•Lams•

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|Para una alguien 😂|

Laurens no era el tipo de hombre que se dejaba endulzar por unas palabras, que tomase la iniciativa y mostrase sus verdaderos sentimientos. Algunos incluso murmuraba que el castaño era de corazón de piedra.
Pero era diferente con Alexander.
Alexander tenía algo especial, esa chispa en los ojos, esa chispa en la sonrisa, la cual te hacía sentir que todo podría girar en torno de él.
Alexander tenía la magia de hacerte sentir incompleto.
Laurens no quiso aceptarlo, de hecho, se volvió más reacio a mostrarse sensible, no respondía las cartas de Alexander.
-La señorita Marta manda sus saludos, joven Jack.-Anunció un sirviente bien vestido en la habitación, pero él a penas lo miró y asintió, Marta era su prometida, su futura esposa, y una mujer sin duda excepcional, pero le faltaba algo...
Marta no tenía una personalidad muy fuerte, ni carismática, algo que solo podía manejar el propio Alexander.

Tomó una de las cuántas cartas
Bien sabe usted de mi profundo afecto, naturalmente, que sé que corresponde, pero presiona a vuestra consciencia en una mentira, una sucia mentira revestida con maquillaje, pero de las mejores que podemos encontrar.”
Laurens arrugó la hoja. Sabía a lo que se refería Alexander.
Estaba hablando de su sexualidad.
Se sentó en el suelo, abatido, con un nudo en la garganta y una presión en el pecho, como si respirar no fuese suficiente.
Se sentó en el suelo, en el frío suelo de la hermosa casa.
Las paredes habían visto muchas cosas, y en ello, estaban viendo a un joven llorando en contra de un escritorio, pensando en lo que podría ser de su amor si tan solo...
Fuese normal...
Sí le dejasen tomar el rostro de Alexander para besarlo varias veces hasta dejarle en claro que es suyo.
Pero eso no es lo que quería de él, se había comprometido con Marta y pronto tendría algún hijo, un heredero de su legado, de su apellido.

-Joven Jack, es su padre, el señor Henry.-Dijo una criada entrando a la habitación, sorprendida por cómo encontró al pecoso en el suelo, pero no dijo nada, solo lo miró preocupada y se inclinó con respeto.
Un hombre mayor pasó en el umbral, llevaba un precioso vestuario fino, sus ojos lucían cansados, pero mantenían en mismo brillo.
-Hijo.-
-Padre.- Murmuró John.
-¿Debo estar sorprendido de tu estado?- Preguntó.
-Debes estar sorprendido por todo, naturalmente, cuando usted no me conoce.- Respondió de forma cortante, Henry suspiró con molestia y vió como John se levantaba y tiraba una carta.
-¿De quién es?-
-¿Qué te importa?-
-Es de quién te tiene así, ¿Qué clase de mujer es?- Preguntó con una sonrisa pícara, John soltó una risa sarcástica.
-Por favor dígame a qué vino, usted nunca me pide ver.-Dijo John con agresividad, Henry rodó los ojos.
-¿No puedo ver a mi hijo?-
-Por favor no me llame hijo.-
-¿De quién es la carta?-Preguntó avanzando hacia él, John retrocedió unos pasos hasta la pared, Henry tomó la carta.
No pudo detenerlo, estar cerca de aquel hombre era peligroso, recordaba cuando él le pegaba, cuando él era humillado delante de su familia.
Su padre era lo peor que le pasó.
-¿Alexander...Hamilton? ¿El bastardo Caribeño te escribe?- Preguntó algo sorprendido, después, leyó una parte de la carta. John se mantuvo inexpresivo, aunque por dentro estaba nervioso.
-¿Esto es...?- Dijo, hasta cuando cambió su expresión a una de asco.- Lo que están cometiendo esta en contra la ley Natural de Dios. Es sodomía. Están enfermos, mi Dios, Virgen María.- Exclamó asustado, John miró al suelo, sin defenderse, sabía que sí Alexander estaba ahí lo hubiese defendido, hubiese besado su mentón y su nariz tiernamente para decirle con la calidez de sus ojos que todo estaría bien.
No era así.
John recibió una cachetada de parte de su padre, él cual, temeroso y lleno de furia adelantó los preparativos de la boda de Marta y él.
Se casaron en un brillante día de sol.
John odió el sol.
Odió como todos les sonreían en el banquete, como la novia se veía de feliz y conforme por casarse con un hombre que jamás amaría su compañía.
Juró delante de Dios que la amaría por el resto de su vida, pero sabía que no podría.
No invitó a Alexander a la boda, nadie quiere que se dé a conocer a su amante su propio matrimonio.
Su error.

John montó el caballo en el paisaje de la Carolina del Sur, a su lado y atrás, habían montados y armados el primer batallón negro, los cuales estaban tan emocionados y a la vez asustados que no sabían si rezar o gritar de felicidad.
Parecían personas normales, libres.
John miró a su alrededor, a su mando llevaba padres, hijos, hermanos, esposos, amigos...
Todas esas preciadas vidas...,a su mando.
-¡Comandante!- Gritó uno de los hombres, éste llevaba un chaleco desgastado por los años, antes blancos pero ahora gris, un par de botas casi rotas y una mirada melancólica.
-Habla, soldado Windsor.-Dijo en voz alta.
-Los británicos se acercan del lateral izquierdo.-
-Pero...la guerra terminó en Yorktown.- Dijo John.
-Comandante...van armados...-Anunció con miedo, los soldados se empezaron a mirar entre sí nerviosos, algunos ya habían perdido el valor y querían huir.
-¿Qué?-
Se asomó, y a penas, un Británico disparó de primero, para seguir con sus compañeros, John gritó la orden de atacar, algunos soldados nerviosos lo hicieron pero fallaron en su mayoría.
La primera víctima fue un hombre de color de 15 años, él cual a penas pudo respirar con la sangre en la boca. La bala le dio en la garganta.
-¡Comandante!- Gritó un hombre antes de morir por una bala en la cabeza.
John se sintió aprisionado, sin salida.
Estaba a merced de los Británicos.
Se desmontó de su caballo para tomar la mano de otro hombre de color y subirlo con él, ya que se encontraba herido pero era reparable, había sido rozado por una bala pérdida.
-¡Señor!- John oyó el grito antes de sentir un profundo dolor, cayó de caballo con un grito de dolor que jamás salió de su boca.
Sus lágrimas salieron, a la vez que la sangre.
Había perdido su vida en batalla, como todo hombre quisiese.
-Señor Laurens...- Dijo un hombre, arrodillado a su lado en medio del caos y la matanza, la mayoría de los negros habían sido atrapados o asesinados.
-Digan... díganle a Alexander que siempre lo amé, díganle que lo amé desde que lo ví, desde que me hizo sonreír.- Dijo en medio de la agonía, por lo cual en hombre de color no hizo caso a sus palabras y pensó que eran los efectos del dolor.
-Dile que siempre me tuvo indefenso...- Pidió para después cerrar sus ojos para siempre.

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⏰ Última actualización: Mar 02, 2018 ⏰

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