Capítulo 7: Palabras necias

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El viernes por la madrugada recojo a Clara de su casa junto con su maleta para llevarla al autobús rentado en el que mi familia suele viajar a Puebla. Sólo estaremos un par de días, así que no necesitaremos muchas cosas. Aunque nunca faltan mis tías y primas, que empacan cosas que probablemente no usarán.

Por suerte, Clara sólo lleva una pequeña mochila. Creo que es la chica más práctica del mundo. No le fue necesario llevar ni siquiera una maleta -supongo que le sobraría el espacio-, y como su maquillaje tampoco es muy saturado, puede llevar su delineador en el bolsillo.

Se la pasa muy callada en el transcurso del camino hasta mi casa. Imagino que ha de ser incómodo ir de paseo con una familia desconocida, además, de que tampoco le he contado que sólo tengo primos que son de mi edad o poco mayores que yo, por lo que, ella sería la más joven que viaja con nosotros, y me preocupa que eso pueda intimidarla. Aunque su preocupación es evidente, no deja de sonreír para ocultarlo.

Para calmar la situación, enciendo la radio y comienza a escucharse un anuncio sobre conciertos de músicos, de los que no tengo la más mínima idea de quiénes son. Cambio las estaciones, hasta que encuentro una donde han puesto la canción "Saturno" de Pablo Alborán. Jamás había escuchado una letra tan... ¿deprimente? Creo que incluso pone un poco más incómodo el silencio del automóvil. Hasta que Clara comienza a hablar con una sonrisa más relajada en los labios.

−Mi abuelita ama esa canción.− Suelta una risilla. −No sé si sea masoquista, pero le encanta poner rolas súper sad para llorar.

−Típico. Las mujeres son tan sentimentales, que sólo buscan razones para llorar.

−Ah, ¿sí?

−Por supuesto. Son demasiado sensibles e ingenuas, como para...

−Mejor cállate.− Me interrumpe con un tono de molestia.

¡Carajo! ¿Qué sólo puedo decir puras pendejadas? Espero que pronto se me quite lo machista, o Clara me dejará y no estoy dispuesto a molestarla de nuevo. Ya he hecho suficiente con impedir que se fuera a su curso en Estados Unidos, y, sobre todo, que perdonara a un patán como yo, cuando obviamente no me lo merezco.

Apostaría que su amiga Ximena la reprendió por hacer semejante idiotez, de estar con un pendejo. Me niego a pensar en lo egoísta que soy. Dicen que, si quieres algo, lo dejas ir; pero ni madres, si quiero algo, lucho por conseguirlo, aunque tenga que hacer cosas de las que luego me arrepienta.

−Lo siento.− Me río con nerviosismo, tratando de reparar lo que dije. – Supongo que los viejos hábitos nunca se olvidan.

Clara me mira frunciendo el ceño.

−Pues quizás, deberías tener más cuidado con lo que dices.− Se cruza de brazos. −Simplemente a todos les gusta la felicidad, y cuando es demasiada, las mujeres no pueden evitar llorar.

−¿Tú alguna vez has llorado de felicidad?

Levanta las cejas. Parece que se sorprendió con mi pregunta.

−Pues...− Tartamudea. −en realidad, no lo recuerdo. Tal vez sí, pero sólo recuerdo haber llorado por algún video triste, o por alguna película.

−¿Qué hay de cuando me fui a disculpar y te pedí que no te fueras?− La miro de reojo.

Clara se queda callada por unos segundos, que parecen ser una eternidad.

Cuando la fui a buscar, recuerdo perfectamente que cuando la miré, después de mi larga súplica, ella estaba llorando, y pensé que era de la felicidad. ¿O no fue así?

Ella suelta un suspiro.

−La verdad es, que cuando empezaste con tu disculpa, en la que ni siquiera me miraste a los ojos, yo estaba llorando por recordar la discusión en la cafetería de Bellas Artes. Y cuando levantaste la mirada, me estaba reponiendo de aquel recuerdo con tus palabras.− Respira profundo y resopla. −No fueron lágrimas de felicidad.

Volveré a ConquistarlaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora