•Jamilton•

503 61 5
                                    

-¡Jodete, Hamilton! ¡Jodete tú y tu maldito plan para el congreso!-Gritó escandalizado Thomas Jefferson.
Esto era un día normal entre ambos secretarios.
George amaba por igual a ambos chicos, lo hacía, eran como sus hijos, pero...
-¿¡Yo!? ¡El que se jode eres tú, niño consentido de Virginia! Vete a Francia si tanto te gusta.-Demandó Alexander desde la otra esquina del escenario, ambos ardían de furia, se matan con las miradas.
James Madison, la mano derecha de Thomas Jefferson solo apoyo su mentón en su barbilla, aburrido.
Solo faltaba que hubiese una agresión dentro del gabinete.
Thomas todavía decía algunos insultos y Hamilton rezongaba.
George se levantó harto de sus secretarios, los cuales al verlo se callaron.
-¿Señor?-Preguntó Hamilton con voz suave.
-Estoy harto, cuando sean personas civilizadas pueden entrar. Hamilton, toma un descanso.-Ordenó, el chico de ojos azules casi se desmaya al oír eso.
-¿¡Un descanso!? ¡Pero ya pasó el fin de semana! ¡No puedes hacerme esto, Washington!-Dijo como un niño pequeño, Thomas sonrió pícaramente.
-Oh, claro que puede, porque es el presidente.-Dijo con voz sarcástica.
Hamilton salió indignado del gabinete molesto, con un aire asesino, Thomas aún sonreía sin preocupación, algo muy raro en él.
Normalmente estaría quejándose de Hamilton.
Pero no lo hacía.
Jefferson solo se levantó y salió por la misma puerta.
George suspiró cansado. Hamilton era perfecto en su trabajo, muy dedicado, demasiado, pero eso afectaba su horario de sueño y relajación personal, e incluso su vida amorosa.
Recordó a la última prometida de Alexander, Elizabeth Schuyler, una joven tan bella y talentosa que muchos se preguntaron que vió en él.
Ella lo amaba.
Pero él jamás estaría satisfecho.
No con ella.
George decidió ir a hablar con su hijo, tomó sus cosas dirigiéndose a la oficina de Hamilton.
Pensó en lo que le diría. Tal vez le explicaría que le preocupa su salud, que es hora de relajarse y dejar la vida del trabajo para conocer a alguien especial con quién compartir su felicidad, tal vez solo-
Eso pensaba.
Washington escuchó un golpe en la habitación, se quedó frío. ¿Qué era?, ¿Estaba bien?, Trató de entrar rápido, pero un jadeo lo detuvo que jadear la manija con brusquedad. Se quedó quieto.
Hamilton gimió, estaba gimiendo. De placer, y a la vez se escuchó como jadeaba por...¿Excitación?
¿Con quién diablos estaba teniendo sexo en la oficina?
-Ah, para, Thomas, estamos muy expuestos...-Pidió con molestia, Jefferson soltó una risa y siguió con lo que sea que estaba haciendo.
Washington tapó su boca, sorprendido.
¿Hamilton y Jefferson?
Bueno, siempre supo que Hamilton era bisexual, pero...¿Con Thomas Jefferson?, el hombre que tanto detestaba públicamente lo estaba haciendo gemir en privado.
Era morboso.
Washington se inclinó un poco al abrir la manija sin ser notado, solo por curiosidad, quiso ver.
Quería comprobarlo.
La oficina estaba hecha un desastre, mucho papeleo y escritos a mano, con una silla con cojín y varios lápices en una linda lapicera decorada.
Dos hombres estaban ahí, besándose apasionadamente, el menor, estaba contra el escritorio, con el cabello desorganizado, la piel sudada, a penas con el pantalón, su pecho estaba expuesto, al igual que sus pezones erectos.
El hombre de cabello afro estaba sobre él, con ropa, pero manoseando todo lo que podía de Hamilton, besando y mordiendo su sensible piel, el cual reaccionaba con obscenos sonidos.
-¡Ah! ¡No quiero que...Ah, vean los chupones, idiota!-Dijo Hamilton sonrojado.
Thomas río.
-Te encanta que te haga sentir mío, lo amas, me lo pides cada vez que me contrarias con tu mirada en pleno debate, puedo sentirte. Así que deja de preocuparte por papi Washington una vez y déjame darte como más te gusta, ¿Sí, amor?-Preguntó con cierta burla lo último. Hamilton hizo una mueca al sentir como Jefferson apretaba su trasero.
Washington tuvo suficiente.
Trató de irse, sin la imagen mental de sus secretarios en tal acto de privacidad.
Pero, Dios, Hamilton.
Hamilton era su hijo adoptivo, el joven que crió.
Jefferson siempre fue su piedra en el zapato.
Sin embargo, estaban juntos.
Muy juntos.
Debió notarlo.
Siempre veía como Alexander cojeaba a veces, pero creía que era por el estar sentado tanto tiempo y no ejercitar.
Debió notarlo cuando ambos intercambiaron miradas cómplices en el gabinete sobre ciertos temas.
Como si esos temas hubiesen sido ya discutidos...en privado.
Debió saberlo, ¡Por Dios!, la última vez que Alexander se había arreglado tanto fue por una cita con Elizabeth.
Pero también para una reunión con Thomas.
Washington esbozó una pequeña sonrisa.
Estaba bien.
Su hijo era feliz.
Por fin había encontrado a alguien con su estilo de vida, aunque ambos compartan el mismo temperamento, Jefferson parece poder persuadir a Hamilton de una manera increíble.
Tal vez era suficiente.

One-Shots de HamiltonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora