1. Zimmerman

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Desde el segundo piso de la residencia Cobb, la pequeña Diana de trece años miraba por los espacios de la persiana la mudanza de la casa de al lado.

Ella y su hermana Michi esperaban que fuera una niña la que habitaría la vieja casa de los Danvers. No había señal de nada rosado, lo que no podía significar nada bueno.

Desde la ventana se podía ver a una mujer alta y de cabello rubio muy largo intentando bajar una caja marrón llena de etiquetas que se veía muy pesada. No fue hasta que se dio la vuelta soltando un suspiro que Diana pudo percatarse de que la mujer se veía exhausta, con las mejillas rojas por el calor y la cara empapada de sudor.

A mi me criaron con valores pensó Diana mientras bajaba las escaleras y metía la llave en el portón para ayudar a la mujer.

Una vez en frente a la casa, carraspeó para llamar la atención de la mujer. Era alta, en efecto, y tenía los ojos verdes. No verdes claro, era una mezcla de tonalidades algo opacas, aún así, su mirada brillaba. Era delgada y elegante, desprendía respeto y lo último que Diana quería era arruinar su primera impresión.

Las primeras impresiones nunca se olvidan.

-Buenas tardes señora, soy Diana Cobb, de la casa de al lado. ¿Necesita ayuda?- dije pero la respuesta era obvia, sin embargo, nunca esta de más ser educada.

-Hola cariño.- dijo la mujer secándose el sudor de la frente.- Yo soy la señora Zimmerman y realmente te lo agradecería, si es posible, solo tienes que bajar las cajas más pequeñas si no puedes con las demás y depositarlas en la entrada. Si lo hacemos juntas, terminaremos mas rápido.- dijo, desplegando una sonrisa. Si que era guapa.

La señora Zimmerman era muy dulce. Pudimos mantener una conversación muy fluida mientras ella me preguntaba sobre la escuela, el barrio, la ciudad entre otros. Por mi parte di respuestas elocuentes, de lo que me sentí orgullosa. No estaría mal caerle bien a quien puede ver mi casa saliendo de su balcón.

Las horas pasaron y, con mucho sudor de por medio, habían logrado bajarlo todo. La entrada a la sale de los Zimmerman era un completo desastre.

-Ven, vamos a tomar un poco de agua refrescante y te presentaré a mi hijos.- dijo la señora Zimmerman, adentrándose a la cocina.

¿Tenía hijos y no la estaban ayudando? Ese pensamiento me hizo enfurecer. Esa dulce mujer no tenía nada de malo como para merecer unos hijos tan ingratos.

Luego de tomar un refrescante vaso de agua, o tal vez varios vasos de agua, la señora Zimmerman y Diana subieron las escaleras y, como había dicho, habían cuatro chicos durmiendo en una cama familiar.

En el lado derecho se encontraba un chico de pelo rubio apagado, delgado y posiblemente alto para su edad, no podía ser mayor que ella. Y a su lado había...un chico exactamente igual.

Gemelos con G de Genial pensó Diana, pero no lo dijo.

En el medio había una chica, exacto, ¡una chica! Era muy parecida a los gemelos, fina y elegante como su madre, incluso se veía bien dormida y Diana no estaba segura de si eso era legal. Tenía la melena de un rubio mucho más vivo que el de los gemelos y era aproximadamente de la edad de Michi, y se le hizo el pensamiento de que esto no podía estar mejor. Una sonrisa salió de su boca.

Vaya que te equivocas.

En el lado izquierdo de la cama había un muchacho. Un muchacho muy guapo. No era rubio como sus hermanos, tenía el pelo marrón chocolate y era blanco inmaculado. Tenía la boca algo abierta y Diana quedó embobada por el subir y bajar de su pecho dormido.

Tan hipnotizada estaba que no se dio cuenta del momento en el que el chico también la estaba mirando.

De un segundo para otro salió de la parálisis y sacudió la cabeza, intentando no sonrojarse. Esto de los chicos era un asunto complicado cuando recién descubrías lo que eran hormonas.

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