En la tumba del viejo Carradine

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Capítulo XIV

En la tumba del viejo Carradine

No podía negar que había sido un auténtico estúpido por haber caído en la maldita trampa. Quería pensar que la responsabilidad de haberlo no era enteramente suya, que Derek había sido el que le traicionara de aquella manera, pero no podía negar los hechos: no era la primera vez que le traicionaba, y debió haber estado atento y no bajar la guardia. Para Raven, el dicho de «Si me engañas una vez, la culpa es tuya. Si me engañas dos, es mía» era absurdo. Uno era responsable de saber reconocer las intenciones ocultas de cada persona que le rodeaba, fuera como fuese. Y en el caso específico de Derek, la culpa era doble: si lo hubiese matado tras la primera traición, no se habría repetido la segunda.

Claro que era fácil llegar a esta conclusión, una vez que había caído en la trampa y que, por algún milagro, había sobrevivido a la caída.

Cayó de espaldas, haciendo grandes y, al menos para Derek, cómicos aspavientos con los brazos en un desesperado intento por mantener el equilibrio y mantenerse sobre la tierra, pero no lo había logrado. Cayó al interior de la tumba abierta con la borboteante y ahogada carcajada de Derek Gallows brotando de su garganta como un etílico y ponzoñoso manantial que lo inundaba todo a su paso, jactándose y regodeándose de lo que acababa de hacer.

Sobre lo primero que cayó fue sobre la enmarañada red de brazos de muertos, y Raven tuvo la esperanza de que las raíces fuesen tan duras y estuviesen bien incrustadas en la tierra como para frenar su caída. La esperanza le duró cuestión de segundos, que fue lo que dichas raíces tardaron en ceder bajo su peso, dejándolo caer con su peso añadido, formando una red que había atrapado al pistolero, sobre el féretro abierto, directamente sobre el cuerpo del viejo Carradine, que le dedicó una sonrisa desdentada y muerta. En ese momento, el pistolero miró hacia la superficie, alarmado. Si Derek comenzaba a tirarle tierra encima, por borracho que estuviera, no tendría ninguna posibilidad de escapar con vida de allí: acabaría enterrado vivo, y lo peor de todo no sería tener que compartir el ataúd con el viejo Carradine, sino el dolor que eso causaría a Claire...quien no estaría exenta de peligro tras su muerte: llegados a este punto, Raven no tenía garantías de que Derek, tras acabar con él, no fuese al hotel para encargarse de los médicos.

De modo que tenía que darse prisa para salir de aquél agujero oscuro, literalmente, en el que lo habían metido a la fuerza, para resolver los problemas como sólo sabía hacer. A tiros.

Pero la tierra en la que descansaba el ataúd también cedió. No fue tan inmediato como lo habían hecho las raíces, y, de hecho, fue bastante discreto: al principio no hubo más que el discreto y casi silencioso sonido de la tierra corriendo, cayendo por una infinidad de puntos que se habían abierto bajo ellos, rellenando los huecos que el golpe había dejado bajo ellos, casi como si de un reloj de arena se tratase. Como la tierra que sustentaba el féretro había ido desapareciendo de forma paulatina, el suelo compacto se resquebrajó, casi pudo oír cómo se iba abriendo en dos en los puntos más débiles y extendiéndose a lo largo de aquél rectángulo de dos metros, y la tierra, literalmente, se abrió en dos, engulléndolos.

Arriba, sorprendido por el estruendo y el consiguiente hongo de tierra en polvo que salió disparado desde el interior, un aturdido Derek Gallows que, mirando la botella, se preguntaba una y otra vez por qué lo había hecho, se acercó lentamente, con paso inestable, a los bordes del agujero para ver qué había pasado. Al principio le costó mucho distinguir nada, no sólo por la polvareda que aún no se había asentado sino porque no fue capaz de ver el ataúd a la distancia que esperaba: este había caído más abajo, al menos tres metros. Se quedó perplejo y casi mudo, con los ojos a punto de salírsele de las órbitas, con el corazón latiéndole con más fuerza que nunca en el pecho. Pudo ver a Raven tendido sobre los restos del ataúd, que se había hecho añicos al caer, con la calavera del viejo Carradine junto a su rostro, como dos enamorados que se hubiesen dormido, cubierto por los brazos de muerto que casi parecían hacer las veces de manta.

Los PáramosWhere stories live. Discover now