•Hamliza•

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|Hamilton y Eliza|

La mujer de cabellos negros estaba sentada en el frío suelo del lugar, rebajándose, rebajando su apellido, pero en eso se daban cuenta que ella era una persona como cualquier otra.
Una persona indefensa.
Una pobre mujer que había sido engañada durante dos años seguidos.
Eliza sintió como la opresión de su pecho le quitaba la voz, y las lágrimas no salían más por el dolor que sentía.
Su amado, su pequeño león Alexander...
Philip estaba en la habitación de al lado, con uno de los panfletos en mano.
Su querido padre, su ídolo, había asesinado a su familia.

Eliza amaba demasiado a Alexander, tanto como para perdonarlo, era normal que las esposas fuesen engañadas, de hecho, al menos María Reynolds no tuvo un hijo suyo, pero...
Pero-
Alexander era suyo.
Eso creyó.
Eso le gustaría creer.
Eliza se levantó, con las cartas en mano, que antiguamente estaban guardadas en una cajita de madera decorada por su hija Angélica.
Oh, Angélica, su adorada hermana.
Ella acudió a Eliza desde que llegó a los Estados Unidos, abrazándola y diciéndole que Alexander no era un hombre.

Eso no era cierto, Alexander era un hombre, y por eso cometió un error.

Eliza se recostó en su cama matrimonial, con una mirada pérdida, tenía unas grandes ojeras debajo de sus ojos, y no tenía aquel brillo especial de siempre.
"Este chico es mío" pensó.
Pero Alexander había accedido a las comodidades de otra mujer.
María Reynolds era preciosa, como solía serlo Eliza en su juventud.
María tenía 23 años, era una flor llena de vida, con un cuerpo envidiable y una cara seductora de libros.
Eliza había tenido muchos hijos, afectando su físico, y con ello, su autoestima.
Pero jamás se sintió tan indefensa.

-¿Mamá?-Preguntó abriendo con cuidado la puerta Philip, ella levantó su rostro.
"¡Me ahogo en tus ojos y el cielo es el límite!"
Philip tenía los ojos de Alexander.
-¿Sí, mi amor?- Respondió ella limpiando su propio sudor, Philip se arrodilló a ver las cartas rotas y quemadas, se quedó pensando y luego habló.
-Sé que no es mi lugar, madre, pero...no quiero que pa' te lastime más, tú eres la mejor de las mujeres y de las esposas.- Confesó con tristeza.
Eliza sonrió con pesadez, pero aquel comentario que hizo su hijo le daba calidez.
-Ven aquí.- Dijo Eliza abriendo sus brazos, Philip se lanzó al regazo de su madre.
-Mamá, te amo...-
-Shh, lo sé, lo sé.- Susurró con amor.
Philip empezó a llorar de rabia.
No podía creerlo, su madre merece lo mejor.
-Mamá, por favor nunca nos dejes.-Pidió.
Eliza cerró los ojos con pesar, ella planeaba irse a casa de sus padres en Albany, ya que no podía ver a Alexander más, pero eso significaba no ver más a sus hijos.
Los hombres tienen la custodia total sobre cada hijo.
-Shh, lo sé, lo sé.- Dijo acariciando el cabello rizado del joven pecoso.
Alexander se encontraba en la otra parte de la puerta, con un nudo en la garganta.

Había destruido la vida de dos mujeres en 95 páginas, y todo por su maldito legado.
Pero en los ojos de Eliza se veía la esperanza, sabía que podría ser perdonado.
Ella lo amaba.
Ella lo adoraba.
Y ella lo perdonaría.

Alexander sostuvo su propio panfleto en una mano, lo miró, y sonrió.
Amaba a Eliza, tanto, que pasaría lo inimaginable para que ella lo perdonara.

Datos:
•Elizabeth enserio pensaba en irse a vivir con sus padres en Albany, pero uno de sus hijos (Creo que James Hamilton) se enfermó, entonces ella decidió quedarse.
•Sí, María Reynolds en ese momento tenía 23 años y Hamilton estaba entre los 30 y algo.
•Eliza no lo perdonó fácilmente, algunos jugaban con la idea de que no se habían separado porque Eliza ya no podía tener más hijos y Hamilton era su única opción (Cosa no cierta, más o menos).

One-Shots de HamiltonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora