3:30 p. m.

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Tras varios minutos a la expectativa de que el televisor mostrara algún canal para que su madre al fin lograra hacer una deliciosa comida, Max subió a su habitación con la intención de eliminar el cansancio que le dejó el tedioso día.

Se lanzó en la cama e intento dormir, pero después de moverse una y otra vez en el colchón, buscando un lugar donde pudiera conciliar el sueño, no lo logró; sólo se quedó tendido de costado, mirando fijamente la ventana de la habitación y pensando en lo bien que se había sentido al actuar amable con su madre. Estar siempre a la defensiva no es placentero.

Se levantó de la cama y fue hasta la ventana, deslizó los cristales y entró una agradable brisa en la habitación. Se sintió libre al sentir el viento en su rostro.

Las personas en el vecindario mostraban estar más alegres y enérgicas, le pareció curioso lo que un simple día festivo puede lograr.

Pensó en el final de los libros, en la misión que le encargaron. Debía pedir perdón, sin embargo, le costaba hacerlo. Pero no tenía alternativa, si no lo hacía estaría defraudando a alguien que confió en él.

«Escribir es una de las mejores formas de renacer que conozco», esa frase apareció en su cabeza como si fuera una gota cayendo de la hoja de un árbol en otoño. Quizás escribir lo ayudaría a analizar desde otra perspectiva cada parte de su vida.

Max no sabía si sería bueno escribiendo, pero lo intentaría. El autor de los libros le hizo pensar que hacerlo era fácil, sólo se trataba de narrar encontrando el momento exacto para colocar una buena frase.

Se apartó de la ventana y buscó en su mochila del colegio uno de sus cuadernos y un lápiz de grafito. Luego fue hasta la cama y se sentó en ella. Apoyó el cuaderno en sus piernas y puso la punta del lápiz en la hoja sin saber que escribir.

No supo cómo empezar. Lo único que tenía claro era que haría una historia cronológica y cuando llegara al presente escribiría cosas que sonaran como metas. Así encontró la forma perfecta de que su inexplorada habilidad para escribir no fuera el centro de atención en el primer trabajo escrito qué haría para hablar sobre sí mismo.

Y, aunque dentro de él, en un espiral profundo, todavía estaba la sensación de vacío que dejó la muerte de su papa, el deseo de que le llegaran más libros y la necesidad de saber: «¿Ian podría perdonar lo que hice cuando se entere de todo?», confió en que las palabras que plasmaría en ese cuaderno serían la puerta que lo llevaría a reinventarse a sí mismo y reconvertir su vida en algo lleno de sentido.

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