Capitulo 1

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–Mamá, ¿préstame cinco dólares?

Dije apenas entré a la cocina. Mi hermosa madre cantaba y se balanceaba al ritmo de una canción que sonaba en la radio, algo deprimente para su gusto. Cuando voltea a verme tiene una sonrisa muy grande y falsa. ¿Qué le pasa hoy día?

–Hola, mamá –empieza, con voz irónica–. ¿Cómo te fue en el trabajo? Te ves muy guapa, por cierto. Ese color te queda magnífico. ¿Por qué llegué tarde? Por nada. Solo hacía cosas totalmente legales con mis amigos que son tan buena influencia como lo soy yo –termina su pequeño monólogo. Se da vuelta y sigue cortando las verduras que había dejado de lado para mofarse de mi–. Así es como se empieza, hija. No con un "¿préstame diez dólares?"

–Eran cinco, pero no tengo problema con que sean diez –digo, provocando una marcada mueca de decepción en su rostro.

–¿Qué voy a hacer contigo? –dice de forma dramática.

–Amarme, cuidarme, alimentarme, decirme dónde está el abuelo y darme diez dólares.

Sin decir nada me pasa el dinero y apunta al patio trasero. Pasó por su lado para besar su mejilla y me marcho a ver al único hombre en la casa. O como yo lo llamo, Pasita. Y ahí estaba él. La única figura paterna que tenía y el único que me "soportaba" completamente en esta casa, según él. Sacaba tranquilamente de una pequeña bolsa transparente maní salado, mientras leía el periódico de la semana y murmuraba quejas por lo horrible que estaba el mundo hoy en día.

–¡Pasita! Por quien llorabas, ha vuelto. No te preocupes, ya llegué. No hay porqué sufrir. Tu nieta favorita ya está aquí. Oh, me salió un verso sin esfuerzo.

–Cállate, niño. No molestes a tu viejo abuelo.

–Soy niña, Pasita. Y no estás viejo, solo algo descompuesto.

–Pronto entraré a la tercera edad –lloriquea mi para nada dramático abuelo.

–En un mes cumples cincuenta y seis. Y ya tienes una nieta de diez y seis, casi diez y siete. No entiendo de qué te quejas.

–Cada vez que te veo, pienso en que hace unos años eras un simple niño...

–Niña –lo interrumpo.

–...Y que ahora eres una adolescente. Una señorita, se podría decir. 

–¿Se podría decir? ¿Gracias?

–De nada. ¿Cómo te fue en el colegio? Supongo que te han vuelto a castigar y vienes para que te firme la nota.

–Abuelo, no puedo creer que pienses eso de mi. Tu única nieta, la niña de tus ojos, tu orgullo. ¿Siendo castigada?

–Solo trae ya la libreta y un bolígrafo, y que no sea rosa esta vez. Me siento una mocosa de cinco cuando escribo con ese lápiz tan chillón. Y para que te quede claro, la niña de mis ojos y mi orgullo es tu madre, no tú. Supéralo y ve a contarle a esa hermosa mujer que esta en la cocina que hiciste esta vez.

Lo miré fijamente mientras firmaba mi libreta de anotaciones, tratando de incomodarlo. Pero como a mi abuelo no le causo nada más que gracia, me tiró un maní, que estaba por echarse a la boca, a la cara.

–Connor, deja de ponerte fea y ve con tu madre. Ha estado todo el día algo inquieta. Una buena charla con su hija no le vendrá mal.

–No es que me moleste ir a hablar con ella, pero ¿por qué no vas tú? Y no me digas Connor –él solo rodó los ojos y volvió la vista a su periódico.

–Llora todo lo que quieras, pero ese es tu nombre y ese es el que usaré. ¿Por qué no voy yo? Fácil. La última vez que tuve una charla seria con tu madre, traté de explicarle por qué su orina estaba roja. Termino llorando y no me habló en una semana. Desde entonces en estos casos llamo a tu tía Mely, Clary, o a ti. Y como eres la que está más cerca, te toca.

Every Princess Needs a FatherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora