Capítulo 1: La realidad de una Guerra

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Hace cien años la Nación del Fuego decidió tener el control sobre todos los pueblos y reinos,  asegurándose que el Avatar no fuera un problema para sus planes. Decidieron asesinar a los todos los nómadas aire para evitar el ciclo del Avatar y asi tener todo el control. 

Gracias a esto crecí en un mundo de violencia, injusticia y dolor.

Cuando los soldados de la Nación del Fuego atacaron la Tribu Agua del Polo Norte y esta callo derrotada, en seguida fue destruida la Tribu Agua hermana del Polo Sur. Tenía solo 5 años cuando mi madre y otras mujeres jóvenes fueron llevadas en barcos.

Después de ese día todo cambio, mi hermano Sokka y yo Katara pasamos  años viviendo escondidos, escapando,  esforzarnos, viajando de región en región  para sobrevivir.

Pero todo eso no había servido para nada, todo había sido en vano, solo habíamos retrasado lo inevitable, todo ese esfuerzo ahora estaba pisoteado y manchado de sangre.

Hacia unos cuatro años algunos hombre valientes había formado una resistencia contra la tiranía de la Nación del Fuego y nuestro objetivo era encontrarlos, para unirnos a su causa.

Las cosas eran peor ahora pues los hombres que se atrevían a desafiar públicamente las nuevas normas  habían sido aniquilados, las mujeres violadas y asesinadas, las más jóvenes y bellas habían sido recluidas con la intención de prostituirlas en el futuro, pero si ponían resistencia las torturaban cruelmente antes de morir. Era por esa razón que Sokka estaba obsesionado con protegerme de ese cruel destino.

Mi padre era el Jefe de la Tribu Agua del Polo Sur, así que cuando el caos comenzó y después de presenciar el asesinato de nuestras personas más queridas, decidió unirse a la resistencia y pelear contra la Nación del Fuego casi de inmediato.

Pero todo había sido en vano, y lo sabía, sabía que en algún momento nos encontraríamos de nuevo con esos salvajes, que no había sitio para esconderse, ni lugar a donde huir, pero a pesar de eso lo intentamos, intentamos sobrevivir. Vivimos años miserables, nunca más tuvimos un lugar al cual llamar hogar, y nunca más lo tendríamos, menos ahora que todo había terminado.

Llevábamos solo unos meses en ununa pequeña casa a las afueras del Reino Tierra  cuando atacaron, esta vez no tuvimos ninguna oportunidad de escapar, no hubo lugar a donde huir. Mi hermano Sokka había intentado protegerme pero fue atacado brutalmente por 5 soldados, dejandolo inconciente o tal vez muerto en el suelo, tal vez tendría la oportunidad de reunirse con nuestra madre. Por mi parte no había tenido su suerte, después de que me golpearan y me dejaran inconsciente me habían encerrado en una de sus naves para llevarme con ellos, a un futuro que ya podía imaginar cual seria.

Y no había estado equivocada, las pocas mujeres que sobrevivieron del pequeño pueblo  sufrirían mí mismo destino, la prostitución. Al llegar a la Nación del Fuegonos habían llevado a las celdas del Palacio hasta que decidieran que hacer con nosotras, llevábamos un par de horas encerradas, el lugar era oscuro y frio y el miedo y la pena rodeaban el lugar, los llantos de las demás retumbaban en el corredor, todas lamentaban su destino y temían por su futuro, yo por mi parte lloraba por mi hermano Sokka, y por todos los recuerdos hermosos que sabía que no volverían, no quería pensar en el futuro, no quería ni imaginar las atrocidades que me harían de ahora en adelante, ni lo que tendría que pasar a partir de ahora. Pero tendría que ser fuerte y tratar de soportar lo que fuera, aunque lo veía imposible.

El ruido de pasos se escuchó por el corredor, de inmediato todas dejaron de llorar y aguardaron en silencio y llenas de ansiedad el momento inevitable, mi corazón latía desbocado ante la expectativa, la hora por fin había llegado.

—¿Dónde está la mujer de la que me hablaste? —se escuchó una fuerte y áspera voz

—En la celda quinientos cuatro mi Señor del Fuego Ozai —respondió otra con tono complaciente

El cielo en la clandestinidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora