12:11 p. m

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24 de noviembre

Si al terminar de leer cierras el libro despacito, como con temor y a continuación lo miras por un rato, puedes estar seguro de que esa historia permanecerá en tu cabeza para siempre.

—¿Qué? —dijo enojado tras terminar de leer las últimas líneas—. ¿Esto es todo?

Sintió como si un afilado cuchillo le atravesara a sangre fría el corazón. Quería saber cómo había terminado todo, pero la historia parecía continuar y ya no quedaban más libros. Final abierto que creó en él un profundo entusiasmo y obsesión. De ahora en adelante no dejaría de pensar en lo que había pasado.

Aquellas últimas palabras fueron justamente la ducha fría que él necesitaba, le despertaron la mayor curiosidad que se pudiera tener y le hicieron anhelar que la caja tuviera infinidades de libros. Aquella historia para él se había convertido en un clásico.

Los libros habían terminado y no sabía que vendría luego. Terminó también dentro de él todo miedo y ansiedad, inquietud e inseguridad que en un principio lo dominaban.

Al leer la última línea, entendió que el autor le volvería a escribir, al menos era lo que él chico deseaba. Quería que esta vez el escritor se apareciera en su puerta y le entregara una gran cantidad de libros.

Volvió a ver el reloj y notó que sólo tendría cinco horas de sueño, era costumbre para él contar cuántas horas dormiría. Sus ojos estaban muy cansados y le exigían que los cerrara por un extenso rato.

Con una sonrisa en la cara se tiró en la cama, su brazo derecho colgó en dirección al suelo soltando el libro que tenía en la mano, este cayó en el piso de madera produciendo un interesante sonido. El chico admiró el techo por unos segundos y lentamente fue cerrando sus ojos hasta caer en una profunda ensoñación.

En su sueño se sentía flotando libremente, como si estuviera en un limbo, atrapado entre dos mundos. Flotaba en un cielo azul con tonos grises y lleno de neblina, el viento golpeaba su cara suavemente y movía su cabello. De improviso una fuerza comenzó a empujarlo hacía abajo y fue cayendo rápidamente hacia el vacío. Una sensación de vértigo lo invadió, seguía cayendo pero no llegaba al final. La niebla comenzó a desvanecerse lentamente y permitió ver en el cielo gris unas nubes blancas y detrás de ellas lo que parecía la silueta de un bosque. De pronto empezaron a caer muchos libros abiertos, cuyas hojas se movían bruscamente y producían un atronador sonido. Dejó de caer y desapareció la gravedad, estaba flotando junto a los libros de estilo antiguo mientras todo iba volviéndose negro, hasta que no logró percibir nada, ni a él mismo.


4:49 a. m.

En la habitación había un agradable silencio.

—¿Max? ¿Estás despierto? —dijo la madre del chico en la vacía sala.

Dejó su gabardina en el respaldo del sillón que estaba al lado de la puerta y caminó, dando pasos de cansancio, hacia la cocina.

Se paró en el marco de la puerta y observó con una expresión de reproche la cafetera que su hijo había dejado sucia, y se molestó al notar que la luz de la cocina estaba encendida, lo que quizás demostraba que estuvo así toda la noche y significaría un enorme aumento en la factura de la electricidad.

Caminó hacia la barra de la cocina y colocó allí la caja que traía, estaba tan cansada que no se le pasó por la cabeza revisarla. Salió de la habitación y subió despacio las escaleras cansada físicamente, pero aún más mentalmente.

Entró en la habitación de su hijo y sonrió al verlo dormir con la boca abierta.

6: 25 a. m.

Durante la noche se había movido bruscamente por toda la cama y había quedado en la dirección contraria del colchón.

Abrió lentamente los ojos, su visión fue algo borrosa, pero al cabo de unos segundos enfocó a la perfección. Se levantó y se sentó en el borde de la cama, estirando sus brazos y bostezando.

Max tenía una expresión vacía. Fue hasta su ventana y la luz del inmenso sol lo deslumbró. Tras la larga noche llegó el amanecer como una tenue línea naranja dibujada en el cielo. La ciudad amaneció con la atmósfera limpia y cuando sacó la cabeza por la ventana lo recibió una agradable brisa mañanera.

Quitó la vista de la ventana y miró la mesita de noche. Vio los libros apilados uno encima de otro, esos libros que le causaron una noche de insomnio literario. Recordó que los había leído la noche pasada de un tirón y se convenció de que aquello era el comienzo de muchos más libros.

Repentinamente, escuchó un ruido que parecía provenir del piso de abajo, dio un respingo y salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí.

El pasillo estaba oscuro y frío. Bajó las escaleras con mucho cuidado, aún tenía mucho sueño. Max no estaba nervioso, era como si la falta de sueño hubiera hecho desaparecer sus emociones.

En la casa se respiraba mucha tranquilidad. Echó un vistazo al pasillo, pero no había nadie. De nuevo volvió a escuchar aquel sonido y supo que provenía de la cocina. Se acercó lentamente y encontró a su madre preparando el desayuno.

—Hola, ¿cómo te fue? —preguntó Max, mientras se sentaba en el banquillo de la cocina.

—Fue una noche muy larga —respondió su madre sin mirarlo a la cara, estaba sirviendo leche en un bol con cereal.

—Ni me lo digas.

—Llegué hace horas, te vi dormido y no quise despertarte —le dijo ella, colocando el bol frente a él—. Por cierto, me encontré una caja en la puerta, dice tu nombre. Está allí, en la barra.

Las palabras de su madre le pusieron la piel de gallina y en un acto impulsivo se dirigió a la barra para tomar la caja, lo que provocó una mirada asesina de su mamá por rechazar el cereal.

La caja era más grande que la anterior y no sabía si contendría lo que él pensaba, pero tenía esperanza de que así fuera. No estaba forrada y tenía una tarjeta con su nombre.

«Para ti, Max.

Todo llega, todo pasa. Lo que no entendiste ayer lo entiendes hoy. Lo que no entiendas hoy lo entenderás mañana. Y quizás ya llegó el mañana o por lo menos una parte en estos nuevos libros que quiero regalarte».



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