Dueto

7 1 0
                                    

De nuevo, dan las doce y diez. Espero aquí en esta banca, a que vuelva mi fantasma. No siempre, eso sí. A veces llega a las diez, otras veces ni se asoma. Pero últimamente aparece con más frecuencia, incluso ha llegado a las siete y cuarto. ¡Las siete y cuarto! ¿Será posible que por fin haya captado su atención?

A veces me preguntan lo que espero obtener de tan estúpida obsesión. Ellos no entienden claro, jamás escuchan aquello que mi fantasma me toca con su brisa, me canta al alba y al medio día. Su melodía se diluye como el agua, así como su forma. Sé muy bien que este, mi fantasma (he llegado a deducir que es un ella por su manera de tocar), es de naturaleza tímida y quizás un tanto altanera. Ella suele empezar la melodía que con mucho esfuerzo y gran silencio logró apreciar. Así, ella toca y se detiene de improviso, ahí es donde me dispongo a imitar su gracia y sus movimientos. Si me sale a la perfección, interrumpe el silencio con una nueva melodía, si no, simplemente se enoja y se va. Al parecer no le interesa perder su tiempo con novatos. Por eso he practicado sin parar día y noche (aunque por aquí no se logra apreciar la diferencia entre ambos, el cielo siempre con sus nubes grises), con tal de mantener a mi fantasma por más tiempo.

Hace poco nuestra dinámica empezó a cambiar.

Anuncia su presencia como un vapor cálido en la banca, a la cual siempre llega puntual. Sin embargo, ya no empieza a tocar. Simplemente espera ahí, sentada o flotando o lo que sea que hagan los fantasmas y me mira. Sí, me mira. O eso creo yo. Siento cómo se acerca y da calor. Es curioso, según todo el mundo los fantasmas dan todo menos calor. Creo que debe tratarse de un espíritu cálido, lleno de ritmo, cuya aura irradia luz y, por ende, calor (¿así funciona la física no?). Como decía, ahora se queda callada y yo con tal de no quedar mal con ella, empiezo a tocar la primera cosa que se me venga a la mente. Hace una semana practicamos sin parar una de las que le gustan a Ma, Amor de mis amores o algo así se llamaba, de un tal Agustín. He llegado a pensar que mi fantasma y yo nos empezamos a entender mejor. Ya dejó de irse cada vez que cometo un error, eso se aprecia. Ahora repetimos de nuevo hasta que sale perfecto. Claro, ella todavía tiene un límite, pero al menos ya dejó de ser tan rigurosa como antes.

A veces me he preguntado cuál será la historia de mi fantasma; si habrá muerto joven o ya de vieja (he supuesto que joven por las canciones tan aceleradas y fuertes que toca), o si busca venganza o algo por el estilo. ¿Será acaso una guitarrista vengadora? Puede que sea un espíritu buscando redención a través de la música. Quizás, al enseñarme sus melodías, su alma se libera de sus penas y se vuelve más ligera. Sí, esa es la versión que más me gusta. Hace que venir siempre puntual para recibirla valga la pena, tenga sentido. Ojalá y un día de estos logremos tocar como los duetos en los escenarios, los dos juntitos para un gran público que nos aplaude sin cesar. La verdad no sé cómo explicárselos, a ellos. Siempre mirándome raro, a mí y a mi guitarra. Han de tener celos de mi fantasma, pero no los culpo. ¿Quién no quisiera conectar mundos con algo tan bello como la música?

Puedo sentir que se acerca la hora de despedirnos. Otro aire parece aproximarse a nuestra banca y la atención de mi fantasma se dispersa. Son murmullos en lenguaje secreto que me indican la despedida.

La miro y por un momento, puedo ver su rostro etéreo frente a mí. Fantasma con la más grande belleza que haya visto en mi eterna vida.

Ya son las doce y media y el timbre suena, pero me quedo otro rato.

—¿Qué vas a tocarnos hoy, Adene? –me pregunta la maestra al pasar junto a mí. Simplemente le respondo con un re menor y eso la complace lo suficiente para seguir su camino. A veces me alegra que nadie más pueda ver a mi fantasma.

Me doy vuelta y noto que se va de la banca el aire frío. Y lo siento casi enfrente de mí, la brisa fría rosando mi rostro. Casi invisible, mi fantasma me admira y no puedo evitar sonrojarme.

Pero guardo mis cosas y me voy a clases, siempre un poco tarde de tanto tiempo que paso en compañía de la música.

De tanto tocar me empieza a doler la muñeca y como si fuera poco, hoy toca examen de literatura. Usualmente, eso ameritaría un lamento y quizás una maldición.

Pero hoy no.

Hoy toqué un dueto bien bonito en el silencio con mi fantasma.

Amores tercos y el diario petricorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora