Qué Te Ha Dado Esa Mujer

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A Ernesto probablemente le costó toda su fuerza para permanecer impasible.

Cuando Imelda se descartó de Héctor, éste por un momento la miró de arriba abajo, completamente perdido.

Luego la tomó de la cintura y le correspondió el beso con pasión.

Pero no fue todo: el muchacho se volteó hacia su amigo y lo miró intensamente como para pedirle que los dejara solitos.

Indignado y temblando de rabia, a Ernesto le faltó la palabra, pero como pudo le dirigió un semblante de sonrisa y obedeció.

Se fue a esperar a Héctor en silencio en la plaza, que afortunadamente se encontraba vacía.

El mayor simplemente no se lo podía creer. No se podía tragar que su compañero hubiera logrado a seducirle a Imelda.

En su mente pasaba sin fin la escena del beso apasionado entre los dos jóvenes. Héctor tenía entonces los ojos cerrados, las cejas alzadas en una expresión de abandono total, y había mezclado sus dedos con los de Imelda — así como los había mezclado con los de Ernesto aquella vez que se fueron a Guadalajara disfrazados de recién casados.

El cantante apretó el puño cogiendo gravilla, y la tiró con toda su fuerza lo más lejos posible mientras contenía un grito de cólera.

¡No podía ser!

Héctor se reunió con él un poco más tarde sonriendo hasta las orejas. Como si estuviera en una nube, ni siquiera vio cuánto le costó a su amigo componerse una cara más cordial.
De inmediato le pasó el brazo por los hombros inclinando la cabeza atrás soltando un grito de alegría.

'Ay Ernestito, ¡soy el hombre más feliz del mundo!' declamó imitando el tono teatral que a menudo solía utilizar el otro.

Como lo habían planeado, al día siguiente se fueron.
Durante todo el viaje Héctor hastió a Ernesto elogiando incesantemente a Imelda.

Cuando llegaron al hotel el menor ni siquiera se fue a dormir porque se pasó la noche componiendo.

Y la siguiente también.

No obstante a pesar de su corazón roto el mayor tuvo que admitir que ese estado de loco enamorado por parte de Héctor sí resultó positivo para las actuaciones y les proporcionó mucho éxito.
Además el joven se volvió menos tímido después de tocar; se pegaba a Ernesto asegurando sin parar que de veras habían tenido razón de venir, que le había vuelto la esperanza y que lo haría todo para que despegara su carrera.

La gira por las tabernas de la Ciudad de México y los rededores duró unas semanas.

Ernesto finalmente consiguió volver a la tranquilidad cuando su compañero acabó por darse cuenta de que "tal vez" le aburriera al hablar solamente de Imelda. Pues Héctor se disculpó y aunque le extrañara mucho a ella, volvió a concentrarse en la música e intentó comunicarle al cantante su alegría.

Éste todavía estaba apenado, por supuesto, pero hizo ademán de ser feliz.

Aún esperaba encontrar cualquiera manera para impedir a Héctor que hiciera de Imelda su novia oficial una vez regresaran a Santa Cecilia.

Pero desafortunadamente, una noche que pasaban por la Plaza de la Constitución para ir a tomarse unos tequilas, volvió ella como tema de la conversación y el joven compositor la llamó el amor de su vida.

A Ernesto se le rompió el corazón un poco más y le costó ocultar su irritación. No pronunció ni una palabra antes de que entraran a la taberna.

Loco de Atar ESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora