La peor de las pesadillas

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Capítulo VIII

La peor de las pesadillas

Esperaba poder despachar todas las preguntas que la gente de Claire, incluyéndola, pudieran tenerle preparadas, para poder dormir al menos tres de las cuatro horas de viaje. A todos les vendría bien hacerlo.

–Entonces, ¿crees que es sensato haber desechado al piloto de Gallows por...? –Giacomo no se atrevía a terminar la frase en voz alta. No quería que Violeta se ofendiese.

Raven se limitó a encogerse de hombros con sencillez, aliviado de que esa fuera la Gran Pregunta que le hacían. Ninguno había querido indagar sobre las notas en la libreta de Krum, y eso sólo podía deberse a que aún no las hubiesen leído todos, o que el cansancio acumulado les impidiese asimilar todo aquello de golpe.

En cualquier caso, Raven lo agradecía.

–Es posible que el dirigible en el que Krum huyó no se encentre en las mejores condiciones –dijo con evasivas–, así que, si se diera el caso, nunca vendrá mal contar con el mecánico que se las ingenió para modificarlos, ¿no te parece?

Era un argumento lógico y razonable, pero era falso. No porque Xeo no fuese capaz de reparar los posibles daños del aparato, si él no pudiera hacerlo sería porque nadie en todo Ascal podría, sino porque la auténtica razón por la que le había pedido que pilotase el dirigible hasta Odre era mucho más simple e ilógica: por un pálpito.

De toda la información que pudo extraer de las anotaciones de Ernest, a Raven le quedó claro que, fuese lo que fuese lo que intentase, necesitaría de vastos conocimientos mecánicos. Nadie mejor que el «tarado», seguía siendo una palabra prohibida para referirse a él, especialmente si Violeta se encontraba cerca, del pueblo para comprender y desentrañar los intentos de Krum por mantener con vida a sus hijos.

Giacomo asintió lentamente, dando por válida la respuesta de Raven. Como él, y como el resto, también estaba agotado: lo único que quería era dormir cuanto pudiese para encontrarse fresco y descansado cuando llegasen a su destino.

–¿Hay hospital en el pueblo al que vamos? –preguntó Violeta después de que Giacomo se hubiese marchado–. Para intentar atenderlos en las mejores condiciones posibles, quiero decir... –carraspeó un poco, un tanto incómoda.

–Lo más parecido a un hospital que hay en Odre –respondió logrando resistir las ganas de echarse a reír ante la pregunta–, es la casa más grande del pueblo –se encogió de hombros–. Allí llevan a los heridos o a los que están a punto de morir, para que sus seres queridos o vecinos allegados intenten salvarles la vida como buenamente puedan, o despedirse con cierta dignidad. Pero francamente, no creo que Krum los haya llevado allí.

Violeta asintió lentamente, cerrando los puños con fuerza, sintiendo cómo la rabia empezaba a recorrerla. No hacia Raven por su respuesta o a la gente del pueblo por la falta de medios, sino a la impotencia que estas le provocaban. También decidió marcharse, seguida por Lysette.

André seguía en la habitación que hacía las veces de camarote del capitán, rascándose la barbilla con una sonrisa desganada.

–Eso del Proyecto Lázaro suena terrorífico. –dijo con tono causal.

–Sobre todo porque no sabemos qué demonios implica ese proyecto –asintió Raven con paciencia–. ¿Tienes alguna otra inquietud encima o puedo irme a dormir un poco? Ha sido una noche bastante movida, como bien sabes.

–Para ti más que para el resto, desde luego –asintió André–. Y no lo digo por haberte pasado parte de la noche a tiros con un montón de idiotas –le guiñó un ojo–. Creo que ha pasado algo, algo grave. Algo que te ha tenido desde anoche más tenso que las cuerdas de una guitarra.

Los PáramosWhere stories live. Discover now