Deja Que Salga La Luna...

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El período que siguió fue pura felicidad para Ernesto.

El sentir que cada día, cada paso, cada actuación le llevaba más cerca de la gloria y del reconocimiento que tanto anhelaba desde hacía años, decupló su talento. El cantante se sentía crecer con los espectadores cada vez más numerosos, con las competiciones que ganaban, con los taberneros que les dejaban tocar varias canciones y les daban tequilas gratis felicitándoles y rogándoles que pronto volvieran...

Y con la presencia de Héctor a quien ahora tenía sólo para él.

Por fin habían vuelto a ser el dúo de antes, Ernesto y Héctor, los mejores amigos del mundo que lo compartían todo e iban unidos por la música, esa música que pronto llegaría a ser conocida y adorada por el resto de México.

No obstante, mientras que la voz de Ernesto iba alcanzando una potencia y una maestría cada vez más impresionantes, y mientras su carisma y su prestancia iban subyugando a cada vez más gente, la inspiración de Héctor conoció unos altibajos.
Aunque ya tenían un amplio repertorio, a veces tenía la impresión de que las canciones que había compuesto después de que se fueron de Santa Cecilia le quedaban como desabridas. Los acordes no le satisfacían; era como si no los pudiera tocar como lo quería.

Pero bueno, al cabo de un rato pensó que tal vez sólo pasara por una mala racha, porque Ernesto no opinaba lo mismo e incesantemente lo felicitaba. Entonces lo risueño y feliz que era el cantante finalmente logró tranquilizarle al menor después de unas semanas.

A Ernesto le alivió ver a su amigo recuperarse, por eso hizo lo todo que pudo para que no volviera esa mala racha. Le comunicó su alegría y le repitió que esta vez sería la buena, que estaban a punto de alcanzar su sueño y que aunque pareciera difícil conseguir la recompensa sí que valdría la pena. También insistió en la necesidad absoluta de lograr — hasta hizo ademán de prestar importancia al futuro bienestar de la familia de Héctor como si de veras le importara.


Sin embargo hizo una bobada, una vez que de nuevo le faltaba inspiración a su amigo, justo cuando a éste le hubiera gustado que tocaran algo nuevo para el próximo concierto.

Como se lo había prometido a Coco, Héctor tocaba Recuérdame cada noche a la misma hora. Mientras tocaba se imaginaba en Santa Cecilia con su hijita y se perdía tanto en aquella visión que hasta se olvidaba de que también lo escuchaba Ernesto.

Tan pronto como la primera vez que lo oyó, el mayor se sintió como si ese arrullo le atravesara el cuerpo.
Era la canción más hermosa que había compuesto el joven, la más conmovedora, la más llena de amor. Cuánto le hubiera gustado que a él le compusiera algo tan maravilloso... A Ernesto cada vez le impactaba más cuando tocaba su amigo, mirándolo a veces con esa carita tan apasionada y sincera (bueno, como si viera a Coco en lugar del cantante, pero eso éste se lo olvidaba).

Así que se le ocurrió que esta canción tal vez tendría un gran potencial y que la deberían de tocar ante un productor.

A su mayor sorpresa Héctor categóricamente se opuso a tal idea y su reacción causó una disputa.
El muchacho pretendía que había compuesto esa canción para Coco solamente y nadie más.
Le afectaba tanto tal idea por parte de Ernesto que con un tono autoritario hasta le pidió que se fuera de la habitación cada vez que tocaría Recuérdame.

Eso fragilizó mucho la afección que le solía tener el mayor a Coco.

Justo como se había puesto celoso por Imelda, también se puso celoso por la pequeña, que iba alejando a Héctor de él aunque ni estaba aquí.

Loco de Atar ESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora