9: 33 a. m.

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26 de noviembre


A la mañana siguiente, después de haberse sumergido en una aventura literaria, Max Carter tuvo un renacimiento.

Se levantó a causa de la luz del sol que entró en la habitación. Fue a la ducha y después bajó a la sala. Estaba convencido de recoger cada pedazo de la antigua personalidad que él mismo había roto.

Su mamá se encontraba sentada en el espacioso sofá, viendo en la televisión el representativo desfile del día de acción de gracias; estaba en pijamas y le pidió, a penas lo vio, que fuera al supermercado. Era el día de acción de gracias y quería tratar de hacer una buena cena.

Había muchas personas en el centro de la ciudad, sin embargo, le fue fácil transitar por las calles. Cuando Max pasó frente a las tiendas, notó que ya había llegado completamente el espíritu navideño, y, aunque la navidad no era su celebración favorita, las decoraciones lo hipnotizaron.

Las horas pasaban y Max había caminado por varias calles en busca de los supermercados que conocía, pero la gran mayoría estaban cerrados, haciéndolo sentir molesto y estresado. Sólo le faltaba ir a uno y aspiró que ese sí estuviera abierto.

Y así fue, pero justo cuando pensó que el día de acción de gracias le había traído suerte, y tuvo la certeza de que al fin podría comprar lo que le había encargado su madre, un guardia le impidió la entrada.

—Estamos cerrando —le dijo el señor en la puerta.

—Por favor, sólo será un segundo —le suplicó Max.

—No puedo dejarlo entrar, tengo esas órdenes. Esperar que todos salgan y luego cerrar.

Sin embargo, por más estrictas que parecieran esas palabras, Max no perdió la esperanza de entrar al inmenso supermercado y se quedó con los brazos cruzados frente a la puerta, fingiendo que por su mente pasaba la idea de ir a otro sitio. Se le había ocurrido esperar que alguien saliera para así poder escabullirse dentro del supermercado.

La primera persona que salió fue Ian. Algo insólito. Su amigo no lo saludó, sólo se le quedó observando con una expresión neutra y luego siguió de largo junto a su madre, que parecía de carácter fuerte. Arrastraban cuatro carros de compras, así que, para la suerte de Max, iban a necesitar la ayuda del guardia para meter todo en su vehículo.

Max fingió estar yéndose, para que el hombre pudiera dejar la puerta tranquilamente e ir a ayudar Ian y su madre con los carritos de compras. Y cuando la puerta estuvo sola, aprovechó la oportunidad y entró cautelosamente en el supermercado.

Las cajas de pago estaban repletas, no saldría temprano de allí. Observó la lista que le había dado su madre y se dirigió al pasillo de bebidas en busca del primer producto.

01: 21 p. m.

Tras un larga y tediosa mañana en la ciudad, Max logró llegar a su casa sosteniendo bolsas de compra en ambas manos. Entró y cerró la puerta con una fuerte patada que hizo que su madre saliera de la cocina asustada.

—Sólo soy yo —dijo Max, riendo.

Su mamá entró de nuevo en la cocina y él la siguió casi corriendo, quería soltar cuanto antes las pesadas bolsas que sostuvo todo el camino, a pie, desde la ciudad hasta su casa. Dejó las compras en los mesones de la cocina y revisó las marcas que le habían quedado en las manos.

—¿Conseguiste todo? —le preguntó su mamá.

—Sí, fue casi como si estuviera en una película de aventura, pero lo logré.

—Quiero cocinar pavo y hacer un pastel —le dijo ella mientras iba de lado a lado guardando los productos—, pero sabes que no soy buena cocinando. —Se detuvo y miró a Max—. Así que pensé ir viendo una receta en la televisión mientras cocinaba. ¿Qué opinas?

—¿Pero no te cansarías si ves el televisor, luego vas a la cocina, una y otra vez?

—Lo sé, por eso pensé traer el televisor pequeño para acá.

—¿El que está arriba?

—Sí, ese. ¿Puedes bajarlo?

—¿Estas segura de que eso sirve?

—Ojalá. Si no sirve, tendrás que hacer tú la comida porque te queda mejor.

—Sí, si sirve —se apresuró a decir Max, para atraer la suerte—. Ya lo busco.

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