EL MISTERIOSO NOMBRE DE LA ROSA

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El año 2017 me propuse ciertas metas en cuanto a lecturas. Hay muchos libros o autores con los que siento una especie de deuda y me estoy esforzando por ir saldándolas poco a poco. Una de esas deudas era con Umberto Eco y su más icónico libro (al menos en el ámbito de las novelas), El nombre de la rosa. Lo conocí en mis años de universidad cuando un profesor de Filosofía Medieval nos habló de él y nos hizo ver la versión cinematográfica. Reconozco que por esa época me llamó moderadamente la atención, lo que demuestra por qué no corrí a comprar el libro o pedirlo en alguna biblioteca. La cosa cambió cuando hace algún tiempo el título comenzó a vagar de forma insistente por mi cabeza y cuando en Nerflix subieron la película. La volví a ver después de ocho años (la vejez duele... duele mucho) y si bien no me gustó tanto, aumentó mis ganas de ir a la primera fuente.

Comencemos por el principio: El nombre de la rosa fue escrito por Umberto Eco, un italiano que, si bien ha sido enormemente reconocido por sus novelas, lo es también en el ámbito acádemico, ya sea entre los filósofos, semiólogos e historiadores. Es por eso que los profesores no tienen mayores reparos en usar sus libros para, por ejemplo, enseñar sobre la lucha entre los franciscanos y el papa Juan XXII; o ilustrar la manera en que monjes de la órden benedictina vivían en las abadías y mantenían sus reconocidas bibliotecas.

Como ya pueden haber deducido, El nombre de la rosa está ambientada en la época medieval, específicamente en el siglo XIV. Aunque su autor vivió durante el siglo XX, duele un poco denominar a este libro una novela histórica. Técnicamente lo es, y es una muy bien documentada, además. Tan bien documentada está que Umberto Eco no quiso hacerlo fácil y escribir en omnisciente, sino que puso el peso de la narración en uno de sus personajes, Adso de Melk. A esto se suma la introducción del libro, que consta de una crónica de cómo una transcripción fidedigna del manuscrito original de Adso llegó a manos del autor, quien los tradujo luego de investigar un poco sobre el supuesto autor del manuscrito. Esto aumenta el misterio, transformando El nombre de la rosa es una especie de libro apócrifo.

Uno podría abordar muchísimos ámbitos del libro: la histórica, la linguística, la filosófica, la religiosa. Yo, sin embargo, quiero detenerme en lo que para mí fue el aspecto crucial a la hora de querer leerlo (aunque le duela al difunto Umberto): la trama detectivesca. Y si quiero hacer eso, debo adentrarme en el personaje de Guillermo de Baskerville.

(Prepárense para el vómito fangirl)

Si es que no se les pasó desapercibido el apellido de fray Guillermo, los felicito. Exacto, tal como sus antenas de vinilo les hicieron suponer, Guillermo de Baskerville es un personaje creado teniendo como base al propio Sherlock Holmes. Umberto Eco quiso hacerlo patente al utilizar uno de los títulos más reconocidos del canon sherlockiano, El sabueso de los Baskerville (mi novela favorita de Conan Doyle, dicho sea de paso), pero las similitudes no se acaban allí. De hecho, todo lo contrario. Guillermo de Baskerville recuerda en muchísimas cosas al Sherlock, incluso un poco en apariencia: Guillermo es alto, más bien delgado y de nariz afilada. Sus manos suelen estar siempre manchadas por el polvo de los libros, tiene un agudo intelecto, la pregunta justa para cada momento y un método deductivo tan efectivo que a veces pareciera estar adivinando o leyendo la mente de los que rodean. Hasta en el uso de estupefacientes se parecen, ya que Adso, aprendiz de Guillermo y el narrador (por ende, un Watson) de la historia, describe que en ocasiones el fraile se acostaba y miraba el vacío mientras masticaba hierbas de origen y, sobre todo, de efecto desconocido para el muchacho. Tal como Sherlock, Guillermo no teme equivocarse y acariciar teorías descabelladas con tal de llegar finalmente a la verdad, lo que no quita que se irrite ante sus errores. La mayor diferencia que encontré entre el personaje de Umberto Eco y Sherlock es que el primero tiene un aire mucho más paternal que el segundo, lo que se debe, a mi juicio, exclusivamente a su relación con Adso, que es más jerárquica que la que tienen Watson y Sherlock.

Pero veamos quién es el tal Adso.

Adso de Melk, los ojos y la voz de la novela, es un muchacho de edad indeterminada, pero que debe rondar los diecisiete o dieciocho años. Temeroso de Dios y profundamente impresionable, está atento a todo lo que su maestro hace o dice, pero también es su espía cuando la situación lo requiere. Al ser el protagonista de una novela que trata sobre hombres de fe y que han jurado lealtad eterna a la iglesia, pero siendo también un joven con muchas preguntas en su cabeza y con impulsos aún por educar, Adso es aquel que muestra duda y hace las preguntas claves, no referentes al misterio, sino a la existencia misma. Tiene dudas referente a su orden (muy distinta a la franciscana, que es a la que pertenece Guillermo), dudas referentes al pecado, al amor, a la maldad de los hombres, a la iglesia, hacia todo. Su maestro, si bien está siempre ahí para escucharlo, no suele darle las respuestas que Adso espera. Son crípticas y más grises de lo que esa época muestra habitualmente. En sus charlas con Adso, Guillermo parece más un intelectual célibe que un verdadero religioso, lo que al parecer no era algo tan extraño en el medioevo. Por lo que vamos descubriendo a medida que el libro avanza, muchos hombres ingresaban a la iglesia movidos por una sed de conocimiento y no por verdadera fe.

Porque, y acá me saco el sombrero, el misterio que envuelve a El nombre de la rosa no tiene que ver con riquezas, venganza o amor (que son los motivos más habituales en las novelas policiacas). El motor de la abadía y de los crímenes no son otros que los libros.

La abadía a la que Guillermo y Adso viajan y que les quita el sueño durante siete días es la guarida de la biblioteca más grande de la cristiandad, lo que le supone tener textos escasos y bellos, además de algunos de los mejores miniaturistas, traductores y comentaristas del mundo. Muchos hombres de distintos países viajaban kilómetros (en el medioevo, reitero) para poder pasar sus vidas metidos entre las paredes del scryptorium. No de la biblioteca, no, porque a esta solo podía acceder el biblioteca y su ayudante. Pero eso no es todo: la biblioteca, además de ser una especie de templo del saber que todos adoran, es un laberinto en un sentido literal. Enrevesada, su construcción está basada en un código que nuestros investigadores deben descubrir.

Es genial cómo la biblioteca de la abadía se va transformando poco a poco en una especie de fuerza opuesta, de villano. Así, la lucha no se da solo contra un hombre, sino contra una fuerza antigüa y llena de polvo, añeja y dictatorial, que parece ser, al mismo tiempo, una metáfora de cristiandad de esa época.

El nombre de la rosa puede ser un libro difícil de leer para aquellos que no tengan mucha experiencia con libros mediavales. Lo reitero, Eco no se conformó con mostrar una época; escribió como si de verdad el libro se hubiera gestado en ese contexto. Hay capítulos dedicados en gran parte, por ejemplo, a la descripción de la puerta de una iglesia, o a las meditaciones sobre la fe y el pecado que tiene Adso. También hay muchas frase o incluso párrafos complejos escritos en latín. A pesar de todo esto, vale muchísimo la pena, sobre todo porque entre sus páginas parece contener no uno, sino varios géneros. Además, si les interesa la Edad Media, pero no se sienten atraídos hacia los libros de historia como tal, esta es una buena manera de aprender y, al mismo tiempo, leer una novela.


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