La Despedida

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Por supuesto Héctor le había preguntado su opinión a Imelda antes de pedirle a Ernesto que fuera el padrino de Coco. La joven sólo había aceptado a regañadientes por lo importante que era el cantante para su esposo.

Sin embargo ella lo seguía vigilando cada vez que tenía a la niña en sus brazos, como si a Ernesto le hubiera podido ocurrir la idea insensata de hacerle daño.

A él claro que esa molestia le alegró porque como no podía odiarle a Coco, le odiaba aún más a Imelda; entonces lo disfrutó al máximo demostrando una afección exagerada hacia la niña.

Cuando ella fue más grande dio sus primeros pasitos con el Tío Nesto, como lo llamaba ahora.

Cuando Imelda volvió a trabajar en la zapatería ahora que su hijita ya no necesitaba su presencia constante, al regresar a casa a menudo encontraba a su pequeña sentada tranquilamente en las rodillas de Ernesto que cantaba, mientras las rodillas de Héctor las ocupaba su guitarra.

El joven padre no parecía tener ni la menor idea de la guerra silenciosa que estaba ocurriendo entre su esposa y su mejor amigo.
Al contrario se veía muy feliz porque tenía a su familia, a Ernesto y a la música. Lo único que todavía faltaba era aquel sueño de tocar por el mundo.

Pues cuando Coco cumplió los dos años, Héctor de nuevo se fue con Ernesto a tentar a su suerte en otra ciudad cerca de Santa Cecilia.
Y después en otras también, pero por supuesto regresaba con Imelda y su niñita con la plata que había conseguido.


Sin embargo desde que había nacido Coco la situación había cambiado drásticamente.

El muchacho se ganaba demasiado poco tocando en las tabernas; no era suficiente para satisfacer las necesidades de su familia. Imelda tampoco ganaba bastante en la zapatería. Afortunadamente Óscar y Felipe, que aún vivían con ella, aportaban un poco más de estabilidad encontrando trabajo para dar y vender.

Mientras tanto, a pesar de que Héctor prometiera muchísimas veces que creía profundamente en su sueño, que ya no tardaría el éxito, que él y Ernesto llegarían a ser muy ricos así que ni nadie en la familia necesitaría trabajar después, Imelda se volvía cada vez más dubitativa.

Al empiezo sólo hacía unos comentarios, así como que Coco sólo poseía un par de zapatos que luego se volverían demasiado pequeños.

Pero a medida que pasaba el tiempo subió el tono y la joven madre llegó a discutir realmente con Héctor, pidiéndole sin parar que buscara un trabajo "más estable", y que le prestara más consideración a su familia que a ese sueño estúpido que ni siquiera le permitía darle de comer a su hija.

En cuanto a Ernesto, se mantenía al tanto de todo lo que se decía entre los esposos porque su amigo siempre se lo contaba y se sentía cada vez más serenado.

La idea de que Coco, ese último elemento perturbador que seguía impidiendo que se inclinara el corazón de Héctor por él, llegara a debilitar la armonía entre la pareja, podría resultar a su favor.

El cantante, que iba esperando por tanto tiempo a que le echara una mano el destino, y que pensó entonces con gran alegría que tal vez habría llegado el momento, se puso a buscar alguna manera de agravar la desconsideración de Imelda por Héctor y la música.


'Cómo, ¿que de veras no te enteras de cómo te trata ella, mi amigo?' exclamó un día mientras estaban ensayando sin Coco, la cual se había quedado con su mamá.

'¿Quién?' preguntó Héctor distraídamente, escribiendo en su libreta la letra de un arrullo que había estado componiendo para la pequeña.

Ernesto alzó los ojos al cielo y lo miró con exasperación.

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