Capítulo 13: Tesoro de herencia

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El sábado me despierto como siempre, sólo que, ahora estoy de mejor ánimo por liberarme de mis pendientes y tener un fin de semana libre para estar con Clara. Habíamos quedado que iría a su casa, así que, me supongo que veremos películas junto a su familia de puras mujeres o... ¡Mierda! Lo olvidé. Se está quedando ahora con su padre y ahora tendré que topármelo de nuevo. Por suerte, no tuve la oportunidad de convivir con él, pero hoy al parecer lo tendré que hacer. Voy a tener que ser amable, porque Clara lo quiere y es obvio que no le dará gracia si me pongo de apático.

Salgo de mi habitación y me encuentro con mamá en el comedor, acomodando sus documentos para salir a su consultorio. Me sorprende, ya que llevaba dos años dando consultas por las tardes, nunca por la mañana. Quizá el dinero ya no le rinde tanto como antes, o quizá quiere ocupar su tiempo para no quedarse en casa, sola.

Mamá nota mi presencia y me sonríe.

−Ah, buenos días, Matty.− Me saluda desde el otro lado de la mesa.

−Buenos días, mamá. ¿Vas a ir a trabajar hoy?

−Algo así.− Guarda los papeles en su portafolio marrón. −Me convocaron para dar una plática sobre la adolescencia para la junta de una escuela secundaria.− Suelta una pequeña risilla. −Te podría sorprender la cantidad de mamás que se vuelven locas cuando sus hijos pasan por esa etapa y hay ciertas "charlas" que deben tener con ellos.

Le sonrío.

−Me imagino.− Y digo que me imagino, porque yo fui una pesadilla. Yo en sus zapatos, ya me habría dado en adopción, pero creo que con los años se me pasó. No soy el mismo chamaquito inmaduro de antes. −Pero estoy seguro de que, si tú pudiste conmigo, ellas no tendrán ningún problema.

Mamá carcajea.

−Gracias por el cumplido.− Se pone la correa del portafolio sobre el hombro y se recoge el cabello en una coleta. −¿Irás a ver a Clara?

−Sí, me iré después de desayunar algo.

−Entonces salúdamela mucho.− Ella se acerca y me besa la mejilla. −Te veo más tarde, cariño.

−Sí mamá.

Me regala una última sonrisa y sale de la casa, muy elegantemente con sus tacones altos de toda una profesional. No puedo creer que mi padre la dejara ir, sin más. Mamá es una gran mujer, y estoy seguro de que ni en un millón de años, papá encontrará una mujer igual; fantástica y trabajadora. Soy muy afortunado de ser su hijo. Me doy cuenta de que hay muchas cosas valiosas en mi vida y que antes nunca aprecié como se merecía.

Llego a casa del padre de Clara en Uber. Hubiera sido más difícil venir en transporte público, ya que no conozco estos rumbos y la verdad, no tengo ganas de perderme hoy. Además, el precio fue accesible, considerando el poco tiempo que tardamos y que el lugar sí que está bastante retirado de donde yo vivo.

Los alrededores se ven normales. Las casas son de un tamaño promedio, de diferentes colores y pintarrajeados con grafitis, nada fuera de lo ordinario en esta ciudad. Las banquetas y calles están viejas y apenas se pueden notar las rayas amarillas de los topes, evidencia de la antigüedad de la pintura. Hay poco mantenimiento. Es de esas colonias de las que el gobierno se olvida, y por ello, no dedican tiempo y dinero para embellecer las calles. Los olores que reinan en el ambiente, son los de excremento de perro y gasolina. Los residentes son de clase media, ni mucho varo ni poco, así que, asimilo que el padre de Clara, al menos es humilde −o eso quiero pensar−.

Según la dirección que me mandó Clara, estoy frente a una casa color pistache de dos pisos, ventanas viejas, una terraza por la que se asoman macetas con flores marchitas, las paredes sucias, un portón blanco con rejas de color negro y un listón del mismo color sobre este −lo que significa que alguien que vivió aquí, falleció−. Le mando un mensaje de texto a Clara, avisándole que ya estoy aquí y no tarda más de cinco minutos en abrir la puerta.

Volveré a ConquistarlaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora