•Angélica x John Laurens•

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|No los shippeo pero aquí estoy(?)|

Angélica y John se conocieron de la manera más extraña en el peor momento de sus vidas.
Ambos estaban en las mesas de la celebración de la gran boda de Hamilton y Elizabeth Schuyler, pero ambos estaban con sus ánimos por el suelo.
John tenía un mal sabor de boca, no, no literalmente, pero era un sentimiento que embriagaba todo su cuerpo.
Era la tristeza, los celos.
E igualmente no tenía derecho a eso, John estaba casado con Martha Laurens, una joven con la cual había tenido una hija preciosa.
Pero Alexander, ¡Oh!, él era la novedad, la bomba de su vida.
Con unos preciosos ojos azules y una sonrisa ansiosa para cada situación que se le presentase.
Angélica solo podía estar feliz por su hermana, no por ella.
Ella lo cedió.

Después del brindis Angélica fue a tomar una copa de vino, su esposo, un marqués Inglés, estaba tan ebrio que se había ido con una amante cualquiera a un cuarto a solas.
Era la vida que eligió.
Cuando se paró en la barra vió a un joven pecoso con una coleta en su cabello rizado.
Lo reconoció, era el mejor amigo de Alexander.
Ambos se miraron, y pudieron saber al instante que no estaban bien.
Que ambos jamás podrían estar satisfechos.
Angélica sonrió tímidamente, John la invitó a sentarse con él con amabilidad, ella se sentó en frente suyo. Llevaba un bello vestido plateado, con un corset muy ajustado para su gusto y varias joyas.

-Bien, señora Angélica.- Comenzó John.- Si me deja decirle así.- Pidió.
-Sería un placer que me llame por mi nombre, joven Laurens.- Respondió con una risita.
Angélica era conocida por su tenacidad, prácticamente, era de ideales tan fuertes para la época que John era exactamente el tipo de chico que podría estar de acuerdo con ella.
Él jamás creyó que el hombre fuese superior, o que los hombres de color fuesen menos que los hombres blanco, ni mucho menos que hay que discriminar al amor.
Ambos estaban encerrados en la espantosa realidad de un mundo podrido.

Hablaron de muchas cosas, por Angélica tuvo la confianza de discutir sobre política sin ser regañada por el hecho de ser mujer y no "saber nada del tema". John disfrutó mucho de su compañía, le gustaba aquella actitud.
La misma actitud de Alexander, hambrienta por conocer el mundo.
-¿Podría escribirle algún día?- Pidió sutilmente John acompañándola a la salida, Angélica lo miró fijamente por unos segundos, sin ninguna expresión en su rostro.
Estaba llegando muy lejos con John, ella tenía un apellido que mantener, un marido, una casa, un precioso hijo.
Pondría en peligro todo eso por un despecho.
-Me encantaría, joven Laurens, pero me temo que esta será nuestra última charla.- Dijo amablemente, John sonrió con amargura, tratando de dar lo mejor de sí mismo, entonces dió una reverencia y se retiró cuando ella se subió al carruaje.

Angélica pensaba en aquella noche cada día, cuando veía a Alexander en sus visitas a su hermana recordaba los amables ojos de John, su risa, su confianza y sobre todo...sus ideales.
Estaba enamorada de nuevo, pero no lo quería admitir.
Quería confiar que Alexander sería el único hombre de su vida.
Se estaba mintiendo a ella misma.
-Dios mío, ¿Qué estoy haciendo con mi vida?- Suspiró cansada.
-Angélica.- Le llamó su esposo desde la puerta de su habitación.
-Oh, que sorpresa.- Dijo algo sarcástica, él solo rodó los ojos molesto.
Esa mujer era una molestia.
- Te llegó una carta de Carolina del Sur.- Avisó pasándole la carta sin mirarla, luego se retiró.
Angélica se emocionó demasiado, un calor creció dentro de ella.
John estaba en Carolina del Sur, tal vez decidió escribirle.
Con tanta felicidad, tomó un pergamino y tinta y decidió escribir una carta antes de abrir la suya.

Mi querido, John Laurens:
He de saber que lo rechacé la primera vez que nos encontramos. Más sin duda, le debo decir el por qué.
¿Por qué?
Porque estamos en un mundo tan injusto que lo que siento por tí jamás podría ser bueno.
John Laurens, estoy enamorada de usted, desde la primera vez que habló conmigo.
Usted es el tipo de hombre que sé que liberará a América.
¡Ánimo en la batalla!

Le envía su afecto, su sirvienta, Angélica Schuyler.”

Firmó la carta con la mejor letra que pudo, la empacó. Tomó la carta de Carolina del Sur y al abrirla notó algo raro.
Era de Henry Laurens, el padre de John Laurens.
¿Qué quería él?
Siguió leyendo, y lo siguiente la rompió.
Asesinaron a su amor por segunda vez, pero está vez, no tenía la calidez de sus ojos en su vida.
John Laurens estaba muerto, pero antes de morir pidió que le escribieran y le dijeran que siempre tendría su favor.
Angélica tapó su boca, llena de los sentimientos que explotarían en ella.
Tomó su propia carta y la rompió, la rompió hasta hacerla trizas.
Trizas como su amor.
Ella jamás podrá estar satisfecha.

One-Shots de HamiltonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora