Normativa del sollozo

5 1 0
                                    

Entraba de regreso a casa, cansada. Debían ser como las ocho, las seis, no me acuerdo. En la tele el señor presidente del norte hacía otra barbaridad, mientras que al otro lado del mar un déjà vu de una guerra en Nigeria se presentaba en Europa, por allí en España.

Norma, ¿me puedes ayudar con la basura? Sí ma. ¿Dónde te la pongo?

El sonido del celular irrumpió los minutos de descanso post-ayuda.

Era mi rival. ¿Puedes hacerme un favor Norms? Sólo necesito tu ayuda para grabar algo, es sencillo.

Me gustaría, pero ahorita no puedo. Estoy ocupada haciendo tamales (soy una pésima mentirosa).

Traté de evitar la conversación, pero su propuesta terminó por intrigarme. Nunca había grabado un audiolibro, más que nada porque detesto mi voz, pero no conozco a nadie que disfrute escucharse a sí mismo.

¿Qué? ¿Culiacán? Sonaría mejor con tu voz la verdad. Pero insistió hasta que me harté y acepté.

Y así estuve el fin de semana, leyendo en voz alta el poema hasta hallarle sentido.

La de mente incansable

Expresiones cerradas y palabras arrastradas.

Apenas lo notaba, pero hablaba de mí.

Nunca se lo confesé, pero eso me hizo llorar de alegría.

Un poco.

Amores tercos y el diario petricorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora