21. ¿Qué significa esto?

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Hoy desperté con las inmensas ganas de ver a tus padres. Yo sabía que ellos lograrían entender mi dolor.

Fui caminando hasta tu casa, aquel bungalow de ladrillos bordó tan sofisticado. En el trayecto pude observar que la gran mayoría de los postes de luz tenían pegados un cartel. Y allí estaba tu rostro, Cara. Con una descripción física, junto con la palabra desaparecida.

Eso fue un claro recordatorio de tu ausencia, que era imposible de olvidar.

Golpee la puerta dos veces, y mientras esperaba que me atendieran tus padres, observé la calle. No había ningún auto circulando, a penas si se veían aves en los árboles. Pero, del otro lado de la calle, una figura se salía del contexto.

Una persona, al parecer un hombre vestido de negro, vigilaba dentro de un auto.

Al principio creí que se trataba de algún vecino que estaba por salir, pero durante los cinco minutos que tardó tu madre en abrirme la puerta, nunca se fue. Podía sentir sus ojos escudriñando tu casa.

Cuando tu madre abrió la puerta, el auto arrancó y se fue lentamente, como un depredador. Apurado, la saludé y pedí permiso para pasar.

—Por supuesto, Dylan. Pasa, pasa. En la sala hay jugo fresco.

Nos sentamos a hablar. Ella me preguntó cómo me iba en la escuela, cómo estaban mis padres y me hermana. "La escuela ya terminó, me quedaron materias pendientes", confesé algo avergonzado. Luego de un pequeño silencio, le hice la pregunta que me llevó a visitarla.

—Señora, ¿Hay algo que pueda hacer para ayudar? —dije con un hilo de voz.

Los ojos negros de tu madre se cristalizaron, y pensé que se quebraría ahí, sentada en su sofá blanco. Pero se recompuso, y se sentó recta, volviendo a mostrar esa imagen fuerte.

—No hay mucho que hacer —admitió —. Pero aún quedan algunos folletos para repartir y para pegar en la calle.

Suspiré. Me comprometí con ella a repartirlos hasta el anochecer.

Salí de la casa y la saludé agitando la mano. Ella me miraba desde el portal, como si dejara marchar a un hijo a la guerra.

Recorrí miles de calles; entré a muchísimas tiendas. Todos me miraban de manera compasiva, asentían prometiendo llamar si veían a una chica con esas descripciones.

Al cabo de varias horas, cuando el sol ya se ponía, volví a mi casa en silencio. Las personas llegaban luego de un duro día de trabajo, a la espera de encontrar un refrigerio en su hogar. Pero yo no tenía esa esperanza.

Al llegar, mis padres no estaban, pero dejaron una nota pegada en la heladera avisando que se fueron a cenar a la casa de mi tía. Mi hermana dormía plácidamente en su cuarto, aferrada a su almohada.

Entré a mi cuarto y dejé la puerta abierta. Me fui desvistiendo hasta quedar en boxers. Me paré en medio de la habitación y lancé un bostezo. Sentía algo distinto en el aire, como si hubiese olvidado algo. Y luego lo vi.

Mi ventana estaba abierta, y la cortina azul ondeaba. ¿Yo la había dejado así? Ciertamente no. Me acerqué a cerrarla, pero antes miré hacia la calle. El mismo auto que vigilaba tu casa se encontraba frente a la mía. Cuando me vio, arrancó a toda velocidad y se perdió en la noche.

Las manos me empezaron a sudar y un cosquilleo ascendió desde el estómago hasta el corazón. ¿Qué estaba sucediendo?

Cerré apresurado el vidrio de la ventana, y algo pegado allí sentenció mi futuro.

Un papel blanco con una inscripción se agitaba, a la espera de ser leído. Lo tomé con pánico.

"No sigas escarbando niño, porque tu hermana es muy dulce para enfrentarse al mundo."

Esto cambiaría los sucesos de ahora en adelante.

Fin

Fin

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No me rendiréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora