Para él las palabras de ese libro eran tan genuinas que estaban a punto de saltar de las páginas, rebotar en las paredes e impregnar toda la habitación con un aroma a tinta.
Esos libros comenzaban a narrar la vida de alguien. Se preguntó si aquella persona sería real o ficticia, y por qué, de entre tantas puertas, la de él había sido la elegida. Nunca se había sentido especial, las personas siempre preferían estar con otros antes que con él, y el hecho de que el escritor de aquellos libros quizás lo había elegido lo hizo sentirse sublime.
La última línea atrapó su atención al instante, notó algo de agresividad en el escritor anónimo y eso lo hizo sentirse algo nervioso. Aunque quizás el autor sólo pretendía bromear, él lo tradujo de otra manera debido a la situación en la que se encontraba. El chico se estaba involucrando en un círculo vicioso, pasaba de olvidar todo y relajarse a cuestionarse cosas que quizás no tenían sentido.
Esta vez no pensó en tomar un descanso para seguir leyendo, ya que su curiosidad era inmensa- Tomó el siguiente libro y fue hasta el viejo sillón que había estado en su habitación por tantos años; pero, antes de que lograra sentarse, un sonido surgió del pasillo. El viejo teléfono de la pared, que nunca recibía llamadas, salió de la cotidianidad en una mala situación.
El chico dejó el libro en el sillón, salió de la habitación en silencio y echó un vistazo al largo pasillo. Por su mente pasaron una gran cantidad de escenas de películas de terror que seguían ese mismo patrón. Dejó la puerta abierta y caminó en dirección al teléfono que se encontraba cerca de las escaleras.
Cuando llegó a él, dudó un poco en contestar, sin embargo, decidió descolgarlo.
—¿Aló? —dijo él, casi tartamudeando, seguro de que se había dado marcha el plan de un asesino.
—Cariño, lamento despertarte. —Era la voz de su madre. Aquella voz un poco acelerada le brindó la seguridad que necesitaba—. He tomado más turnos y llegaré un poco tarde, en la nevera hay un trozo de pizza por si tienes hambre... No puedo hablar más. Cuídate, te amo.
El auricular del teléfono seguía en su oreja, su madre había colgado antes de que él pudiera decir una sola palabra. Pensó en contarle lo que le sucedía, decirle que regresara, pero no quería alarmarla.
Dejó el teléfono en su lugar y permaneció de pie en el pasillo. Su casa tenía tres pisos, pero el último sólo era utilizado como una especie de ático. Detrás de él se encontraba la habitación de su madre y otra habitación que estaba vacía, viró la cabeza a la izquierda y observó su habitación, cuyo resplandor de luz era lo único que iluminaba el pasillo. Pensó en volver a ella, pero la pizza en la nevera que su madre había mencionado sonaba tentadora.
Bajó las escaleras lentamente y cuando llegó al pasillo inferior, observó al final del mismo la puerta que daba a la calle y recordó exactamente el momento en el que encontró la caja. Caminó haciendo un esfuerzo para comportarse como si no tuviera miedo, con una postura recta y sin mirar atrás en ningún momento, luego giró a la derecha y entró en la cocina. Palpó el muro varias veces hasta que encontró el interruptor y encendió la luz.
La cocina era muy amplia y tenía un aspecto acogedor, estaba decorada con coloridos mosaicos y el suelo era de madera oscura al igual que el de toda la casa. La pared frontal tenía estanterías de punta a punta donde se disponían frascos de cristal con miel, café o especias y siempre había papelitos con avisos de su madre pegados en las paredes. Uno de ellos decía: «Acuéstate temprano, no quiero que sigas faltando a clases», y otro: «Si tienes frío prepara café».
Muchas veces durante el día él salía de su habitación e iba hasta la nevera. La abría y sólo se quedaba allí, de pie, como si hubiera encontrado un espectáculo digno de admirar. Esa simple, pero molesta acción, desataba el furor de su madre. Ella lo llamaba «estar enamorado del refrigerador», sin embargo, él no dejaba de hacerlo porque encontraba diversión en la reacción de su madre.
Abrió la nevera y un aire fresco lo envolvió, poniéndole la piel de gallina. No le costó nada hallar la pizza que su madre había mencionado, la tomó y la colocó en un plato. El trozo de pizza estaba helado pero no quiso calentarlo. Seguido de esto, decidió hacer caso a lo sugerido por su madre y se preparó un café. El aroma que surgía de la cafetera era intenso y embriagador, tanto que perfumaba toda la habitación, y eso lo relajó completamente.
Con la pizza y el café en sus manos, el chico salió de la cocina dejando tras de sí la luz encendida.
Adentro de la habitación pudo sentirse completamente cómodo. Movió un poco los libros que estaban en la mesita de noche y colocó allí el café y la pizza, luego buscó el sillón y lo arrastró hasta que éste quedara al lado de la mesa. Todo lo hizo muy rápido para poder empezar a leer tranquilamente.
«Pizza, café, libros y una noche lluviosa», se dijo con una enorme sonrisa que expresaba deleite. Él no parecía la clase de chicos que diría eso. Su personalidad fuerte, que venía estableciendo desde hace un año, no permitía ver aquel serio, simpático y ameno chico que en realidad era.
Tomó el libro y se lanzó en el sofá, poniéndose cómodo. Su expresión serena denotaba que, sin temor a nada, estaba dispuesto a descubrir aquel misterio.
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Te regalo un libro.
Mistério / Suspense¿Se ha dado marcha al plan de un asesino o todo es melodrama? Max solía ser un chico atento y sensato, pero la muerte de su padre lo convirtió en una persona orgullosa y monótona. Abandonó sus pasiones y comenzó a actuar para complacer a los demás. ...