Secuaz

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Ilhaelryna, pequeña arquera luchadora de Haradón, era novicia en el pueblo, intrigada por los acontecimientos sucedidos.

Nadie solía visitar la Necrópolis, debido a que todo lo que entraba allí, no volvía en cuerpo, así que mediocres pero confiados surgía el voraz pensamiento. ¿Para qué?

Equillia, ya algo sumergida en malicia por el fallecimiento de otro guerrero más como Donovac, no podía comprender que pasaba allí, ¿porque carajos la muerte estaba tan confiada de ganar?; se nos olvida que ella nos da toda una vida de ventaja, y que hasta el más inmortal, se le penetra La muerte, por la entrañas, saliendo por las fibras vespertinas de su piel.

Por un efímero momento se escuchó la voz de Donovac pidiendo ayuda, sereno y sin afán.

En la cabeza de los habitantes de este acrópolis no podía pasar el hecho de que un muerto reviviera de las maldades capitulaciones de la Necrópolis de Haradón, joder., costaba entender porque este enigma se resolvía con falta de pruebas.

Alguna vez, no muy lejana, a alguien se le ocurrió la idea de conjugar el amor con la unión, y fue la peor deducción de todas.

¿Quien llegó a la idea de que el amor resta?; cuando nisiquiera las matemáticas son exactas.

La realidad se volvió un hecho social, en donde es irónico que exista la palabra perfección, y que nada lo sea.

Donovac sin embargo; solía pasar de pueblo en pueblo recolectando información de catástrofes y limitaciones de ideas, para el, nisiquiera la más loca y versátil propuesta sería estupida, siempre y cuando se quiera realizar.

Equillia, viuda de alma, pone un pie fuera de trono del Olimpo, dejando libre a Debronee, el inquisidor de sed de elixir; todo por salir a buscar a Donovac en la Necrópolis, sin saber si allí podría habitar.

Debronee suelta sus secuaces, a invadir cada pedazo de Haradón, y a encarnar a todos a sus leyes, como borregos, como lavado de cerebro, como un pueblo contemporáneo con su imbecil presidente.

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