Cuando Scarlett bajó, solo se encontraba William tomándose un licuado con fruta alado. En cuanto su padre la miró bajar los escalones, se apresuró a poner más ingredientes a la licuadora para hacerle su desayuno.
— No William, yo puedo hacérmelo. Gracias —llegó y quiso cortar la fruta que estaba ahí, pero él se aproximó y le quitó de las manos el cuchillo.
— De ninguna manera. Mejor siéntate, pronto estará listo.
Ella agradeció y se sentó en la barra en la que también estaba su padre. La cocina era un lugar espacioso, el sueño de una mujer del hogar. El contraste del chocolate y el blanco en las paredes y muebles, la hacía ver elegante, con su estufa eléctrica, su horno de los últimos modelos y la barra a la que estaba sentada desplegada, formando el límite de la cocina, con una puerta alado para entrar y salir de ella.
La mesa vacía estaba a tres metros alejada en su comedor.
No se imaginaba ella misma viviendo en un lugar tan grande. Solo en el pequeño recorrido que ha echo ahí, ha identificado más de cuatro cuartos, con sus respectivos baños; dos salones de estudios, para cada profesión en la que se encargaban los dueños; y si no fuera poco, también contaban con una habitación repleta de libros. No pudo indagar ahí por el simple hecho de que su estómago le rogaba alimento y todavía tenía que irse a bañar.
William terminó y le extendió su fruta picada y licuado. Salió de la cocina y se sentó alado de ella para igual terminar su desayuno.
— ¿Y Evan? —no lo había visto por ningún lado.
Su padre se llevó un bocado a su boca.
— No tardó en irse al hotel después de desayunar. Dijo que quería darnos espacio —se encogió de hombros.
La muchacha volteó sus ojos, poniéndolos en blanco. Claro qué sí, ese era Evan Antón.
— Tengo una propuesta para tí —le dijo con ápice de nerviosismo. —Podríamos salir un rato, solo tú y yo —miró sus zapatos, y luego a su hija, haciendo brillar su calva.
Scarlett no sabía que decir.
— Te gusta bailar ¿No?
— Claro, ¿Pero cómo lo supi...? —cerró sus ojos —Evan.
Su padre asintió.
— No sabía que todavía te gustaba bailar. De pequeña te encantaba, lo recuerdo muy bien, pero no sabía que seguías con el mismo espíritu —suspiró —Es el último día en el que te quedarás aquí. Por favor —rogó. Se le veía melancólico, con esas bolsas pronunciadas bajo sus ojos. Pero a pesar de su cansancio, parecía más joven que la edad que tenía.
¿Unas horas a solas con su padre? Respiró profundo ¿Qué tan malo podría ser?
— Vale.
El rostro del hombre se iluminó y se puso de pie.
— Tengo el lugar perfecto en mi mente para pasarla bien.
Después de media hora, ambos estaban sentados en los asientos de piel de su camioneta, casi sin atravesar palabras. Llegaron a lo que parecía un salón, con las grandes palabras plateadas "Palacio" sobre la construcción de lo que parecían cristales negros.
— ¿Dónde estamos?
— En el corazón de las almas libres —le extendió su brazo, después de abrirle el carro y Scarlett aceptó, vacilante.
La sonata de múltiples melodías llegaron a los oídos, al dos hombres con trajes abrirles las puertas.
Al ver a la gente ahí, supo porqué su padre le recomendó llevar algún tipo de vestido.
ESTÁS LEYENDO
Anagrama
Novela JuvenilLas miradas de todos estaban atestadas de recuerdos e historias completamente diferentes. Los hacía estremecer y desear con todas sus ganas escapar de una buena vez. ¿Alguna vez te has sentido tan oprimido hasta en tu propio cuerpo que solo quieres...