Qué Bonitos Ojos Tienes...

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Ernesto De La Cruz y Héctor Rivera habían crecido juntos en Santa Cecilia.

El padre de Ernesto murió durante la Revolución y su madre al darle la vida. Héctor, más que un mejor amigo, era lo que más se acercaba a una familia para él.

Se volvieron amigos cuando Héctor tenía unos doce años y Ernesto unos dieciséis.

Más o menos se conocían de vista durante la niñez pero en aquel tiempo Héctor todavía vivía con su madre.

Desde que murió ella, Héctor solía pasarse el tiempo en la Plaza del Mariachi tocando su vieja guitarra parar ganarse la vida. También cantaba, pero su voz aún era la de un niño comparada a la de los mariachis adultos, quienes lograban juntar a grandes muchedumbres durante las fiestas.

Además de eso, Héctor era demasiado grande para su edad, con unos cabellos demasiado largos, un cuerpo demasiado flaco e incluso tenía un diente de oro como un viejo pirata.

Se sentía muy frustrado. No podía esperar a que cambiara su voz, porque realmente le encantaba tocar música. A pesar de ser tan joven, desde siempre le había sobrado la imaginación así que ya había compuesto varias canciones.

Pero no las podía cantar como lo quería a causa de esa pinche voz.

Al contrario, la de Ernesto era extraordinaria y bien sabía cautivar la atención. A la gente le encantaban sus interpretaciones de los rancheros populares. También era muy guapo así que cuando pasaba por las calles se sonrojaban las muchachas y se descartaban para dejarle camino,  ríendose ahogadamente y siguiéndole con la mirada.

Sin embargo Ernesto carecía de creatividad. Dado su gran talento para cantar, anhelaba atraer a un productor porque él, huérfano y pobre, no tenía nada más a que aspirar que hacerse músico. No obstante ya conocía la probable respuesta: tendría que escribir sus propias canciones. Y además de eso, ni siquiera tocaba bien la guitarra.

Afortunadamente Santa Cecilia era un poblado bastante pequeño, así que rápidamente en la plaza se encontraron los dos futuros artistas.

Una tarde, Héctor vio venir hacia él ese joven de espaldas anchas, guapo y elegante a pesar de la pobreza. A su gran sorpresa, mientras ponía en su sitio un mechón rebelde y le dirigía su sonrisa más seductora, el mayor pidió que tocara la canción otra vez.

Al llegar a la plaza, Ernesto de repente se había inmovilizado. Nunca había oído esta melodía, que no era un ranchero popular. Luego había visto al chamaco flaquito que la cantaba   acompañándose con su guitarra. Su voz no era muy fuerte pero Ernesto sí podía oír la letra; de inmediato le había impactado la belleza de la canción.

Cuando Héctor volvió a tocar los primeros acordes, Ernesto se puso a cantar. Ya se había memorizado la mayoría de la letra.

Para ambos, fue como si se detuviera el mundo.

La voz de Ernesto era fuerte, profunda y venía del corazón. Se armonizaba maravillosamente con las palabras y el ritmo. Para Héctor, fue como si siempre le hubiera faltado algo a la canción, pero ahora había llegado a ser perfecta.

Para Ernesto, fue como si su voz no soliera ser bastante singular, como si siempre hubiera sido demasiado influenciada por las de otros mariachis. Pero ahora sonaba como... suya.

Una muchedumbre se había empezado a formar ante ellos e iba aplaudiendo con  entusiasmo. Cuando sonó la última nota, los dos músicos se miraron a los ojos y se sonrieron.

Así nació el dúo De La Cruz/ Rivera.

A partir de este momento, Ernesto y Héctor se quedaban juntos todo el tiempo.

Loco de Atar ESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora