Problemas

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Capítulo III

Problemas

Habían dicho que iban en busca de Krum y Green para poder empezar a trabajar de una vez por todas, y aunque en el fondo ésa fuera una de sus intenciones, no podían negar que debía ser de las últimas de la lista.

La broma de Lysette sobre los «novios» de Violeta y Claire, si bien graciosas al principio, no dejaban de darles un poco de celos. Y si tenían en cuenta que dormían en un hotel donde se alojaban algunas de las prostitutas de la ciudad, el sentimiento no podía ser ignorado sin más.

Claro que ninguno de los dos tenía pensado pagar por pasar un buen rato bajo las sábanas. De momento no, al menos.

–La carne es débil. –había dicho André White con una sonrisa amplia en los labios, alzando la copa en el aire.

–Y el corazón odia la soledad. –aseguró Giacomo Pinto, con otra sonrisa, brindando con él.

El local en el que se encontraban era bastante elegante y discreto. Abundaban los colores oscuros y las paredes a media altura levantadas para proporcionar la mayor discreción posible a los asientos reservados.

Desde su lugar privilegiado, observaban a las personas a su alrededor en busca de mujeres que se sintiesen atraídas por dos extranjeros enigmáticos y misteriosos como ellos.

Por suerte para ellos, algunas de ellas los miraban desde cierta distancia, dedicándoles sonrisas de vez en cuando.

Por desgracia para ellos, las mujeres no eran las únicas que los miraban.

Desde el segundo piso, lejos de la mirada de los dos médicos, James Sivers se permitía el lujo de destapar una de las botellas de cristal para servirse una copa de whisky.

La botella en cuestión era cuadrada, decorada con algunas filigranas y abultamientos del propio cristal. El cuello, la boca y el tapón de la misma eran de hierro. En otras palabras, James Sivers se estaba sirviendo «uno de los caros» bajo la atenta, y cada vez más furiosa, mirada del hombre que estaba por encima de todos los demás en aquella habitación.

–Esos cabrones –dijo con tono resentido, acercándose a la ventana para volver a mirar a los dos médicos, con la copa en la mano–. Míralos ahí abajo, pavoneándose. Se han librado por muy poco de pagar la «cuota especial» –pronunció con sorna–, y se creen que pueden deambular a sus anchas por la ciudad, sin tener consecuencias de sus actos –apretó el puño derecho y golpeó sin fuerzas en el cristal, negando con la cabeza–. Y todo porque ese maldito cabrón psicópata les está cubriendo. Creo que cometemos un error muy estúpido dejando a Raven con vida –dijo ladeando el rostro para mirar por encima del hombro a los cuatro hombres que parecían ignorarlo por completo mientras jugaban a las cartas–. Ese tipo nos causa demasiados problemas.

Derek Gallows comenzaba a estar al límite de su paciencia con James Sivers, lo hizo saber con un carraspeo.

Fue sólo eso, un sencillo carraspeo, pero bastó para que la partida se detuviese por completo y que a Sivers se le helase la sangre en las venas.

–Teniendo en cuenta que Raven Gunslinger fue el único hombre de toda la ciudad capaz de solucionar el problema de los caníbales y que es uno de los mejores agentes externos que tenemos para mediar por nosotros con los otros Sindicatos, siendo tú, en contra, el hombre que ha dejado que casi mil Niras se esfumasen ante sus propias narices, sin hacer nada por impedirlo, creo que esa es una afirmación un tanto arriesgada, Sivers. –dijo de forma lenta y pausada, disfrutando del efecto que causaba cada una de las palabras pronunciadas.

Los PáramosWhere stories live. Discover now