El secreto del muerto Carradine

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Capítulo XIII

El secreto del muerto Carradine

Se habían puesto en marcha sin perder un solo segundo. Claire, Raven, Giacomo, André, Lysette, Baxter, Lyon, la mujer de pelo corto y el granjero se dirigieron directamente a casa de Mortimer para recorrer el cementerio que se levantaba detrás del jardín trasero para buscar la tumba del viejo Carradine, cosa que, como Raven les había advertido, no iba a ser tan fácil como pudieran creer en un principio. El viejo había sido enterrado en una tumba sin nombre, precisamente para evitar que nadie intentase saquear sus restos en busca de pistas que indicaran dónde estaban las betas de oro más prolíficas o venganza por lo que le había hecho a los Olsen al descubrirlos husmeando en su propiedad, porque no mucha gente le había creído al asegurar que él sólo había sido responsable de los dos disparos en la cabeza y no de las otras atrocidades que debían haberlos matado. Derek había ido a hablar, o más bien sondear, tal como había dicho, con sus hombres para descubrir el ánimo con el que se encontraban, antes de comunicarles que debían volver a la mina una última vez. Rose había enviado a varias de sus chicas a recorrer las calles de la ciudad para que la informaran sobre cómo iban desarrollándose las cosas tras la muerte de Frederick Pyke: le preocupaba mucho que la estúpida Llama de la Verdad no se hubiera disuelto a pesar de ello, y que se reunieran a escondidas para trazar una venganza contra el Mensajero.

–¿Y cómo, exactamente, vamos a encontrar la tumba sin nombre correcta? –preguntó André mirando a su alrededor. En su alrededor inmediato había, como mínimo, una docena de cruces de madera, torcidas y comidas por el sol, sin ningún tipo de inscripción que reflejara el nombre de su ocupante, bien fuera porque no lo habían sabido nunca o porque el mismo sol se hubiera comido dichos nombres.

Incluso a Lysette, que se mostraba extrañamente entusiasmada de la búsqueda de la tumba sin nombre, se le borró parte de la energía y la sonrisa que era incapaz de contener y que los demás se esforzaban por no ver.

–Créeme –le dijo Raven caminando entre lápidas–, la reconocerás en cuanto des con ella –aseguró con una sonrisa a medias–. Si esto lo ha organizado él, se habrá asegurado de que uno de nosotros la encuentre...es mezquino en cuanto a poner las cosas fáciles, pero no un idiota. Sabe que la clave de la supervivencia de la ciudad depende de que encontremos lo que sea que el viejo Carradine se llevó a la tumba.

André asintió lentamente, volviendo a centrar su atención en las lápidas que tenía delante. Se habían repartido el gran rectángulo que formaba el cementerio en cuadrículas extensas, para que todos comprobasen una extensión concreta sin que tuviesen que recorrerlo entero en varias ocasiones porque uno de ellos, saciado de tumbas sin nombre, la hubiese pasado sin darse cuenta.

–Tiene que ser bastante irónico –comentó André de nuevo, aunque esta vez con tono bajo y distraído, más para sí que para nadie–. Ser dueño de la mina más rica de todo el continente, y acabar tus días en una tumba sin nombre...con una cruz de madera castigada por el sol. Sin grandes monumentos ni un mausoleo que perpetúe la leyenda de lo que llegaste a poseer.

–Eso es porque el viejo Carradine nunca encontró más que polvo y tierra. –dijo Baxter.

–Pero... –hizo una parada técnica para ladear el rostro y mirar al hombre con sorpresa e incredulidad–. Todos a los que he oído hablar de la dichosa mina aseguran que ahí abajo hay suficiente oro como para comprar todo Ascal, hasta el último rincón de piedra, y ni siquiera notarlo en la cartera.

–En el mar hay suficiente agua como para que nadie en todo el mundo pase sed, pero eso no significa que la gente no se muera de sed. –replicó Baxter encogiéndose de hombros, con una sonrisa amplia.

Los PáramosWhere stories live. Discover now