadas. Detrás iban dos hombres con ametralladoras, otros dos llevando a Samanta y el equipo de bomberos, con Mario a la cabeza. Los dos hombres armados que quedaban se colocaron vigilando la escalera y habían trabado el ascensor.

Los bomberos empezaron a apagar el fuego creado por Leonardo. En el segundo piso, la primera habitación se incendiaba. Estaba vacía. Andrés tomó un matafuegos del pasillo. Entró y apagó las llamas que había en varios puntos. Revisó el resto y salió. Mientras tanto los otros veían los demás departamentos. En ese piso estaban todos vacíos. Subieron.

En el segundo encontraron gente. Un hombre ya había salido y apagado el fuego que había en el pasillo. Sacó una pistola y apuntó al grupo. La pareja, que estaba delante, se frenó. Ambos levantaron las manos.

-¿Quiénes son?

-No nos hagan daño. Todos somos víctimas -dijo la mujer.

-Todos al suelo.

La pareja obedeció, seguida de Leonardo y Romina. Apenas lo hicieron, el hombre que estaba detrás le disparó, sin darle tiempo a reaccionar.

-¿Quién era? -preguntó.

-Supongo que algún delincuente -dijo Leonardo-. No importa. Continuemos.

Golpearon otra puerta. Adentro se escucharon movimientos bruscos. Abajo sonaron más disparos y algunos gritos que no se entendían.

-¡Váyanse! -dijo una voz desde dentro.

-Somos bomberos. Venimos a ayudar.

-Estamos bien. Fuera.

-Tenemos que irnos -dijo Romina -. Si no quieren salir es su decisión.

Mario asintió en silencio, mirando a Andrés. Dio media vuelta y se fue con el grupo. Subieron cuatro pisos más, por escaleras. Mario se preguntó que pasaría con sus compañeros y la gente. Recordó lo que pensaba cuando se había planteado renunciar. Sabía que llegaría el momento en el que tendría que confiar en que ellos hagan las cosas bien sin él. No era de muchas palabras, por lo que consideraba que esa era su despedida.

Cuando llegaron al último piso, dejaron ir a la pareja. Los demás subieron a la terraza. Había un helicóptero encendido. Mario se acercó. Samanta le dio una patada detrás de la pierna, haciéndolo caer. Él bloqueó una segunda con el pie, olvidándose un momento de que estaba cubierto de metal. Ella se tambaleó hacia atrás, dolorida. Volvieron a sujetarla.

A Mario lo ayudaron a levantarse. Ella se abalanzó sobre el, quien la empujó y derribó sin mucho esfuerzo. Los demás la observaron mientras intentaba incorporarse., aunque se encontraba muy débil. Luego vieron a quien acababa de descender del helicóptero.

El hombre oriental y robusto se encontraba frente a ellos. Los otros hicieron una reverencia. Mario trataba de acordarse de su nombre.

-No se detengan.

-Obedezcan al maestro -dijo Romina.

-¿Tiene nombre? -preguntó Mario, mirándolo con enojo.

-Pueden llamarme Mao -dijo, inexpresivo-. O maestro, si te unís de forma definitiva. Imagino que tu jefe te dio ese anillo -Mario no respondió-. Lo sabemos. Seguimos tus pasos.

-¿Quién se lo dijo?

-Te lo revelaremos, siendo uno de nosotros. Pero primero, castigá a esta mujer por su imprudencia.

La pusieron de rodillas, sujetándole los brazos.

-Está indefensa. No importa de lo que sea capaz. No es mi deber. Hay que entregarla a la justicia.

-La justicia es corrupta. ¿Permitirías que Ramirez se la lleve? La dejarían ir sin siquiera tener un registro de su arresto. Y le pasaría información de nosotros.

-Eso no me preocupa.

-Imagino que solo querías hacer tiempo para salvar a la gente. Pero ahora debés preguntarte como liberarte de esta situación. "No se salva la vida de alguien para no vivirla". ¿Recordás esa frase?

-Micaela -dijo algo asustado-. ¿Le hicieron algo?

-Todavía no. Pero tenemos gente en el aeropuerto lista para hacerle una visita. Podría ser tu reemplazo. También podríamos encargarnos de tu jefe, de tu amigo Andrés y seguir con una lista. Pero cuanto más nuevos sean, más duro debe ser su preparación. Si no querés eso, encargate de una sola persona.

Miró a Samanta. Imaginó que sus compañeros estaban sacando a la gente. No tenía muchas alternativas. Se acercó decidido. Levantó su puño.

Golpeó al hombre de su derecha y luego pateó a ambos. Ellos, estando agachados y con las manos ocupadas, no pusieron resistencia. Cayeron. Los otros hombres levantaron sus armas. Leonardo y Romina desenfundaron sus espadas. Mao observaba tranquilo.

-Háganse a un lado. Quiero ver de lo que es capaz.

Formaron un semicírculo, bloqueando la salida. Mario avanzó unos pasos, quedando frente a él.

Mario lanzó una piña hacia el rostro de Mao, quien lo desvió y contraatacó con otro al costado del cuerpo. Luego intentó una patada al abdomen, que fue evadida. Pateó con el otro pie, pero Mao fue más rápido y la detuvo con la otra. Continuó golpeando a Mario con la mano en la cara y el estómago, derribándolo.

Uno de los hombres empezó a disparar, sin que Mario pudiera ver a quien.

-Hay que irnos -dijo Leonardo.

Mario intentó levantarse. Mao le dio varios golpes para terminar con uno que lo dejó inconsciente.

La llama interior. La secta del dragón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora